Pablo Zumaquero, un nutricionista que ha visto a unos 4.000 pacientes a lo largo de 13 años de trabajo en Segovia, se pinchó durante … un mes el Ozempic, el fármaco genérico para adelgazar. «¿Tú sabes las náuseas que tienes? Cómo no vas a perder peso, si no puedes ni comer de las ganas de vomitar que tienes». Perdió tres kilos y los recuperó en una semana. Habla de un «cansancio brutal» y de la falta de estímulos. «Pasas de todo. Es como si te cosen la boca. No creo que una anorexia forzada sea la solución a la obesidad a largo plazo. Antes, intenta que el tío coma más verdura o que ande. Que es gratis. ¿Te quieres gastar 130 euros al mes toda tu vida?».
Un nutricionista no varía mucho de un detective. Cuando Zumaquero recibe a un nuevo paciente, somete a examen su cuerpo y su estilo de vida. Diferencia tres grandes factores para la obesidad, empezando por las genéticas, no solo en los síndromes más raros, sino en todos. Después, las intrínsecas, del cuerpo, desde la edad a la menopausia, una lesión, medicaciones o las adaptaciones metabólicas que hayan generado otras dietas. Y las extrínsecas, es decir, el ambiente, desde el sedentarismo a una alimentación procesada, con poca masticación y muchas calorías, pasando por la falta de sueño o el estrés. «Esto es lo que no hace el endocrino. Te enchufa la medicación, pero de primeras. Para la mayoría de endocrinos la obesidad es un problema de que la gente come mucho y se soluciona con una pastilla para que coman menos. Fin de la historia. El nutricionista, como no puede usar el fármaco, va analizando».
Zumaquero acepta la utilidad del fármaco «cuando no queda más remedio» por esos efectos secundarios que probó en primera persona: pérdida grande de masa muscular y déficit nutricional. «Cuando dejar de comer vitaminas y minerales, bienvenidas las anemias y la osteoporosis». Que no solo merma el apetito, sino el placer. Admite casos sin alternativa, desde hernias a artritis reumatoide, necesidad de corticoides, un mal ambiente familiar o bajos ingresos, un factor directamente relacionado con la obesidad. «Hay quien no puede comprar comida sana con una pensión de 600 euros o vidas horrorosas en la que la satisfacción es un bollo». Por eso, para ciertos casos aplaude incluso la cirugía. «El problema de los endocrinos es que solo tienen en cuenta el Índice de Masa Corporal. Quien esté al borde del infarto, métele la medicación que le vas a salvar la vida, pero no puede ser que enchufen la medicación a todo el que llegue con un IMC de 31 [se considera obesidad a partir de 30] sin preguntarle absolutamente nada».
«No creo que una anorexia forzada sea la solución a la obesidad a largo plazo»
Un nutricionista rara vez es la primera opción. «La gente lo suele intentar por su cuenta. Y cuando no puede, acude al profesional. Yo lo entiendo, se quieren ahorrar el dinero». Lo primero es acabar con las «falsas creencias». La primera táctica suele ser bajar mucho la cantidad. «Pero siguen comiendo mal. Evidentemente, tienen muchísima hambre, al segundo día se pegan unos atracones de narices y pueden llegar a ganar peso». El segundo error es el atractivo. «Empiezan con comida insípida y repugnante, eso no lo aguanta ni Cristo. Ya que me pongo, voy a saco. Si sabe a algo, ya es malo. No te puedes poner una ensalada de lechuga, tomate y cebolla casi sin aliñar. Pon anacardos, pollo, queso… O echa un par de huevos al pisto. De eso a una pizza Tarradellas, ya has cambiado muchísimo».

O el ejercicio excesivo. «Se dan unas palizas el primer día que no pueden andar en una semana». Con todo eso, la primera lección de los cambios es que deben ser progresivos. Muchos de esos cuadros tienen una solución simple. «A lo mejor tu problema es que meter muchas calorías porque no comes verdura. A lo mejor, simplemente con eso reduces 10 o 12 kilos». Lo que llama sedentarismo patológico. «Animando a la persona a hacer actividad física, pildoritas de ejercicio de diez minutos, ya recupera masa muscular». A falta de recetario, toca cambiar el estilo de vida.