Fue uno de sus primeros proyectos importantes. En 1973, Juan Ignacio Sendín, ahora a punto de cumplir 80 años con un envidiable aspecto, era un joven recién licenciado en la Escuela de Arquitectura de Madrid, donde se había graduado apenas dos años antes, y que ya trabajaba en el estudio de su padre. Y justo en ese momento arrancaba la creación del club El Soto después de que sus promotores hubieran adquirido una enorme finca junto a la carretera de Logroño en la que ubicar un espacio de ocio.
Uno de los primeros pasos de aquellos pioneros fue impulsar un pequeño concurso de propuestas entre los arquitectos socios de la entidad para crear la sede. Sendín no se lo pensó. Su propuesta de hormigón, madera, grandes superficies acristaladas, formas orgánicas e integración con el entorno natural fue la que más aceptación recibió y de forma unánime. Ahora, medio siglo después -se inauguró en 1976- este edificio forma parte por derecho propio del catálogo de la Fundación Docomomo Ibérico.
Esta entidad es la sede española de la organización internacional de la que proceden sus siglas, Documentation and Conservation of buildings, sites, neighbourhoods of de Modern Movement (conservación de edificios, espacios y barrios del Movimiento Moderno), cuyo objetivo es divulgar y proteger este estilo, que no es sencillo de definir para los legos en la materia. El adjetivo ‘moderno’ referido a la arquitectura resulta muy genérico. En este caso define a aquellos edificios creados a lo largo del siglo XX con un conjunto de características comunes como el uso generalizado del acero y el hormigón armado, las estructuras de pilares y no de muros como había ocurrido hasta 1930, aproximadamente, la incorporación del vidrio, el uso de formas simples y geométricas o la funcionalidad de los espacios.
«Es muy gratificante desde el punto de vista profesional que el trabajo de uno se incorpore a este catálogo, sobre todo porque el edificio ya va a cumplir el medio siglo», afirma Sendín, que recuerda que el Movimiento Moderno surge como revulsivo al clasicismo que había imperado hasta entonces, por lo que hay corrientes, como la Bauhaus, que pueden considerarse integrantes del mismo. En este sentido, considera su edificio para El Soto como parte de la evolución experimentada entre los años 50 y los 60 y, de alguna manera, conectado con el brutalismo, cuya etimología, explica el arquitecto, es el término en francés béton brut, cuyo significado es hormigón en bruto.
¿Tiene algún punto de brutalismo la sede de El Soto? Algo sí, concede Sendín. «En aquella época algo que me llamaba la atención, que me gustaba y que seguía bastante era el trabajo de los arquitectos que jugaban con el hormigón, que lo hacían protagonista de sus edificios. También en esos años se pusieron bastante de moda los arquitectos japoneses, que hasta entonces eran bastante desconocidos en Europa, y ellos trataban fenomenal el hormigón».
Recuerda que la idea de presentar el proyecto le sedujo desde el principio pues aunque llevaba ya dos años diseñando viviendas junto a su padre -que colaboró con él en la dirección de la obra de El Soto- proyectar un club social que tuviera un salón, un comedor, un bar, oficinas y una sala de juegos le parecía «algo distinto». El resultado fue un edificio que huía de los cánones clásicos y más tradicionales (sin aspecto campestre ni tejados a cuatro aguas, por ejemplo) en el que destacaba el cristal y las vigas de cuelgue que se prolongaban hacia el exterior con el objetivo principal de destacar la estructura, es decir, de que no se quedara escondida, como era habitual.
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