¿Se puede tocar el gran tema del Apocalipsis con humor, cinismo y un punto de sana indulgencia? De la escatología cristiana se ha escrito mucho, pero la próxima vez que alguien le hable del Apocalipsis recordará, si acierta a leerla, ‘El mundo acabará en viernes’, de Manuel Moyano (Córdoba, 1963). Otras referencias cargan sobre el terror y lo macabro. ‘La carretera’ de Cormac McCarthy, ‘Soy leyenda’ de Richard Matheson, ‘El día de los trífidos’ de John Wyndham, ‘Apocalipsis’ de Stephen King y ‘Ensayo sobre la ceguera’ de José Saramago son algunos ejemplos. Pero el autor cordobés vuelca el espejo narrativo hacia la tradición evangélica y una interpretación más literal que las de otros autores, pero también bastante más descarada.

En esta novela coral, enhebra una serie de personajes, variados en su carácter, nacionalidad y condición moral. Un psiquiatra debe decidir si el hombre que han encontrado vagando por tierras de Idaho es Ernest Hemingway. Un terremoto en Nápoles acaba con miles de personas. Una explosión nuclear en la India provoca que la nube radiactiva se extienda por medio continente con catastróficas consecuencias.

Una empleada de una productora israelí conoce a un joven atractivo y carismático llamado Yeshua. El festival de Eurovisión peligra por una amenazadora plaga de langostas que ha arrasado Egipto y se dirige a Tel Aviv. Un paparazi parece que puede obtener una foto de Lady Di viva. Mientras Boris Woon, empresario depravado que amasa una fortuna gracias a programas de telebasura, conoce el sentido de lo que ocurre pese a que no lo esperaba tan pronto.

Estupefactos ante lo evidente, deberán recapitular y valorar su historia personal para acomodarse al hecho inevitable del fin de los tiempos. Reaccionan con incredulidad al principio, pero no tendrán más remedio que rendir su reticencia y asumir lo inverosímil como probable y, finalmente, como seguro.

Algo tan serio como el fin del mundo se vuelve, en ocasiones, hilarante

Todos los fenómenos escatológicos se concitan en la novela de Moyano: la Parusía o Segunda Venida de Cristo; el Juicio Final, en el que los justos serán acogidos por Dios y los malvados arrojados a la Tierra para siempre; la Resurrección de los Muertos; el Arrebatamiento, cuando los buenos son literalmente alzados por los aires y llevados ante el único, el ubicuo, el inabarcable o el incomparable, como él mismo se define en un momento dado de la obra.

Humor y equilibrio

Porque no falta nadie. Dios se representa como un gusano gigantesco y viscoso, con un gran pico dentado, rodeado de apéndices con forma de garfios o tentáculos y una piel transparente a través de la que palpitan sus intestinos. Una suerte de horror ‘lovecraftiano’ de cierto planeta de otra galaxia muy del gusto del todopoderoso señor del universo. También tenemos a Jesús, y a la Bestia, que predica contra la vanidad de una eternidad adorando a Dios, en eterna felicidad, ignorantes de los seres a quienes amamos en la tierra y generosos con aquellos a los que perdonamos por sus ofensas.

Básicamente, Moyano retrata en ‘El mundo acabará en viernes’ la Gran Tribulación para los seres humanos, ese periodo en el que tendrán que acelerar el ritmo de buenas obras que permita el perdón de sus pecados antes del Juicio Final. Y lo hace con un humor corrosivo y un equilibrio excelente entre el respeto a las confesiones cristiana y las dudas de ateos y agnósticos.

Cada personaje expone sus deseos y pensamientos a la revelación que supone el Apocalipsis. Algunos solo quieren continuar su vida con tranquilidad, y otros escapar de este mundo para ser felices. Algo tan serio como el fin del mundo se vuelve, en ocasiones, hilarante. Con un ritmo ágil y un prosa vibrante y clara, llena de concisión y acierto expresivos, el autor compone un novela irreprochable, entretenida, absorbente. El Apocalipsis resulta así muy divertido. Aunque deseemos que el mundo no se acabe el viernes, ni ningún otro día de la semana.

El mundo acabará en viernes

Manuel Moyano

Menoscuarto Ediciones

223 páginas

17,90 euros