El escritor José Ángel Mañas, este año.

El escritor José Ángel Mañas, este año. / GABRIEL UTIEL BLANCO

Cuando en 1994 salió a la venta el libro Historias del Kronen, finalista del Premio Nadal de ese año y escrito por José Ángel Mañas, me sorprendió, tras leerlo, que un libro tan madrileño tuviese tanta repercusión mediática y éxito de ventas en toda España. Pocos libros tan madrileños y tan circunscritos a una sola ciudad se han escrito en los últimos 50 años en España y, sin embargo, como digo, fue un éxito de ventas. Aquel 94 hacía un año que había llegado a Alicante y a su facultad de Derecho después de pasar mi adolescencia y primera juventud en Madrid, además de haber iniciado mis estudios de Derecho en la Universidad Autónoma. La llegada fue un choque tremendo. Alicante en 1993 era una pequeña ciudad de provincias que tenía poco más que la playa. Una chica que conocía de Madrid que estudiaba en la Universidad Complutense y que me encontré una noche de junio de las Hogueras de ese año, otra expatriada como yo, me dijo que en Alicante todo el mundo (se refería a los jóvenes universitarios) se echaba novio o novia para sobrellevar el aburrimiento de vivir en una ciudad en la que nunca pasaba nada y que durante 10 meses al año carecía de alicientes para salir a la calle. Sólo se salvaba por los meses de verano y las fiestas de Hogueras.

Hace unos meses José Ángel Mañas publicó su visión personal de aquel libro que lleva como título Una historia del Kronen (Aguilar, 2025) en el que reflexiona sobre el éxito que conllevó ver su primera novela merecedora de ser finalista del Nadal y tener gran número de ventas en una época anterior a internet y a los teléfonos móviles. Él mismo reconoce que aunque ha publicado una treintena de libros más, Historias del Kronen le permitió vivir de la literatura. Se vendió más que todos los restantes juntos. Este libro, el del 94, resumió un periodo comprendido entre los últimos años de los 80 y los primeros años 90, es decir, los años del fin definitivo de la Movida y el nacimiento del nuevo Madrid como ciudad europea gracias al impulso innovador de los años de administración del PSOE. He vuelto a leer esta primera novela de Mañas y no he podido evitar sentir una punzada de nostalgia. Como si fuera una cápsula del tiempo he vuelto a ver, delante de mí, el tipo de vida que los jóvenes de clase acomodada teníamos en aquel Madrid del 92 que tan bien retrató Mañas. Discotecas que yo frecuentaba, los bares de Moncloa, de Malasaña, las terrazas de la Castellana, el entonces peligroso barrio de Chueca. Todo apareció en aquel libro y todo lo vivimos mis amigos y yo con aquella jerga que hablábamos en Madrid a principio de los años 90, una época en la que de noche podías aparcar en cualquier lado siempre y cuando te llevaras, debajo del brazo, la radio extraíble.

En 1995 se rodó la película basada en el libro. Una película fallida dirigida por un director, Montxo Armendáriz, que desconocía tanto por edad como por su lugar de residencia aquel Madrid noventero que retrató Mañas. También fallida por culpa de su productor, Elías Querejeta, que se inmiscuyó en detalles que desconocía como esa bobada de obligar a que el protagonista pidiera en un bar un vodka con naranja (¿?) en vez de un Dyc Cola que es lo que pedíamos estuviésemos en Malasaña o en la discoteca Oh!

Cuando llegué a Alicante en el 93 me compré una tabla de windsurf de segunda mano con la que pasé muchas mañanas (acudía a clase por la tarde) navegando en la playa de San Juan. Aunque en realidad Alicante tenía algo más que playa; estaban los cines Astoria y Lux, una librería de segunda mano de la calle Mayor. Poco más. Cuando leí Historias del Kronen retrocedí unos años y volví a vivir aquellas noches interminables de Madrid que empezaban en bares de Malasaña o Moncloa, continuaban en Oh!, Four Roses o But y podían terminar en el chalet de alguien en Mirasierra hasta que a eso de las 6 de la mañana entrabas en casa más chulo que un pichi. Se tiende a idealizar los años de juventud pero hay que reconocer que aquel Madrid de los 80 y 90 fue irrepetible. Incluso el Alicante de aquellos años. Varias personas que conocí en aquella época, con los que compartí noches interminables, han muerto: Pucho y Suso en Madrid y Lorenzo en Alicante.

Una mañana, sobre las 8, llegué a casa con la camisa por fuera y oliendo a perfume de mujer. Me esperaba mi padre alarmado tras levantarse y no verme en mi habitación. En 50 años como médico fue la única vez que llegó tarde al hospital. Sólo vi llorar a mi padre una vez, en el entierro de su madre, pero aquella mañana, cuando cerró la puerta de casa y se metió en el ascensor, me pareció escuchar un breve lamento que, a veces, vuelvo a escuchar en mis noches insomnes.