El Torta, Luis de la Pica, Caracol… El flamenco de siempre rompía el silencio de la furgoneta camino de la Monumental, un trayecto que se repitió dos veces el domingo. Ni siquiera su cuadrilla, su gran familia de la temporada, sabía que su … jefe de filas se iba a despedir en Las Ventas, que ya no sonaría en el coche ese desgarradora letra de «solo, siempre voy solo, debo de ser un solitario, entre quebrantos y penas, entre sueños y desengaños».

Sola y vacía se quedó la afición a las siete y treinta y cuatro de la tarde cuando Morante se desprendió de la castañeta: «No me la corté, me la quité», aclaró a los suyos. Y a ese matiz se aferran los fieles de un morantismo que ya es religión para la soñada vuelta. Puede que ni el maestro, recluido ayer en su suite del hotel Wellington, lo sepa. «Solo, entre quebrantos y sueños…». Pero pendiente en todo momento Pedro Jorge Marques, mucho más que su apoderado, el hombro en el que se ha apoyado en la lidia más difícil de su vida, la de una enfermedad mental que lo atormenta, capaz de llevarlo al infierno y convertir luego los tendidos en un paraíso.

La resaca emocional permanecía en los toreros y en los que sueñan con serlo. «¿Y yo ahora de quién aprendo?», sonaba un whatsapp a las dos de la madrugada. Era de Miguel García Rivero, el alumno de la escuela taurina de Salamanca que fantasea a orillas del Tormes con las verónicas nacidas en La Puebla. Lloraba desconsolado con la marcha de su espejo, con el que perdió los zapatos en su primera Puerta Grande. Hasta la hombrera Chenel y oro, ese lila en homenaje a Antoñete, le arrancaron al sevillano. Destrozado un vestido de estreno de la sastrería de Justo Algaba, una pieza de museo.

A Juan José Domínguez, banderillero de su cuadrilla, aún le tiembla la voz cuando recuerda el momento en que se despojó del añadido en el mismísimo platillo. «Cuando lo abracé llorando en los medios, me impresionó. Estaba roto. ‘Ya no puedo más, Juan’. Esta temporada le han cogido mucho los toros: la cornada de Pontevedra, las volteretas… Y esa naturalidad tan pura con la que torea, exponiendo tanto. Verlo tan entregado, sabiendo lo que conlleva la enfermedad que hay detrás, nos emocionó a todos». Subraya que ha sido un privilegio estar en la cuadrilla de una leyenda viva, que «torea como es».

El último viaje por la calle de Alcalá hasta Velázquez fue de sentimientos encontrados: «Estábamos felices por haber vivido una tarde histórica con un torero único, pero también apenados por su decisión, aunque bien merecido tiene descansar», comentaba Juan José Domínguez, un torero de plata que forma parte de esta memorable temporada de Morante, que dio las gracias a su cuadrilla. «Venía muy emocionado en la furgoneta. Le impresionaba la salida a hombros: ‘Me sentía como la Virgen del Rocío’, nos dijo. La Puerta Grande fue una locura». ¿Volverá? «¡Ojalá!». Es también el deseo de José María Amores, que aparece en esa foto ya imperecedera del sevillano en el centro del anillo, con lágrimas que mojaban hasta el agua. «Se nos va a quedar en la memoria el 12 de octubre y lo recordaremos cuando pasen los años», dice el tercero, que confiesa que los hombres de plata «también lloran». Como Domínguez, habla maravillas de José Antonio: «Es muy sensible, el mejor torero de la historia».