Decía una canción: «estos días grises del otoño me ponen triste…» y aunque todavía se resiste a desaparecer el verano ya pronto comenzará el tiempo otoñal. Para mí lo marca el inicio de la actividad escolar que hace que disminuya la afluencia a las playas y el ocio nocturno, a eso se suma que la mayoría de la hostelería toma vacaciones, casi todos por un merecido descanso y los menos por unos beneficios económicos que hacen que puedan cerrar hasta una nueva temporada veraniega. Para colmo sufrimos el cambio de hora, sigue sin ser fijo el horario de verano por aquello del cuestionable ahorro energético y afecta a nuestra rutina diaria. A nivel climatológico las temperaturas bajan, la humedad aumenta, las horas de luz se acortan y la presión atmosférica disminuye. Nuestro organismo no es ajeno a estos cambios y podemos notar un cambio físico y anímico. Principalmente estos cambios son:

* Se enlentece la función metabólica: es decir nuestro metabolismo, que también depende de la genética, sexo, edad, composición corporal, ejercicio y cambio de estación, hace que las células crezcan y se reproduzcan más lentamente afectando a la regeneración de nuestros tejidos y órganos. Se produce una disminución en la producción de proteínas afectando a la fragilidad de pelo, uñas, tejidos y huesos. Ahora se entiende que se caiga más el pelo en esta estación. 

* Tenemos menos energía vital: debido a la llegada de las lluvias, al descenso de las temperaturas y la disminución en el número de horas de luz solar. Esto es debido a que producimos menos cantidad de serotonina, que se conoce comúnmente como la hormona de la felicidad y mayor cantidad de melatonina, conocida como la hormona del sueño. Se traduce el efecto de estas hormonas en un aumento del cansancio generalizado y una disminución de las ganas de realizar actividades.

* Necesitamos más calorías: por lo tanto necesitamos ingerir más alimentos porque algunas de nuestras calorías se utilizan para mantener la temperatura corporal que desciende junto con la temperatura ambiental. No hay que abusar de alimentos hipercalóricos como los dulces y es mejor sustituirlos por alimentos ricos en vitamina C y D como cítricos y pescado azul.

* Aparecen más infecciones: nuestro sistema inmunitario se debilita porque se hace más lento. Según un estudio de la universidad de Yale, la bajada de las temperaturas debilita nuestras defensas empezando por la nariz y boca puerta de entrada para infecciones. No enfermamos porque haya más frío sino porque tenemos mayor contacto con virus y bacterias, especialmente los favoritos de gripes y resfriados que son los rinovirus. Las bacterias aumentan las infecciones gastrointestinales y las faringitis El frío favorece además el acercamiento corporal para buscar calor y la disminución de la ventilación en el interior de las casas, con episodios de tos, estornudos y mayor cantidad de alergias.

* Se altera el sueño: bien por insomnio de conciliación (dificultad para coger el sueño) o por insomnio de despertar temprano, apareciendo dolores de cabeza. En ambas situaciones se duerme menos y el cambio horario todavía lo desajusta más, necesitándose en algunos casos hasta semanas para volver a coger el ritmo de horas normales de sueño.

* Menor producción de líquido sinovial: es el que lubrica nuestras articulaciones disminuyendo el roce de tejidos y los impactos. Debido a que el frío produce una vasoconstricción y una disminución del flujo sanguíneo se genera menos líquido sinovial. Como consecuencia aparecen dolores articulares y mayor rigidez en nuestro cuerpo.

* Trastorno afectivo estacional: ocurre en otoño y en invierno con síntomas como aumento de la tristeza, poca energía, dificultad para dormir, cansancio excesivo, disminución de serotonina y ganas de comer dulces por la ingesta de calorías. Es más frecuente en mujeres y jóvenes, desapareciendo cuando aumentan las horas de sol.

Así que ya saben algunos cambios que hayan notado en estos días pueden deberse al cambio de estación. Nos prepararemos para el otoño.