En los márgenes de Madrid, dos hermanos huérfanos intentan sobrevivir como pueden. Él, forzado a delinquir para mantener un techo sobre sus cabezas. Ella, demasiado pequeña aún para cargar con tanto silencio. ‘Maleficio (La regla de Osha)’, el primer largometraje de terror … de Ángel González, hunde sus raíces en un barrio atravesado por la pobreza y la exclusión, donde el miedo no solo viene de lo paranormal, sino de la certeza de que la sociedad no escucha a quienes menos tienen.
El peso de la historia recae sobre Noakis Salazar, que con once años se enfrenta a su primer papel principal dentro del terror. Su hermano mayor está interpretado por Blas Polidori(‘La sociedad de la nieve’); de villano, el colombiano Edgar Vitorino, (‘Cien años de soledad’). Todos ellos, bajo la mirada cercana de González, construyen una película que no solo busca asustar, sino también incomodar: mostrar cómo los fantasmas de la marginalidad y de la desigualdad son tan implacables como cualquier demonio de ficción
«En realidad no es una idea original mía mezclar santería con bandas», reconoce González. «Yo vivo en un barrio de Madrid donde la presencia de estas bandas juveniles es muy fuerte. En 2021, la prensa estaba llena de noticias sobre detenciones, agresiones, homicidios… Era algo cotidiano. Y me pregunté: ¿qué pasaría si lo llevamos al cine?».
De esa pregunta nació un proceso de investigación. El director descubrió que muchas de estas pandillas tienen raíces o conexiones con el mundo hispanoamericano y, en particular, con prácticas religiosas de origen afrocaribeño. El rodaje, sin embargo, estuvo marcado por un ambiente peculiar. La mezcla entre realidad y ficción, supersticiones y miedos, acompañó al equipo durante semanas. «Había de todo en el set», admite el director. «Desde técnicos agnósticos hasta actores muy creyentes o que, al menos, se dejaban sugestionar. Como sabíamos que íbamos a poner en escena cánticos, objetos rituales, símbolos… no era descabellado pensar que algo podía pasar».
Si hubo un intérprete que vivió el rodaje de ‘Maleficio’ de una manera más visceral, ese fue Edgar Vitorino. Su acercamiento al personaje -un narcotraficante que practica una visión distorsionada de lo oculto- lo llevó a lugares intensos, incluso más allá de la ficción. «Yo me adentré un poco más en el mundo espiritual», recuerda. «Hubo una escena, la de presentación de mi personaje, que fue muy fuerte. Yo tenía que fumar los tabacos al revés, es decir, con la parte de la ceniza hacia dentro. Eso, según la tradición, significa que estás llamando a espíritus oscuros. Llevábamos ya varios días en ese set, invocando, repitiendo cánticos, recreando ceremonias… y en esa última escena sentí de verdad que algo se había manifestado. Había espíritus en el rodaje».
El actor confiesa que, tras rodar, necesitó desahogarse: «Me fui al camerino y lloré muchísimo. Yo casi nunca lloro, pero ese día no podía parar. Me arrodillé y lo transformé: en vez de dejarme llevar por el pánico, lo convertí en agradecimiento, como si agradeciera a los espíritus que hubieran estado ahí acompañándonos. Pensé que, en lugar de ser algo negativo, era algo positivo, porque le daba verdad a lo que estábamos haciendo». La conexión de Vitorino con el material de la película también viene de su propia historia personal. «Yo lo había visto desde niño. En mi familia, por parte de mi madre, hay personas vinculadas a la santería y al palo mayombe. Cuando recibí el guion, muchas de las cosas que hacía mi personaje ya las había visto hacer a mi tío o a mi prima. De niño presencié rituales en casa; recuerdo cuando a mi hermana, con diez años, le hicieron una limpieza espiritual porque decía que cada noche veía a un niño al lado de su cama. Yo estaba ahí, en el patio, viendo cómo le escupían ron, tabaco y la rodeaban con velas. Es algo que conozco muy de cerca, y por eso este papel fue una conexión muy especial para mí».
Esa intensidad espiritual, sin embargo, no desvía a Vitorino del trasfondo social de la historia. «Las pandillas, la violencia juvenil… no es solo un problema de España, es global. Y siempre está atravesado por la falta de futuro. Jóvenes migrantes, barrios marginados, ausencia de oportunidades. Todo eso termina empujándolos hacia un camino del que es muy difícil salir».
Por si acaso, nos protegemos
La tensión llegó hasta el departamento de arte. «Vicky, nuestra directora de arte, propuso un kit de protección», cuenta entre risas. «Era muy sencillo: una cinta roja a la cintura, cascarilla para dibujar una marca en la nuca… Se convirtió en un ritual paralelo al propio rodaje. Cada uno lo tomaba como quería: superstición, juego o creencia real».
Para Blas Polidori, actor protagonista de la cinta, meterse en la piel de un personaje atrapado entre la violencia y la magia no fue fácil. «Es un papel exigente porque tienes que moverte entre dos mundos. Por un lado, el realismo de la calle, la crudeza de las pandillas. Por otro, lo sobrenatural, lo inexplicable». El actor confiesa que sí hubo momentos de inquietud: «A veces te dejabas llevar por la atmósfera. No sabías si era sugestión, si era el cansancio del rodaje o si de verdad había algo ahí. Y eso, al final, alimentaba mi trabajo como intérprete… fue un trabajo duro, pero hermoso», admite.
Entre los intérpretes, la más joven del reparto, Noakis Salazar, confiesa haber sentido una mezcla de temor y aprendizaje. «Yo ya venía con el terror aprendido», explica. «Había trabajado con Ángel Gómez. Él me enseñó a gestionar ese miedo desde dentro, a usarlo en lugar de dejar que te bloquee. Así que llegué a ‘Maleficio’ con otra perspectiva: más consciente, pero también más preparada para abrazar la experiencia». Salazar recuerda con cariño -y también con cierto vértigo- sus primeros pasos en el género. «Tengo que agradecerle mucho a Ángel (González) porque tuvo muchísima empatía conmigo», explica. «Soy muy perfeccionista, así que me estresaba. Quería que todo saliera perfecto. Mis ‘coach’, Cristina y Asier, me repetían que tenía que tranquilizarme, que lo estaba haciendo bien, que no había por qué frustrarse».
Lo paranormal de la marginalidad
‘Maleficio’ no se queda en un relato sobrenatural; es también un reflejo de una realidad social concreta. Una de las capas más interesantes de la película es cómo los protagonistas, por venir de un contexto marginal, se enfrentan a la desconfianza general cuando cuentan lo que viven.
«Queríamos hablar de marginación, de exclusión social, de desigualdad y falta de oportunidades», responde González, que subraya que la película no evita mostrar esa conexión entre pobreza y falta de credibilidad: «Cuando eres pobre, no solo tienes menos oportunidades, también te quitan la voz. Nadie cree lo que cuentas. Y eso también genera terror, porque te coloca en absoluta indefensión».
Blas Polidori refuerza esa idea: «Lo que hace la película es muy honesto. Mi personaje está atrapado por su contexto, no por un cliché. Y cuando además le pasan cosas que rozan lo sobrenatural, su entorno las descarta de inmediato porque él ya carga con un estigma: ser pobre, ser sospechoso. Eso es algo muy real».
«Me metí en un proceso de investigación para comprender qué significaban realmente las bandas latinas aquí en España», cuenta Polidori: «yo soy argentino, y allí las bandas son otra cosa, no tienen el mismo trasfondo. Aquí descubrí cómo funcionan, cómo se forman, qué procesos siguen». El actor se apoyó en su experiencia previa en integración social: «Durante el grado superior tuve contacto con exmiembros de bandas o expresidiarios. Incluso pude hablar con uno de ellos directamente. Eso me dio información de primera mano. Y sí, es un mundo muy complicado».
Ángel González responde sin titubeos: «Las bandas y la violencia juvenil es un círculo vicioso de marginación, exclusión, precariedad… y delincuencia que se retroalimenta. Si creces en un entorno donde no hay recursos, ni oportunidades, ni integración, es lógico que la delincuencia parezca una vía de escape. A veces es una forma de sobrevivir, a veces de autoafirmación, incluso de rebelión contra un sistema que ya te ha dejado al margen». Blas coincide: «Yo también lo creo. Cuando estudias integración social te das cuenta de lo mucho que pesa el contexto. Personas migrantes que llegan y ni siquiera tienen papeles para acceder a un trabajo digno… ¿qué opciones les quedan? Al final buscan alternativas, y muchas veces son esas. Es cien por cien así».