Jurgen Lakal ha vuelto a la clínica, en esta ocasión para ser operado de nuevo. Por lo que me cuenta Nati, su mujer, está en la recta final de su vida. «De hecho –añade– este sábado se va a despedir de la familia, cosa que hará en nuestra casa. También se despedirá de las redes sociales donde tiene muchos seguidores, y el sábado de la semana que viene, también en casa, se despedirá de sus amigos más allegados».
A todo esto me lo contaba anteanoche, desde la clínica, y lo hacía con resignación, asumiendo lo que hay, sin derramar una lágrima, pues las ha agotado todas.
De mujer famosa…
A Nati la conozco desde ya ni sé cuántos años. Ella tendría unos 18, y era muy bella, además de abierta, extrovertida, siempre alegre, pero muy trabajadora, cosa que hizo durante bastantes años en el hotel Son Vida. También sabía divertirse, pasárselo bien, pues entendía que si había un tiempo dedicado al trabajo, del resto podía disponer a su gusto.
Por una serie de circunstancias pasó de ser conocida en Palma, sobre todo por los concursos de belleza que ganó, a conocida en España a raíz de su noviazgo con Jesulín de Ubrique, que desembocó en apariciones casi continuas en los programas de más audiencia de Tele 5 de aquella época, como Crónicas marcianas, entre otros, lo que le supuso convertirse en famosa.
Y una vez en esa situación, pensó en ser actriz, para lo cual se preparó, acudiendo a clases, lo cual le dio pie a participar en secuencias de algunas series. En esas estaba, cuando apareció en su vida Jurgen Lacal, que se convertiría en novio, y con el tiempo en el amor de su vida, tanto que lo dejó todo por él, ya fuera para lo bueno como para lo no tan bueno.
Esposa entregada
Jurgen, que es políglota, estudió, con la ayuda de Nati, para ser traductor en los juzgados, trabajo que ejerció en Palma hasta hace casi ocho años, que fue cuando le detectaron un cáncer de colon, que, si cabe, los unió más. Él tuvo que dejar el trabajo, y cuanto hacía, y ella lo dejó todo para estar a su lado, para cuidarle, para estar pendiente de él.
Durante estos últimos años, Jurgen ha sufrido numerosas operaciones, tantas que apenas le queda colon, todo por seguir agarrado a la vida, contando siempre con Nati, pues en todo momento estuvo con él, ya fuera en la clínica, tras la operación, ya fuera de viaje mientras él pudo, viajes que solían hacer en una autocaravana con la que recorrieron gran parte de España y algunos territorios allende los Pirineos, con la esperanza de que la ciencia lograría el milagro, cosa que no ha sucedido.
Pese a ello, Nati siegue a su lado, día y noche, sea en la clínica, a la que ha estado visitando a menudo en los últimos tiempos, unas veces por puro trámite, otras para ser intervenido, como sucedió hace un par de días. Es más, Nati tampoco ha dejado de estar a su lado en ningún momento pese al problema que una caída le originó en una de sus rodillas, y que apenas la permite caminar. Le han propuesta que pasara por el quirófano, mas ella se ha negado.
«Mi deseo es seguir estando a su lado –dice–. Cuando decidimos caminar juntos, decidimos hacerlo en lo bueno y en lo malo, y ahora, y no por obligación, sino porque así lo quiero, es estar con él», me decía anteanoche, desde la clínica, de la que se supone saldrá hoy para irse a casa, «pues él, aunque ya casi no puede moverse y su voz es apenas perceptible, quiere estar en casa».
(Yo me descubro ante esta mujer. Y no solo por la capacidad de aguante que tiene, sino, simplemente, por querer estar al lado de la persona que la hecho feliz, y más en momentos como este).