Un pájaro herido llevaría a la mayoría a desentenderse o a proporcionarle cuidados rápidos para que emprenda el vuelo de nuevo y calmar la conciencia animalista. Como mucho. A Elsa Punset (1964) este hecho acaecido en la puerta de su casa le ha servido para alimentar a un animal necesitado y nutrir la búsqueda de reflexiones que nos conduzcan a un entendimiento mejor con nosotros mismos, a flexibilizar nuestras autoexigencias. Alas para volar (Destino) es una especie de diario que alterna las atenciones que Punset brinda al gorrión hasta que lo deja acogido en un centro para aves, con el crecimiento personal, trufado de obstáculos, como el difícil vuelo de ese animal minúsculo. La hija del conocido pensador Eduard Punset (fallecido en 2019) y colaboradora televisiva esgrime sus armas, como son el optimismo y la paciencia, para despegar este nuevo aterrizaje editorial.
¿Tiene algún pájaro o mascota nuevos? Ahora que ha aprendido a cuidar a los animales desvalidos…
No tengo mascotas, ¡la palabra me suena a siglo pasado!… pero mi perro Blai y yo somos coinquilinos. Compartimos las necesidades básicas de cualquier ser vivo: comida, cobijo y cariño.
Los humanos nos repetimos más de lo que creemos: los amores averiados, la dificultad para poner límites, las heridas de la infancia, el desgaste vital…
¿Cuál es su gorrión particular ahora? ¿En qué está centrada su capacidad de
atención y de superación?
Lo intuye bien, soy una entusiasta y voy de misión en misión. Ahora mismo me ocupo de los proyectos de mi fundación, termino de escribir una obra de teatro y acompaño al gorrión en sus primeros vuelos. Y entre vuelo y vuelo, intento cuidar también a los míos, poner alguna lavadora y celebrar lo cotidiano. ¡No paro!
Su pájaro no tiene nombre, solo un número. ¿Qué nombre le pone a los daños actuales del sistema: desatención, crispación, falta de empatía…?
Para mí, la enfermedad del momento es la pobreza afectiva en la que vivimos. Es lo que pasa cuando nos desconectamos de nosotros mismos, de los demás y de la naturaleza. Y cuando perdemos esas conexiones esenciales, todo se vuelve más frágil: los vínculos, la salud mental, incluso el sentido de vivir.
Dice en el libro que ha dedicado tiempo a curar errores de una etapa personal reciente. ¿Qué errores, cómo los ha enmendado?
Los humanos nos repetimos más de lo que creemos. Como en el arte, las variaciones son infinitas, pero los temas son los mismos: los amores averiados, la dificultad para poner límites, las heridas de la infancia, el desgaste vital… ¿Que cómo los voy enmendando? Con paciencia, una caja de Kleenex, mucho sentido del humor y helado de chocolate con menta (mi favorito). Lo que no mata, engorda.
Cuando hay voluntad colectiva, cambian las leyes, la tecnología, los hábitos… y hasta el futuro
¿Vuelan más alto los hombres que las mujeres? ¿Por qué?
No comparto la premisa. En todo caso, no siempre llega más lejos quien vuela más alto. Las aves migratorias no suben tanto… pero cruzan océanos.
La naturaleza ¿sucumbirá al frenético cambio climático? ¿Qué haremos entonces?
Si nos rendimos, seguro que sí. Pero no sería la primera vez que los humanos
reaccionamos a tiempo: ya lo hicimos con la capa de ozono o con la caza de ballenas. Cuando hay voluntad colectiva, cambian las leyes, la tecnología, los hábitos… y hasta el futuro.
¿Seríamos más felices y cercanos si nos dejáramos llevar por el contacto con la naturaleza de manera más frecuente? ¿Cómo practica usted esa proximidad?
Recuerdo casi a diario que estoy hecha de las mismas partículas que las estrellas, así que me basta con mirar el cielo. También he puesto en marcha la Fundación Punset Terraviva, que tiende puentes entre la naturaleza y el bienestar humano.
La alegría, la paz y el entendimiento social no son caminos distintos: nacen de la misma raíz
Habla de reaprender la alegría pero ¿cómo reaprender la paz y la necesidad de entendimiento social?
No tema, no hay que elegir. La alegría, la paz y el entendimiento social no son caminos distintos: nacen de la misma raíz. Solo hay que regarlos un poco cada día.
¿Por qué siempre parece tan fácil, según los teóricos como usted, salir del agujero en que uno se encuentra a veces?
No, no es fácil salir del agujero. Se parece más bien a estos versos de Yeats:
«He perdido mi escalera. Ahora debo tenderme donde empiezan todas las subidas, en la trastienda oscura, llena de harapos y huesos, del corazón.
Ahí empieza. Yo escribo para comprender y acompañar en ese proceso de volver a empezar».
¿Se siente presa de algo en estos momentos en que publica Alas para volar?
Sí, de una injusticia cósmica: somos mortales, Madrid no tiene mar y mi perro no sabe hablar. Y aun así, intento volar.
Mi padre, Eduard Punset, fue una luz en mi vida
De no vivir donde lo hace, ¿qué lugar escogería como residencia y por qué? Cita muchos escenarios en su libro: el Amazonas, Sri Lanka…
Soy la peor turista del mundo. Viajo en mi cabeza, como los armchair travellers ingleses (viajeros de sillón). Para ver mundo me suele bastar una habitación con vistas y un poco de wifi.
¿Todos tenemos una rama verde?
Sí. Pero no todos tenemos la paciencia de esperar a que un pájaro se pose en nuestra rama y se ponga a cantar. Y ahí está el meollo de la cuestión.
Una madre helicóptero es como la define una de sus hijas. ¿Se siente también una escritora voladora? ¿En qué nave?
El helicóptero no es mi medio de transporte preferido porque tiende a estrellarse. Prefiero un velero grande… y una estrella para guiarlo.
Sigue pesando la sombra de su padre, Eduard Punset, en su creación o él le dio alas para volar y para crecer? Hace seis años ya que murió.
Mi padre fue una luz en mi vida.