¿Las mujeres siguen apareciendo en los márgenes de los libros de texto de Historia, en recuadros o apartados excepcionales, separadas del cuerpo principal del relato, como si hubieran estado ajenas al devenir de la Humanidad? La respuesta es sí. A pesar de los avances legales, los estereotipos persisten en los materiales escolares de todo el currículum académico (Primaria, Secundaria y Bachillerato), que continúan perpetuando un relato androcéntrico donde lo masculino se presenta como lo universal y lo femenino, como accesorio.

Tres académicos de la Universidad Complutense de Madrid han analizado, desde un enfoque cualitativo y cuantitativo, los manuales de Historia para determinar si incorporan la perspectiva de género. Su investigación va más allá de contabilizar los nombres femeninos. Han tenido en cuenta la autoría de los textos, el lenguaje y el contenido visual de los libros, evaluando si usan lenguaje inclusivo y no sexista, si equilibran la presencia de hombres y mujeres, y qué lugar discursivo ocupan.

Hay buena intención, pero todavía abundan las informaciones como ‘las mujeres en’

Isabel Tajahuerce ÁngelDocente en la UCM e investigadora 

La investigación, en la que han trabajado Isabel Tajahuerce, docente e investigadora; Manuel Rodríguez, psicólogo; y María López, pedagoga –todos ellos con amplia trayectoria en estudios feministas y de género–, revela que a medida que se avanza en los niveles educativos se estanca el progreso en la incorporación de la perspectiva de género.

“No se contextualiza. Se sigue tratando su participación como algo excepcional, cuando debería integrarse de forma natural y contextualizada en la historia”, expresa Tajahuerce, directora de la Cátedra Extraordinaria de Valores Democráticos y Género. Aunque admite “buena intención”, todavía abundan las informaciones como “las mujeres en” o se incluyen biografías de mujeres en la parte trasera del libro.

En Bachillerato, donde se corre para llegar a Selectividad, esos apartados suelen ignorarse o se tratan de forma superficial

Manuel Rodríguezpsicólogo y doctorando en estudios feministas y de género

Tajahuerce menciona, en conversación con La Vanguardia, momentos clave como la Revolución Francesa: “Muchos estudiantes llegan a la universidad desconociendo que la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano fue exclusivamente para el hombre, y que el concepto ciudadano solo podía ser masculino”. Se presenta esa etapa como el origen de las libertades modernas, cuando para las mujeres supuso justo lo contrario.

Manuel Rodríguez, psicólogo y doctorando en estudios feministas y de género, remarca que incluir a “cuatro mujeres pioneras en los márgenes” no basta para contar la historia. “Su estudio queda a la voluntad del profesorado, y en cursos como segundo de Bachillerato, donde se corre para llegar a Selectividad, esos apartados suelen ignorarse o se tratan de forma superficial, reforzando la idea de que son contenidos secundarios”.

A mayor nivel educativo, menor perspectiva de género

Otro de los hallazgos es que los libros no solo siguen relegando los ámbitos feminizados –como los cuidados–, ignorando que sin ellos la supervivencia humana sería inviable, sino que tampoco tratan a los hombres desde una perspectiva de género. “En los manuales, cuando aparece un grupo de mujeres, como por ejemplo Las Sinsombrero, el género es lo que las identifica. Pero cuando el grupo es masculino, el género ni se menciona y se presenta desde la neutralidad y universalidad”, detalla Rodríguez.

En los primeros niveles, la educación se asocia más al cuidado y la formación integral del alumnado, mostrando una mayor participación de mujeres y una visión más igualitaria. Pero, conforme los contenidos se especializan y adquieren mayor prestigio, se produce una “masculinización” del ámbito educativo, es decir, predominan los hombres y disminuye la perspectiva de género.

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Esto se evidencia especialmente en las autorías. “Mientras que en la Primaria eran paritarias, cuando llegamos a Bachillerato solo el 11% eran mujeres y en varios casos la autoría era íntegramente masculina”, detalla Rodríguez. Cabe señalar que ninguno de los autores identificados cuenta con publicaciones previas que integren la perspectiva de género en sus trabajos académicos.

Además, hay una diferencia, señalan los investigadores, entre introducir la perspectiva de género o hacerlo por obligación. En algunos libros, la inclusión de la mujer en los apartados finales responder a una obligación legal, en este caso con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

“Incluso cuando se incorporan figuras femeninas, aparecen estereotipadas como madres, como mujeres racializadas o como pobres, sin un análisis crítico que explique la feminización de la pobreza”, expresa Rodríguez.

El impacto de excluir a las mujeres del relato histórico

¿Qué impacto tiene excluir a las mujeres del relato histórico? Para María López, investigadora y pedagoga, se está construyendo un imaginario social “irreal” que limita las opciones vitales, académicas y laborales de gran parte de la población. Al presentar a las mujeres como “pioneras excepcionales”, se refuerza la idea de que solo unas pocas, las que no eran “acordes” a su época, cuando en realidad muchas otras participaron en esos procesos históricos. “Los movimientos feministas no son gérmenes que aparecen de repente, son fruto de redes y luchas compartidas. Si seguimos colocando a las mujeres como excepciones, restringimos la identidad femenina y limitamos la posibilidad de revertir las estructuras sociales, que perpetúan la desigualdad”.

Un modelo educativo que no incluye la perspectiva de género tiene un impacto simbólico y real en el rendimiento académico. “A las chicas se les ha transmitido que deben ser sobresalientes para conseguir lo mismo que los chicos logran sin tanto esfuerzo”, explica el psicólogo Manuel Rodríguez, quien señala que esta desigualdad se refleja en las diferencias de notas, las tasas de abandono escolar y la elección de carreras universitarias y en la Formación Profesional, así como en la distribución laboral posterior. 

La elección de nuestros estudios está profundamente condicionada por la socialización de género

En este sentido, el problema no es solo que existan estudios feminizados y masculinizados, sino que los primeros están sistemáticamente “peor valorados, tanto social como económicamente”. “Aunque se diga que elegimos nuestros estudios libremente, en realidad estos están profundamente condicionados por la socialización de género, donde el relato histórico juega un papel central”, resume Rodríguez.

Editoriales y administraciones deben establecer criterios claros y vinculantes

Para cambiar el enfoque e incluir a las mujeres en el relato oficial, es necesaria una “revisión de los contenidos”. Para ello, los investigadores aseguran que esta transformación no puede recaer exclusivamente en el profesorado. Las editoriales y administraciones educativas deben establecer criterios claros y vinculantes. “Si queremos crear materiales que incluyan la perspectiva de género, necesitamos a personas expertas en género y en feminismo, redactando o colaborando en la redacción de esos materiales”, expresa López.

Paralelamente, su compañera Isabel Tajahuerce expresa la necesidad de incluir la formación específica en igualdad en los estudios universitarios del profesorado: “No puedes aplicar la perspectiva de género porque pongas buena intención o hagas un curso de diez horas”.