Sábado, 18 de octubre 2025, 19:18
| Actualizado 19:26h.
La Desértica emergió una vez más como un desafío absoluto en su séptima edición, un territorio donde la voluntad se entrelaza con la resistencia y cada esfuerzo humano se convierte en un acto de heroísmo. Desde que la primera luz del día tocó la Avenida Federico García Lorca, junto al Mirador de la Rambla, hasta que la meta se erguía en el Parque de los Bajos de Roquetas de Mar –mismo punto de inicio e idéntico punto de llegada–, cada tramo se convirtió en un escenario donde la mente y el cuerpo se fusionaban, donde cada pedalada, cada zancada y cada respiración contaban una historia de determinación y entrega total. La prueba se desplegaba ante los ojos de los presentes como un río de energía contenida, un lienzo donde la fuerza de los competidores iba a dibujar relatos de coraje y epopeya.
Desde la primera salida, a las 8:00 horas, los ciclistas de montaña se lanzaron con el corazón en la boca, cada impulso de pedal resonando como un compás de valentía. Las horas se deslizaban mientras los valientes corredores dominaban las curvas, escalaban las pendientes y enfrentaban cada repecho como quien desafía su propia existencia. La dureza del terreno, más blanda en los inicios porque las obras de la A-7 a su paso por Viator evitaron el esfuerzo que siempre ha supuesto ascender la Calle Campoamor, con sólo ocho kilómetros en las piernas y que ha reflejado siempre imágenes de cierta impotencia con bikers echando pie a tierra. De todas formas, el recorrido exigía concentración absoluta, coordinación perfecta y un temple que sólo la experiencia y la pasión podían garantizar. Cada bicicleta, cada ciclista, se convertía en una extensión de la fuerza, del ingenio y de la persistencia humana, avanzando con la elegancia de un guerrero que conoce su límite, pero que lo empuja una y otra vez más allá.
Los e-bikers, que partieron poco después, añadieron un nuevo matiz a la jornada, demostrando cómo la tecnología puede amplificar la grandeza del esfuerzo humano. Cada uno de ellos parecía dialogar con la máquina como si compartieran un lenguaje secreto, ajustando fuerza, cadencia y estrategia en un equilibrio casi místico entre el hombre y la máquina. La energía que emanaban al recorrer cada tramo era distinta pero complementaria, un recordatorio de que la Desértica no es solo resistencia física, sino creatividad, control y armonía entre cuerpo y tecnología.
Un acto de voluntad
Cuando los marchadores comenzaron su recorrido, la atmósfera se llenó de determinación pura. Cada zancada era un testimonio de disciplina, cada respiración un acto de voluntad. La mente se enfocaba en un solo objetivo, el de avanzar, superar, no ceder. Cada participante parecía esculpir su propio camino, dibujando historias de esfuerzo y heroísmo en el aire que se comprimía entre ellos y la meta. La distancia se convirtió en espejo de la persistencia, en una prueba donde la fuerza interna era tan vital como la fuerza de las piernas.
El recorrido de la Desértica ofrecía momentos de tensión y dramatismo en cada tramo. Los últimos metros se convirtieron en un teatro de emociones intensas, donde la fatiga y la adrenalina se mezclaban en proporciones casi iguales. La sensación de proximidad de la meta transformaba cada músculo, cada fibra, en un instrumento afinado para la resistencia final. Los espectadores, testigos de la epopeya, sentían cómo la atmósfera vibraba con cada gesto de los corredores, con cada impulso final, como si el propio terreno reconociera la grandeza de quienes lo recorrían.
Leyenda
Los logros individuales se elevaron a la categoría de leyenda. Los primeros hombres en cruzar la meta en la MTB masculina lo hicieron casi al unísono, separados por milésimas de segundo, mostrando que la excelencia no siempre se mide en segundos, sino en el compromiso absoluto con la perfección y la sincronía. Cada pedalada de Daniel Martínez Cazorla, David González Tirado y Javier Sánchez Asensio se transformó en un acto de poesía en movimiento, un testimonio de cómo el sacrificio compartido puede alcanzar un nivel de épica que trasciende la competencia individual.
En la MTB femenina, la hazaña de María Esther Maqueda no fue solamente un triunfo sobre el cronómetro, sino que plasmó un relato de estrategia, técnica y dominio de la propia voluntad. Victoria Mayoral repitió su posición del año anterior, consolidando una constancia que roza la eternidad, mientras María José Salvador completó el podio con firmeza, demostrando que el valor y la resiliencia no se rinden ante la presión ni la expectativa. Cada corredora convirtió la prueba en un escenario de heroísmo, donde la velocidad y la precisión se fusionaban con la fuerza del espíritu.
Jesús Castillo Chacón, primer e-biker en cruzar la meta, ofreció una perspectiva diferente de la gloria. La máquina y el hombre, unidos en un solo impulso, se convirtieron en extensión de la ambición y la decisión. Cada giro de rueda, cada maniobra en los tramos más difíciles, fue un acto de precisión y dominio absoluto, recordando que la modernidad y la tradición del esfuerzo humano pueden coexistir en armonía épica.
El montañismo inclusivo añadió un matiz conmovedor y luminoso a la jornada. Pablo Solsona fue el primero en cruzar la meta, seguido por el almeriense Jairo Ruiz, un atleta paralímpico acostumbrado a firmar épicas. Ayer mostrando que la verdadera victoria no siempre reside en el tiempo o la posición, sino en la perseverancia, en la capacidad de superar limitaciones y transformar la adversidad en fuerza. Cada movimiento de estos corredores transmitía un mensaje universal, el de que la determinación puede trascender cualquier barrera y cada paso se convierte en una declaración de fuerza y coraje que inspira a todos los presentes.
Una ganadora
En la disciplina de marcha, María Romero cruzó la meta con un gesto que rozaba lo heroico, superando su tiempo del año anterior y consolidando su dominio con elegancia y precisión, algo que logra en las grandes citas, pues ya había ganado la Cuna, la Africana, los 101 kilómetros de Ronda y la prueba almeriense. Mayer Adsuar y Alicia Cabeza completaron el podio femenino, demostrando que la determinación, la técnica y la constancia pueden coexistir y elevarse a un nivel épico. Cada respiración, cada impulso, cada paso de estas marchadoras se convirtió en una narrativa de fortaleza y maestría, recordando que el coraje se manifiesta tanto en la constancia como en la velocidad.
La grandeza también se manifestó en la dimensión colectiva. Los Satélites, primer equipo de marchadores en alcanzar la meta, representaron la unidad y la coordinación perfectas, avanzando como un solo cuerpo. Cada gesto, cada paso sincronizado, era un acto de estrategia y fuerza compartida, un recordatorio de que la victoria no sólo pertenece al individuo, sino también a quienes avanzan juntos, multiplicando la energía de cada miembro y haciendo que el esfuerzo común se transforme en un monumento a la cooperación y al espíritu de equipo.
Cada rincón de la Desértica se convirtió en escenario de epopeya, cada participante en protagonista de una historia tejida con coraje, disciplina y entrega absoluta. No se medían sólo los segundos o los puestos, sino la intensidad de la pasión desplegada, la fuerza del carácter y la capacidad de superar los límites personales. Cada meta alcanzada era un altar a la tenacidad y cada nombre inscrito en la planilla de jueces un monumento al heroísmo cotidiano, a la constancia y a la fuerza de voluntad que hace de los corredores leyendas de su propio relato.
La Desértica no es sólo una prueba deportiva, sino es un lienzo donde se dibujan epopeyas individuales y colectivas, donde cada respiración, cada pedalada y cada zancada adquiere el peso de un canto heroico. Cada llegada se convierte en celebración de la entrega absoluta, del espíritu humano elevado a su máxima expresión, de la voluntad que se niega a ceder frente a la distancia, la fatiga o el desafío. En este territorio, el tiempo se diluye, la meta se transforma en altar y cada gesto de cada participante se convierte en poesía de resistencia, coraje y entrega.
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