Hay momentos que no solo se capturan con una cámara, sino que se graban en el alma. Es lo que le ocurrió al fotógrafo Rubén Díaz hace justo un año, cuando paseaba por la zona de El Molinar, en Palma, y se encontró con una escena que le robó el corazón: una mujer mayor, pescando tranquila al borde del mar, acompañada de su fiel perro, bajo un atardecer otoñal que pintaba el cielo de mil colores.

La mujer, llamada Paquita, accedió a ser fotografiada con humildad y cierta timidez. «Claro que sí, pero no salgo muy bien nunca», le dijo. Rubén, con la sensibilidad que caracteriza su obra, le respondió que eso corría de su cuenta, prometiéndole retratarla de «la mejor manera posible».

El resultado fue una imagen llena de ternura y verdad. Paquita, con una mirada serena que parecía regresar a su juventud, quedó inmortalizada en un instante de pura paz. «Una de mis fotos más bonitas, por lo que es y por lo que transmite», confiesa el fotógrafo.

La historia no terminó ahí. Rubén decidió regalarle la foto impresa y enmarcada a Paquita, quien hoy la tiene en su casa. Y justo esta semana, al encontrarse por casualidad con la protagonista y con su hija, Rubén revivió el recuerdo: «Ese momento fue precioso, de esos que te llegan al corazón», contó a Ultima Hora.


Hace unos días se reencontraron por la calle y Paquita le quiso enseñar el retrato, que conserva enmarcado en su casa. Foto: Rubén Díaz.

Para el fotógrafo, esta experiencia es un ejemplo de lo que significa su arte. «No se trata solo de sacar bellas tomas, sino de conectar con el entorno y con las personas, de llegar más allá del simple click, de tocar el botón de los corazones», reflexiona.

Historias como la de Paquita y Rubén nos recuerdan que, a veces, una simple fotografía puede capturar mucho más que una imagen: puede transmitir una vida entera.