Carlos Hernández: “Roca Rey ha hecho de la tauromaquia una fiesta popular”

«El toro, no el torero, es la esencia de la tauromaquia. Sin embargo, la sangre del torero lo santifica. Su entrega emotiva deslumbra. Y su valor sorprende”.

Entre los aficionados también hay dinastías. Es lo natural teniendo en cuenta que Acho es la plaza más antigua de América. Carlos Hernández Camarero es hijo y hermano de taurinos, cuadrilla fraternal compuesta por Max, Lucho y él mismo. Ve los toros desde la razón y desde la emoción. Aquí su diagnóstico sobre el propósito del toreo y el estado actual de la fiesta ahora que el nombre de un peruano resuena en sus plazas.

¿Para qué sirven los toros?

Es como preguntarse para qué sirve la poesía. Es cierto que para los no aficionados la afición que se forma desde muy temprano es salvaje, cruel. La fiesta es un rito pagano, que en esta época del plástico y la inteligencia artificial nos mantiene en contacto con la tierra. La supervivencia del toro de lidia no se daría si no fuera por la fiesta de los toros. Así de claro. La fiesta no es de toreros. Son corridas de toros. La relación con el toro es ancestral. Podríamos hablar de Creta, del Mitraísmo, sin dejar de dimensionar que la dehesa donde se crían los animales es de por sí una defensa de la naturaleza. En cambio, no pensamos en las condiciones de maltrato cruel de pollos y chanchos que comemos. Pero no es de lo que quiero hablar. Sino de este ritual ancestral, casi místico, donde la muerte del toro tiene un valor simbólico y en muchos casos, la del torero, así como su martirologio. Es casi nuestra última relación con la santificación de lo terrenal. Cuando un toro con edad, trapío, fuerza y coraje sale de los chiqueros y se posesiona en el centro de albero me produce una sensación indescriptible. La trascendencia. Pienso que como dijo el torero Santiago Martín El Viti que el toro es el espejo de mi cobardía, o de mi valor. El toro, no el torero, es la esencia de la tauromaquia. Sin embargo, la sangre del torero lo santifica. Su entrega emotiva deslumbra. Y su valor sorprende.

 

Pero el toro es el protagonista central…

El toro representa la belleza, la fuerza, la sensibilidad. Tiene una real conexión con el ser humano desde tiempos remotos, inclusive en algún momento fundido con el hombre, como en el Minotauro.

FOTO: COLECCIÓN PARTICULAR

 

¿Cómo funciona la rivalidad entre toreros?

Es creada por la afición, o por ellos mismos. Se da desde muy temprano, con Pedro Romero y Pepe-hillo, pasando por la bien documentada entre Lagartijo y Frascuelo. La gracia y el donaire de Lagartijo frente al dominio y valor de Frascuelo creó una división inmensa en la afición. La pasión de los aficionados crea la rivalidad. Esta aviva la emoción, la pasión, el querer estar en la plaza. Pero recuerdo una gran frase de Néstor Luján: “El verdadero aficionado es al que le caben más toreros en la cabeza”. Tenemos la suerte que nos toca vivir y ver a dos toreros excelsos, de diferentes estilos, pero repito, incomparables. Andrés Roca Rey y Juan Antonio Morante, uno de La Puebla del Río y otro de mi ciudad. Esto hay que agradecerlo.

 

Hay una renovación generacional en el interés por la tauromaquia…

Lo de Andrés Roca Rey es un fenómeno particular y sorprendente. Podría compararse a lo del Cordobés, que a pesar del cuestionamiento de su torero revitalizó la fiesta. La fuerza que un joven no español y valiente hasta la temeridad como Roca Rey haya hecho que la juventud vaya a los toros es notable. La muerte de Manolete fue otro hito importante para revitalizar las corridas. Roca Rey ha logrado el prodigio de repetir el cartel de no hay billetes. Al mismo tiempo, te discuto algo sin discutirlo: no solo hay que basarse en los números o el mayor número de corridas. Ha habido toreros icónicos, épicos. Como José Tomás, Paco Ojeda, que no se prodigaban mucho. Roca Rey tiene el mérito de haber hecho muchísimo por hacer de la tauromaquia una fiesta popular.

Popular porque no es solo una tradición de Madrid, Sevilla, o Lima. Sino también de numerosos pueblos de España, de América y del Perú. Pienso que por ello Andrés se mantendrá en lo más alto de la torería. Y permíteme llamarlo así porque es mi paisano, a mucha honra.

 

Roca rey: un encierro consigo mismo

En la arena, donde la multitud se pierde en el silencio y el tiempo late al compás de un animal que embiste, aparece Andrés Roca Rey. No solo como torero, sino como alguien que dialoga con la vida y la muerte, con el miedo y la gloria, con la belleza y la sangre. Su oficio, entre lo sagrado y lo cuestionado, enfrenta el arte con la ética mientras el instante se vuelve eterno. Ese es el diálogo entre toro y torero, uno que siempre puede ser fatal.

Roca Rey habla con toros muertos. Y estos le contestan. El más conversador es un animal de casi 600 kilos de la ganadería de Victoriano del Río al que le cortó el rabo en la plaza de Murcia, año 2023. Su cabeza, resurrecta y embalsamada, está en la pared de su despacho en Sevilla. Desde ahí le habla. El toro se llamaba, se llama, Parrandero.

Roca Rey llegó roto a esa corrida en Murcia. Roto por dentro y por fuera. Había sido un año totalmente cuesta arriba, entre la presión de la competencia que luchaba por el lugar que había alcanzado, las lesiones que arrastraba y una reciente cogida que le había generado una herida que se volvía a abrir premonitoriamente cada vez que pisaba un ruedo. Su cuerpo había envejecido prematuramente en su afán de auditar la bravura del animal salvaje, tarea absolutamente innecesaria, pero que a él se le manifestaba como misión de vida. El alma también envejece de tanto mirarle la cara al toro. ¿Vale la pena seguir?, se preguntaba el torero antes de dormir.

Esa tarde en Murcia se presentaba con El Juli, su ídolo desde niño, y Paco Ureña. Parecía que iba a llover, y Roca Rey así lo deseaba. Prefería que cancelen la corrida a volver a tener que asomarse al vacío. De pronto el cielo se aclaró y asomó el sol. Y le tocó en suerte Parrandero. La danza entre ambos fluyó espontánea haciendo de la tensión de muerte un trance común. Desligado de su cuerpo herido, decidió una vez más ponerlo al servicio del método místico que tiene al momento de enfrentarse a un animal salvaje: sentir, sentir y sentir. Se ve rudo por fuera, pero el método requiere una dinámica sutil. El método, al ser circular, siempre permite empezar de nuevo. Cortó oreja, cortó rabo, y mientras la plaza era un manicomio que celebraba la proeza del peruano, él estaba preocupado en transmitirle un mensaje a Larita, su mozo de espadas: necesito llevarme la cabeza de ese toro. No como trofeo, sino como recordatorio. No es la fama, el dinero ni el público. Es con el toro con quien tiene que hablar.

«Cortó oreja, cortó rabo, y mientras la plaza era un manicomio que celebraba la proeza del peruano, él estaba preocupado en transmitirle un mensaje a Larita, su mozo de espadas: necesito llevarme la cabeza de ese toro”. (FOTO: INTERNET)

 

DIEZ AÑOS QUE REVIVIERON LA FIESTA

Andrés Roca Rey ha sido el más influyente matador de toros sudamericano desde que el colombiano César Rincón lograra cuatro puertas grandes de la plaza de toros de Madrid en 1991. La diferencia es que a Roca Rey le tocó ser torero, oficio escandalosamente anacrónico, en tiempos de corrección y cancelación. Le importó poco. A su favor, la convicción de que la gallardía puede ser una ética de vida al momento de reclamar la vida de un animal. Al extremo de ofrecer la propia como moneda de cambio.

A los elegidos el destino se les manifiesta temprano. Miembro de una familia vinculada a los toros y a Acho por más de 120 años, su juego infantil no era el futbol ni los carritos. Se vestía, se peinaba, y luego se iba a ensuciar al jardín para crear evidencia de un esfuerzo imaginario. ¿Dónde estabas, Andrés?, le preguntaban. Vengo de la plaza, respondía.

 

Llegó a España a la Escuela Taurina de Badajoz para que al poco tiempo el ojo avizor de Tomás Campuzano viera el tremendo torero que habitaba en el púber. El resto fue historia. Su estampa de niño temerario, ávido de dramatismo, pero ajeno a la desesperación, empezó a construir la figura transatlántica de lo que el nobel José Saramago había pronosticado antes: “Los toreros son los últimos héroes modernos que nos quedan”. Las plazas de España se volvieron a llenar de nuevos aficionados que no sabían de toros, pero sí identificaban un atributo atemporal y universal: el valor.

Fue en Nimes, Francia, que Roca Rey se hizo matador de toros un 19 de septiembre de 2015. Diez años después, septiembre de 2025, vuelve a este coliseo romano en otro momento demandante de su carrera.

Lesiones que no se curan y presión acumulada al cabo de una década siendo el extranjero que manda en las plazas españolas.  La cumbre siempre es resbaladiza. Roca Rey hace el paseíllo en Francia y se apresta a escuchar una vibrante entonación de La Marsellesa que hace retumbar las piedras imperiales. Pero él, parece, está ahora mismo conversando con Parrandero.

SUEÑO Y RIESGO. Roca Rey debutó a los 11 años como becerrista en Acho, se hizo torero transitando el rito de encarar al toro en sus propios terrenos. (FOTO: ANDRÉS ROCA REY)

 

EL DÍA DE GLORIA HA LLEGADO

Nimes tiene una manera francesa de querer los toros. Culta y generosa. Y al mismo tiempo cosmopolita. En las afueras de la plaza, justo frente a la Puerta de los Cónsules que es las que se abre para los triunfadores, hay un bar donde se escucha a todo volumen Un Verano en Nueva York del puertorriqueño Bad Bunny. Un peruano es la figura de la corrida de esta tarde, y por eso una bandera blanquirroja reposa sobre los hombros de la estatua del héroe local, Nimeño II. Este quedó tetrapléjico a raíz de una cogida. Acabó suicidándose. Como en el vals, el miedo no era a la muerte sino a la inmovilidad. A la vuelta de la esquina está el Museo de Culturas Taurinas, espacio engalanado con una imagen gigante de un torito puneño de Pucará. Es el efecto Roca Rey.

HERMANDAD. Reencuentro fraterno con Morante de la Puebla en Sevilla. Der., muletazo en Nimes.

 

Nimes retumba con la letra del himno francés, una premonición del eterno retorno que supone la posibilidad de morir en público: “El día de gloria ha llegado”, dice la estrofa francesa. El peruano está en otra cosa. Ya no está hablando con esa cabeza de toro que tiene en Sevilla. Está pensando en los nombres de los seis toros que lo esperan en Acho. Es con ellos con los que tiene una conversación pendiente.

Roca Rey ya hizo historia, pero esta aún no se acaba. Los años han vuelto más hondo su toreo, consecuencia de la corroboración de su método personal: el toreo se mide por lo que se entrega, no por lo que se conserva. Mientras más se deja en la plaza, más torería se genera. Esta inversión del principio de supervivencia es parte del precio a pagar por pertenecer a una estirpe sagrada. La del toreo.