Hace justo una semana, en su salida a hombros de la plaza de Zafra, Morante puso el broche final a la feria de San Miguel. Era una tarde de expectación por ver al maestro de la Puebla. En Extremadura no hemos tenido grandes opciones de verle triunfar, y no por falta de oportunidades sino porque cuando los astros no se alinean es complicado verle desplegar su duende.

El domingo 5 de octubre, se dieron todas las condiciones necesarias para ver a Don José Antonio sonreír, y ahí pudimos entender que esa tarde con tanta expectación, acabaría contraria a ese maldito refrán taurino, que tantas tardes nos ha acompañado en los cientos de kilómetros que algunos locos hemos hecho por la geografía española para ver al torero de la Puebla, nuestro torero.

Porque Morante es (aún no he asimilado hablar de él en pasado), nuestro torero, es un diestro de la calle, del pueblo, del que se come un paquete de pipas mientras escucha a un grupo de antitaurinos vociferar a las puertas de cualquier coso, Morante es quien torea como otros continúan soñando hacer, Morante es pasión dentro y fuera del albero, es quien abre las puertas de su casa cuando pasan los peregrinos camino del Rocío, es quien visita una capilla antes de pisar el ruedo, y lo hace con fe y devoción. Morante es fiel devoto del Señor y de su santa Madre, pero lo es por convicción, no por modas; es quien saluda en albornoz, desde el balcón del hotel donde ha llegado a hombros de cientos de jóvenes.

Anoche, tras cortar dos orejas a su toro en Las Ventas, con paso firme, en solitario y envuelto en lágrimas decidió quitarse el añadido que llevaba en su cabellera, sí señores, Morante se ha cortado la coleta. Somos muchos los aficionados que aún seguimos pensando que todo ha sido un mal sueño, que no ha sucedido tal cosa, que desde nuestra posición egoísta no queremos su retirada.


Morante de la Puebla se corta la coleta en Las Ventas y deja huérfano el toreo


La trayectoria del diestro Morante de la Puebla, en imágenes

Como decía al comienzo, la semana pasada en Zafra, después de verle hacer una faena épica, de verle dar la vuelta al ruedo con su cara de felicidad, le busqué a la salida, llegué hasta él cuando ya estaba dentro de su furgoneta y entre nervios, emoción y alegría le agarré la mano y le di las gracias por existir, por habernos regalado semejante temporada, sin duda alguna la mejor de su carrera y al mismo tiempo le pedía, de nuevo egoístamente, que nunca se retirase, que no dejara de hacer el paseíllo vestido de luces, él me miró, me apretó la mano y me dijo un gracias que me supo a despedida.

Al salir de aquel tumulto de gente, miré a mi pareja y le dije «me alegro de haber venido esta tarde a ver a Morante porque creo que ya no volveremos a verle torear» y por desgracia no me equivoqué. Ayer día de la Hispanidad, día de la fiesta Nacional, José Antonio decidió decirnos adiós y lo hizo como solo saben hacerlo los valientes, en el momento cumbre de su carrera profesional, en la temporada que nos ha hecho emocionarnos cada tarde, ha abierto la puerta grande de las diferentes ciudades por las que ha ido repartiendo su arte. Y es que el arte no tiene miedo y él tampoco lo ha tenido, ni en el ruedo ni fuera de ellos.

Gracias Morante por regalarnos esos lances capoteros, por enseñarnos que la vida por muy complicada que sea siempre tendrá motivos para seguir luchando, por hablar sin tapujos de la salud mental, las terapias y la necesaria medicación. Gracias por liarte el capote de paseo como nos has liado a los más jóvenes a ir a los toros.

Hoy me siento huérfana (que Dios y mis padres me perdonen) pero el adiós de Morante supondrá un antes y un después en mi afición al noble arte de la tauromaquia, seguiré yendo a los toros, y reconozco que te seguiré buscando en cada cartel una nueva temporada.

Hasta siempre maestro, gracias por hacernos ser unos privilegiados con su manera de torear, vivir y sentir.

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