Llegué como siempre a la librería a ojear, pero tenía un título en la cabeza, Kentukis de Samanta Schweblin. Le pregunté a la librera y me respondió que no estaba, pero como si la causalidad del libro con el lector tuviera su destino, otra de las libreras me dijo “justo acaba de llegar una caja con libros de Schweblin y pedimos varios de Kentukis”. Era mi día para llevarme el libro, para volver a leer a la autora y para asombrarme con la contundencia de ella en esta historia.
No soy el “The New York Times” o “The Guardian” para definir esta novela como ellos lo hicieron: “inquietante y aterradora”, aunque sí, también; pero no me iré por lo técnico, por el estilo, por la realidad que parece acercar al suceso del libro o caer en el punto común de “si viste Black Mirror, este libro te encantará”.
Ahora hablo de la novela, de la historia que Samanta Schweblin se inventó aquí. Los Kentukis quizá son muñecos, pero un poco más que eso, aunque no alcanzan a parecer un animal de compañía o una mascota. Puede ser un conejo, un topo o un anhelado dragón. El kentuki es manejado por alguien que es un ser humano, alguien que se registró porque quiere serlo; al otro lado está el “amo”, quien le ordena qué hacer, quien le muestra su entorno. Quién hace de kentuki puede estar en Perú o Venezuela. Quién le da órdenes puede estar al otro lado del mundo, donde hay nieve. Puede ser en Alemania o Japón, no se conocen, quizá nunca lo harán, pero podrán encontrar sus formas para resolver esa duda, esa distancia.
Ustedes que me leen, ¿elegirían ser o tener un kentuki? Yo aún no lo sé. Tampoco sé si quisiera ser topo, conejo o dragón, porque uno no elige, es al azar, así como el lugar del mundo. Aunque quien lo tiene si puede elegir, pero no puede elegir del todo cómo se comportará el kentuki.
En el club de lectura que modero o “desmodero” con mi amigo Gerardo, hablamos en un encuentro sobre la genialidad de las y los escritores. De ese momento brillante para encontrar una historia que enganchará a quien elija el título para leer y termine, quizá, por recomendarlo, regalarlo a alguien especial o hasta guiar el camino de quien lo escribe para tener el reconocimiento que le lleve a muchas manos. No creo que sea el azar, la suerte o las editoriales y su mercado. Sí hay quienes escriben que buscan ese camino del reconocimiento, otras personas lo harán porque necesitan expresarse más allá de ellos mismos. No habrá forma de leer todo lo que han escrito en el transcurso de la humanidad, la verdad que daría pereza hacerlo y no sería una buena vida, pienso. Lo que sí es bueno es encontrarse con lecturas que permitan que la imaginación genere ese viaje junto a quien escribe las historias. Como en este caso, viajar por los relatos y sucesos que generan los kentukis en quienes los activan en esa vida distópica, aunque tampoco quisiera hablar de distopias con este relato. Al igual que el punto común de Black Mirror, no estamos tan lejos de cosas similares en esta evolución humana, tecnológica y relaciones máquina-humano.
Justo mientras escribía esto un amigo me envió la noticia de que una de las herramientas de inteligencia artificial permitirá el erotismo, algo que hasta ahora no había entrado en este juego de conversación entre humano y las IA. Pero si ya hay un reemplazo del acompañamiento psicológico entre humanos y lo intermedia una máquina, y que el onanismo es opción en la soledad y es también necesaria para el deseo, un actor adicional ya es lo normal. Y si bien aún no estamos en el mundo de los kentukis, si estamos cerca a vivir en Her, la película de Spike Jonze que tanto se referencia para hablar de lo que hoy acontece el mundo con las inteligencias artificiales.
Me gusta la inteligencia artificial pero la evito, tengo la distancia prudente entre usarla como es debido y no perder la posibilidad cognitiva de crear por mi cuenta en la mayoría de lo posible. Digo que me gusta porque investigo, leo, sigo y observo, pero no hace parte primordial de mi cotidianidad. Aún no se me va en un texto el párrafo final del resumen que entrega una consulta en algún chat de IA o envío un documento generado en su totalidad por ellas. Me gusta esa distancia, esa timidez.
Kentukis de Samanta Schweblin da para mucho, para devorar sus 221 páginas y recomendarlo, para esperar unos cuantos años o quizá meses y decir “esto ya pasó en un libro”. Así como aún decimos “Los Simpson lo predijeron” o seguir usando a Her como referencia en este escenario actual de las inteligencias artificiales y las emociones.
Hasta la escritura de esta columna, el libro estaba disponible en la Biblioteca Pública Piloto y en algunas sedes de las bibliotecas de las cajas de compensación. También en algunas librerías está disponible en una reedición con nueva carátula.