Los conspiranoicos no descansan, ni la desinformación tampoco. Un buen ejemplo es que desde hace varios días corre por Internet la idea de que la NASA, la ESA y otras agencias espaciales están ocultando deliberadamente información sobre 3i/ATLAS, el tercer objeto interestelar detectado por … el hombre. Pero nada más lejos de la realidad. La información, la de verdad, no deja de fluir, y la prueba es que sólo en los últimos días varios artículos científicos han desvelado nuevos aspectos sobre el origen y el comportamiento de este extraordinario visitante espacial.

No se necesitan ideas extrañas, ni oscuras conspiraciones internacionales, ni naves extraterrestres para que 3i/ATLAS sea, por sí solo, digno de despertar la imaginación de todos. Un ‘mensaje en una botella’ que llega a nuestras ‘playas’ para revelarnos una parte desconocida de nuestra propia historia. ¿Puede haber algo más fascinante?

Todo empezó hace ocho años, en 2017, cuando la astronomía mundial se encontró, por primera vez, con un huésped que no pertenecía a nuestro vecindario. Lo llamaron Oumuamua, que en hawaiano significa ‘el mensajero que viene de lejos’. Su forma alargada, como un puro de 400 metros de largo, y su trayectoria hiperbólica, inconfundiblemente interestelar, desataron el debate. ¿Era un asteroide? ¿Un cometa sin cola visible? ¿O, como sugirió el controvertido astrofísico Avi Loeb, una pieza de tecnología alienígena?

Dos años después, en 2019, llegó 2I/Borisov, este sí, un cometa clásico con una inmensa cabellera de gas y polvo, demostrando que estos visitantes son fragmentos naturales expulsados de otros sistemas solares. Oumuamua era seco y enigmático; Borisov, rico en monóxido de carbono. Dos ventanas a la química de sistemas estelares lejanos, ambas mostrando imágene diferentes.

Y ahora, en 2025, la historia se repite con la detección, en Julio, del tercer objeto interestelar observado por el hombre: 3i/ATLAS, que inmediatamente fue puesto en la mira de los mejores telescopios del mundo. Desde el principio, los astrónomos confirmaron su naturaleza de cometa, pero lo que 3i/ATLAS está revelando sobre la formación de planetas y, lo que es más, sobre el propio pasado de nuestra galaxia, ha ido mucho más allá de las expectativas más optimistas. La cascada de noticias y datos recibidos en las últimas semanas, además, es la mejor prueba de que las agencias espaciales no están ocultando información alguna, como se afirma en Internet. ¿Por y para qué deberían hacerlo? Al contrario, estamos asistiendo a un flujo de datos y una transparencia científica que no tiene precedentes.

Animación del cometa interestelar 3i/ATLAS hecho a partir de varias imágenes capturadas por el ExoMars Trace Gas Orbiter de la ESA el pasado 3 de octubre

Animación del cometa interestelar 3i/ATLAS hecho a partir de varias imágenes capturadas por el ExoMars Trace Gas Orbiter de la ESA el pasado 3 de octubre

ExoMars Trace Gas Orbiter de la ESA

Un chorro de agua en la oscuridad

Las primeras observaciones de 3I/ATLAS, que según datos del telescopio espacial Hubble podría tener un núcleo de unos 5,6 kilómetros de ancho, confirmaron su velocidad de vértigo: más de 210.000 kilómetros por hora (unos 58 km/s). Su tamaño, además, lo situó en seguida como el objeto interestelar más grande detectado hasta la fecha, con una masa que supera los 33.000 millones de toneladas, el peso aproximado que tendrían 3,3 millones de portaaviones de la clase Nimitz, los más grandes.

Pero el gran golpe de efecto científico lo ha dado hace apenas unos días un equipo de la Universidad de Auburn utilizando el Observatorio Swift Neil Gehrels de la NASA. Este pequeño, pero extraordinariamente útil telescopio espacial, con un espejo de apenas 30 centímetros, tiene sin embargo una gran ventaja: al estar en órbita y fuera de la atmósfera terrestre, absorbe casi toda la radiación ultravioleta.

Y fue precisamente ahí, en el rango del ultravioleta, donde se reveló que 3i/ATLAS contiene gas hidroxilo (OH), que no es otra cosa más que la huella química del agua (H2 O). Cuando el hielo de agua se sublima (pasa directamente de sólido a gas) debido al calor solar, sus moléculas se disocian rápidamente por la luz ultravioleta del Sol, dejando como subproducto el gas OH. Por eso, detectar este ‘eco’ del agua es, en palabras del profesor de física Dennis Bodewits, autor del artículo publicado en ‘The Astrophysical Journal Letters’, «igual que leer una nota de otro sistema planetario». Y con un mensaje claro: los ingredientes de la química de la vida no son exclusivos de nuestro Sistema Solar.

El Observatorio Gemini Sur en Chile capturó esta foto del cometa interestelar 3I / ATLAS en julio

El Observatorio Gemini Sur en Chile capturó esta foto del cometa interestelar 3I / ATLAS en julio

International Gemini Observatory/NOIRLab/NSF/AURA/Shadow

El misterio de la sublimación temprana

Pero lo que convierte esta detección en un hito no es solo haber encontrado agua en 3i/ATLAS, sino el lugar en que se encontró. El Swift, de hecho, la detectó cuando el cometa estaba a casi tres veces la distancia de la Tierra al Sol (2,9 Unidades Astronómicas, unos 450 millones de km). A esa distancia, la mayoría de los cometas de nuestro Sistema Solar (salvo contadas excepciones) son objetos silenciosos, completamente inactivos en los que el hielo que contienen no ha empezado a sublimarse.

A pesar de lo cual, los cálculos de los investigadores arrojaron una tasa de pérdida de agua de unos 40 kilogramos por segundo, el equivalente a «una manguera de bomberos abierta a toda presión». Una intensa actividad a gran distancia que sugiere que algo más está sucediendo.

La hipótesis principal es que la radiación solar está calentando y evaporando pequeños granos de hielo liberados por el núcleo, una ‘nube’ que rodea el cometa. Este comportamiento apunta a la existencia de hielos complejos y estratificados que han preservado claves sobre cómo se formó el objeto. Además, las observaciones iniciales del Telescopio Espacial James Webb (JWST) sugieren que 3I/ATLAS tiene una alta proporción de dióxido de carbono (CO2 ) en relación con el agua. El patrón, pues, se repite: si Oumuamua era seco y Borisov era rico en monóxido de carbono, 3I/ATLAS nos llega con una mezcla inusual, demostrando la diversidad de ambientes de formación planetaria en la galaxia.

Toda esta información (la tasa de pérdida de agua, la composición química, la velocidad y las comparaciones con otros visitantes) ha sido publicada por la comunidad científica sin dilación. Lo que es la refutación más sólida a la persistente idea, alimentada por especulaciones sin fundamento, de que la NASA o el SETI están ocultando un descubrimiento de vida o tecnología extraterrestre.

El debate Loeb vs. SETI

Para ser totalmente sinceros, el debate existe, pero es científico y se está desarrollando ‘con luz y taquígrafos’, es decir, delante de todo el mundo. Como ya ocurrió con Oumuamua, el astrofísico de Harvard Avi Loeb ha vuelto a la carga con 31/ATLAS. Basándose en algunos rasgos orbitales, como su inusual alineación con plano de la eclíptica (el plano de nuestro Sistema Solar), Loeb planteó la hipótesis de que podría ser una sonda alienígena, quizás siguiendo la sombría lógica de la ‘Hipótesis del Bosque Oscuro’ (una estrategia de la ciencia ficción que postula que las civilizaciones deben eliminar a otras y permanecer ocultas para no ser descubiertas y eliminadas antes por ellas).

Loeb sugirió que el objeto podría realizar una maniobra oculta usando la gravedad solar, un ‘maniobra Oberth Solar inversa’, para frenar su velocidad. Lo que le llevó a asignar una probabilidad del 30-40% a la posibilidad de que su origen fuera artificial.

Pero la comunidad científica reaccionó de inmediato, y lo hizo con datos que son públicos y que están disponibles para cualquier interesado. La NASA respondió a Loeb, y el mismísimo Instituto SETI, por medio de un artículo publicado hace apenas unos días por Eahsanul Haque, uno de sus investigadores, han desmontado las tesis del investigador de Harvard diciendo que, aunque la alineación de 3i/ATLAS con el plano de la eclíptica es estadísticamente rara, no resulta imposible ya que la mayoría de las estrellas de nuestra galaxia residen en el disco galáctico, que está casi alineado con el plano de nuestro Sistema Solar, por lo que es natural que objetos expulsados de allí sigan trayectorias similares.

Haque también demostró que el perfil químico de 3i/ATLAS, en contra de lo sostenido por Loeb, que considera la supuesta presencia de níquel sin hierro como un signo de origen artificial, la composición química del cometa es consistente con los objetos naturales interestelares y asteroides de tipo D, como lo era 2I/Borisov.

En conclusión, el consenso entre la gran mayoría de astrónomos es que 3i/ATLAS se está comportando como un cometa típico, aunque inusualmente activo dada la distancia a la que se encuentra aún del Sol. Y por supuesto no hay ninguna prueba que respalde un origen artificial, más allá de la mera especulación. El hecho de que este debate, con datos cruzados y respuestas directas, se esté llevando a cabo en repositorios públicos como arXiv, antes incluso de la preceptiva revisión por pares, es la mejor prueba de que la ciencia es una disciplina viva, pujante y abierta.

Un fósil de 10.000 millones de años

Pero las últimas noticias sobre 3I/ATLAS no acaban aquí, y nos llevan a un viaje al pasado remoto del Universo. Un equipo de investigación español, en efecto, liderado por Xabier Pérez Couto del CITIC (Centro de Investigación en Tecnologías de la Información y la Comunicación) de la Universidad de A Coruña, ha utilizado datos de la misión Gaia de la Agencia Espacial Europea (ESA) para trazar la historia orbital del cometa. Como se sabe, Gaia pasó 13 años, hasta marzo de este mismo año, midiendo con extraordinaria precisión la velocidad, la trayectoria y la posición de 1.500 millones de estrellas, lo que está permitiendo elaborar mapas en 3D de nuestro sector de la galaxia y utilizarlos para innumerables estudios científicos.

El equipo de Pérez Couto usó esta información para retroceder en el tiempo, y calcular la trayectoria de 3i/ATLAS y la de más de 13 millones de estrellas durante los últimos 10 millones de años.

El resultado fue asombroso: a pesar de que los investigadores no pudieron identificar a su estrella madre (algo que, dada la naturaleza dinámica de la galaxia, probablemente nunca se logre), sí que consiguieron determinar que el cometa es un objeto extraordinariamente antiguo. «Cada observación -explica Pérez Couto- es como abrir una ventana al pasado del Universo».

El análisis, de hecho, sugiere que 3i/ATLAS podría tener unos 10.000 millones de años de antigüedad, lo que lo convertiría en un auténtico fósil cósmico, una cápsula del tiempo con información de un pasado extremadamente remoto. Para ponerlo en contexto, nuestro Sol y el Sistema Solar tienen ‘solo’ 4.600 millones de años.

Lo que significa que 3i/ATLAS se formó en uno de los sistemas planetarios más antiguos de la galaxia. Sus hielos y su composición, por lo tanto, han conservado información inalterada sobre las condiciones de formación y evolución de los planetas primigenios, aquellos que surgieron cuando la Vía Láctea aún era muy joven y el material estelar tenía una composición diferente a la actual.

Los datos indican que nuestro tercer visitante se originó en el disco delgado de la galaxia, en un entorno dinámico común a gran parte del material de la Vía Láctea. Y a pesar de que Pérez Couto y sus colegas han identificado 93 posibles encuentros cercanos con otras estrellas a lo largo de los 10 millones de años estudiados, la alta velocidad del objeto impidió que ninguna de ellas consiguiera alterar significativamente su camino. Su viaje ha sido una solitaria y larguísima odisea intergaláctica.

Fotografías desde Marte

Una de las bases de la ciencia es la observación, y también en este aspecto la ciencia reciente ha aportado novedades sobre 3i/ATLAS: el primer plano obtenido por la Agencia Espacial Europea (ESA) de un objeto interestelar. A principios de este mismo mes de octubre, en efecto, el cometa hizo su aproximación más cercana a Marte. Y dos satélites europeos en la órbita marciana intentaron capturarlo: Mars Express y ExoMars Trace Gas Orbiter (TGO).

El primero de ellos lo encontró, pero debido a la distancia, unos 30 millones de km, 3i/ATLAS aparece demasiado sutil y difuminado. Pero TGO consiguió un éxito completo. Gracias a su sistema de imagen CaSSIS, el satélite de la ESA consiguió capturar una serie de imágenes que, combinadas, muestran al cometa como un difuso y brillante punto que se aleja a toda velocidad. Aunque la nave no está optimizada para captar objetos tan rápidos y lejanos (está diseñada para el monitoreo de la superficie de Marte), pudo registrar con total claridad el núcleo y la coma de 3i/ATLAS.

Y por si fuera poco, también el rover Perseverance de la NASA, que opera en la superficie marciana, consiguió una imagen el pasado 4 de octubre, en la que el objeto aparece como un rastro brillante en el cielo.

Cada una de estas observaciones aporta una capa más de información sobre el tamaño y la actividad de 3i/ATLAS. Y es que la incapacidad inicial de ver su cola en las primeras imágenes de julio no significa, como se ha visto, que ésta no exista. A medida que se siga acercando al Sol, esa actividad se irá haciendo más intensa.

Futuras observaciones

3i/ATLAS desapareció temporalmente de nuestra vista al pasar cerca del Sol, pero volverá a ser observable a mediados de noviembre, y los astrónomos están preparando ya nuevas observaciones para estudiar su evolución y su actividad cuando esté más cerca de nuestra estrella. En conjunto, este tercer visitante interestelar es una excepcional muestra física de cómo se ensamblan los bloques de construcción de la vida en otros mundos.

Estamos, pues, ante una oportunidad única. Hasta ahora, cada uno de estos objetos ha resultado ser diferente a los demás, y 3i/ATLAS apenas ha empezado a revelar sus secretos. Secretos que, pese a quien pese, se irán haciendo públicos tan pronto como se conozcan. Como los mensajes en una botella que llegan a la playa, los objetos interestelares están llegando a nuestro Sistema Solar, y lo hacen para contarnos, a todos, una historia tan antigua como la Vía Láctea.