Es frase muy taurina y por tanto muy repetida la que dice «tarde de expectación, tarde de decepción». La verdad es que realmente no … fue una tarde de decepción, pero tampoco del triunfo esperado. Fue un festejo más, con una actuación digna de los toreros ante una corrida muy floja.

En la corrida se lidiaron toros de dos hierros, el original en los carteles de Loreto Charro y otras tres reses de El Vellosino; realmente de Loreto Charro saltaron al ruedo cuatro toros, ya que el segundo de la tarde se partió una pata y fue devuelto. Y la corrida fue, efectivamente, de tres y tres. Sirvieron los tres de Loreto Charro y decepcionaron los tres de «El Vellosino». De cualquier modo, los seis conformaron una corrida muy justa de trapío para una plaza como Azpeitia, pero ya sabemos lo que quieren las figuras.

Morante de la Puebla abría el cartel y fue lo suficientemente inteligente como para hacer ver al público que su primer enemigo no servía. Muy blando, dobló las manos nada más entrar al caballo. El diestro de La Puebla lo sacó de tablas toreando por alto para seguir con unos ayudados a dos manos en los que el toro ya protestaba. Lo probó por ambos pitones, no iba, hubo enganchones, y qué mejor que terminar. Nadie protestó. El cuarto, de Loreto Charro, le permitió lucirse. Otra vez ayudados y un afarolado para comenzar su faena y proseguir con una tanda por el pitón derecho de tres pases a cual más templado. Cualquiera diría que lo llevaba toreado desde que lo citaba, tal era la perfección del pase. Igualmente dibujó tres naturales, de cartel de toros. Otra vez el toreo en redondo y esa forma magistral de andar delante de la cara del toro. Falló a espadas, pero nadie le iba a discutir ni la voluntad ni el arte.

Luque se luce

Daniel Luque recogió, al romperse el paseíllo, el trofeo al triunfador de la pasada feria; y nadie podrá decir que no quiso revalidarlo. En su primero se lució en un quite por delantales muy vistoso, y no hay que olvidar en este toro un quite de Morante a Raúl Caricol al salir del tercer par de banderillas, providencial. Estuvo perfecto en su cometido. Los estatuarios de Luque, rematados por un ayudado por bajo, fueron el antecedente de dos series en redondo, de pases limpios, ligados, mandando, y remató la segunda con un precioso cambio de mano y un torerísimo remate. Se echó la mano a la izquierda, y ese no era el pitón del toro… le costaba y enganchaba la muleta. A fuerza de fajarse, Luque remató una serie y volvió a la diestra para terminar con unas vistosas luquecinas. Mató de estocada tendida y cortó su primera oreja. La segunda la cortó al quinto de la tarde. Un ejemplar de El Vellosino por el que nadie daba un duro: soso, parado, sin casta. Luque hizo una faena imposible, de pases sueltos, arrancados al toro de uno en uno por ambos pitones. Manoletinas para rematar, y mató arriba.

De Juan Ortega en su primer toro salvaríamos unas verónicas de recibo: lentas, cuidadas, elegantes, toreras… y poco más. El de El Vellosino no dio más de sí. La faena de la tarde fue la del sexto. Ya solamente el principio de faena por alto: un ayudado, un molinete y un cambio de mano. A partir de ahí, dos series por el pitón derecho, la primera de menos a más, bordando el toreo; lentas, cadenciosas, obligando al toro con suavidad, templando cada pase con mimo, con cariño. Al natural, el toro fue más brusco y le costó más. Ahí se terminó el toro, que solo aguantó una serie casi circular de ayudados, elegante y vistosa. Mató de estocada casi entera y cortó una oreja.