En pocos días he leído tres noticias en diferentes medios (convencionales y digitales) sobre el éxito comercial de escritores consagrados. Las tres noticias hacen referencia a “copias vendidas” y me ha sorprendido, porque hasta ahora siempre se había hablado o de libros o de ejemplares vendidos. Deduzco que será un calco de la denominación anglosajona que, como sucede en casi todos los ámbitos (no sé porque digo casi), prefieren someterse a una primera potencia extranjera o, directamente, adoptar la denominación colonizadora. O puede que sea una imitación de la industria musical. El caso es que no hay que descartar que pronto acabemos diciendo que unos escritores han sido los que más copias han vendido el día de Sant Jordi.

Libros en el expositor de una librería
Marta Fernández Jara – Europa Press / Europa Press
Conjeturo que manifestar cierta resistencia contra esas imposiciones sutiles o brutales nos sitúa en la trinchera de los que deberían plantearse si no se estarán convirtiendo en anacrónicos gruñones y tiquismiquis. También existe otra posibilidad: entender que la realidad puede cambiar de nombre y que la evolución puede responder a una naturalidad no forzada. Ejemplo: cuando era pequeño, a los grupos de música los llamábamos conjuntos. Si tres o cuatro amigos nos reuníamos para desafinar juntos, necesitábamos tener un nombre con ínfulas de originalidad para, imitando a nuestros ídolos, sumarnos a la comunidad de los, entonces, conjuntos. Con la misma naturalidad, los conjuntos pasaron a llamarse grupos. Y cuando parecía que grupo ya se había consolidado como certeza inamovible, llegó —vuelvo a sospechar que como contagio anglosajón— el concepto banda.
Cuando era pequeño, a las que hoy llamamos bandas, las llamábamos conjuntos
Resultado: una misma persona podía haber admirado a los Sirex como conjunto, a Talking Heads como grupo y a Mishima como banda. ¿Pasará lo mismo con la palabra ejemplar ? Por si acaso, me reafirmo en mis preferencias y celebro que tanto la RAE como el IEC mantengan el concepto ejemplar con una definición más precisa e inequívoca que la de copia . Y en los contratos de edición que, por suerte, todavía firmo de vez en cuando, me gusta que se hable de ejemplares, igual que cuando vivo ese momento emocionante en el que un repartidor me entrega un paquete de la editorial con, en su interior, los libros que me corresponden, recién salidos del horno (“recién imprimidos en Capellades”, dice, como tantos otros libros imprimidos en Catalunya) y la nota en la que me informan de que la edición será de quinientos o de mil ejemplares.
Lee también
Puede que me acabe acostumbrando –o resignando– a la denominación de copia . Pero, a estas alturas, prefiero mantener mis fidelidades y parecer un carca recalcitrante que apuntarme a una modernidad que no me reportará más beneficio que parecer el típico impostor que cree que repitiendo guay , random , red flag y copias será más joven de lo que le marcan la próstata, el colesterol, la alopecia, la tendinitis recurrente y los años que le faltan para jubilarse.