¿Dónde va el buey que no are?… Recurre uno a este refrán al oír el rumor de que J. L. Rodríguez Zapatero (désormais ZP) acaba de sacar un libro, no sabemos si de cosecha propia o de autor subrogado, ¡válganos Dios! Y como decía mi difunta madre, esto «es lo que faltaba p’al duro».

Curiosamente esta novedad editorial —a cuyo rigor nos resignamos— coincide con la aparición del libro del periodista Juan José Millás titulado Ese imbécil va a escribir una novela (Ed. Alfaguara). Pero parece que nada ha podido impedir que ese leonés émulo de Marco Polo, Príncipe de la Paz, Defensor de los Pobres, etc. etc. se salga con la suya, una vez consagrado como campeón de los tontos de nuestro tiempo que podría servir de molde a estos versos de Rafael Alberti: «Una vez sabio, el triste ayer/ de la ignorante puericia./ Yo digo: Viva la estulticia».
No es menester cargar las tintas sobre la inepcia sobradamente demostrada del numen de la autodenominada Alianza de Civilizaciones o la Ley de la Memoria Democrática, entelequias tan certeramente diagnosticadas por el profesor Gustavo Bueno (éste sí de verdad fustigado por la dictadura de Franco).
Pero no todo iban a ser invectivas, improperios, maldiciones o dardos envenenados contra un ZP en pleno ejercicio de su estolidez. Diríase que nadie ha reparado en una de sus virtudes (que alguna tendrá, digo yo), que es un fino sentido del humor. No hay más que ver su impagable aporte a la solución del dramático problema nacional de la vivienda: ZP mudando de casoplón en casoplón, a cual más costoso y más llativo, tanto en nuestro solar patrio como allende el Océano; o sea, tonto el que lo lea.
Tratábamos en ocasiones anteriores de buscar paradigmas de la ficción literaria para individuos de la categoría y la catadura de, verbigracia, Pedro Sánchez y compañía. Y yo sugiero ahora un par o tres de tales referentes adaptables al flamante caballero de la Orden de San Raimundo de Peñafort (… ¡ay, si S. Raimundo levantara la cabeza!). Pues aquí sigo con éstos: El fantasioso personaje de Alphonse Daudet

Tartarin de Tarascon, quien presumía de haber cazado leones en la «selva» de la Provenza francesa, ¿cuál si no? Y también, creo yo, cabe la comparanza con el protagonista de la novela de Robert Musil —Der Mann ohne Eigenschaften— traducida al español como El hombre sin atributos [ojo, nada de perendengues, sólo atributo como carácter o cualidad intelectual], un tal Ulrich, sujeto siempre dispuesto a intervenir o a solventar problemas ajenos en un país que, miren por dónde, se llama Kakarie; nombre que le viene cual anillo al dedo a un Gobierno como el que ¿encabeza? don Pedro Sánchez i Sánchez-Castejón.
Y por no aburrir a mis sufridos lectores, si es que los hay, con estas vidas paralelas como para andar por casa termino con un remitido al cómico héroe Baron de Münchausen, retratado por su autor en el leidísimo

Viajes y aventuras del Barón de M.; dicho en corto, el mismísimo Barón de la Castaña.Y aunque parezca inverosímil, hasta podríamos encontrar cierto rasgo comparable, dentro del círculo familiar zapateril, en la película insuperable de Orson Welles Ciudadano Kane.