A veces apetece añadirse al consenso para decir, por ejemplo y en este caso, que Marc Cerdó ha escrito una magnífica novela. Hablo deUna luz sumergida, publicada por Club Editor. Marc Cerdó hace una reconstrucción de la figura de su madre, la también escritora Xesca Ensenyat, quince años después de su muerte. Y de su relación –y todavía tiene, y seguramente tendrá toda su vida– con ella.
Xesca Ensenyat fue una novelista mallorquina, nacida en 1952 en el Port de Pollença, autora de novelas bien notables como Villa Coppola, Una moda fresquita o Cuando venía la escuadra. También de narrativa corta, como la del volumen Cambio de peluquería y otras miserias. Por edad y por afinidades literarias e ideológicas, es fácil situarla al lado, o cerca, de autores como Maria Antònia Oliver o Biel Mesquida. En 2012, tres años después de la muerte prematura de Xesca Ensenyat, Lleonard Muntaner Editor publicó una novela póstuma importante, Otra vida. Marc Cerdó se cuidó de la edición de esta novela –y del cuento infantil Babalusa, la medusa–, y es posible (no sé) que entonces empezara a pensar en lo que ha acabado siendo Una luz sumergida.
Además de escribir su obra literaria, Xesca Ensenyat fue lo que suele llamarse una mujer avanzada a su tiempo ya su entorno que, entre otras cosas, se atrevió a decidir ser madre soltera en la Barcelona y en la Mallorca –ya que alternaba la vida entre estos dos lugares– de 1974. Es decir, en un tiempo y un país que eran completamente hostil. Una luz sumergida narra esta decisión y sus consecuencias en la vida de Ensenyat, y también la relación entre madre e hijo a través de sus dos voces trenzadas, enfrentadas, confundidas, a menudo sobrepasadas de sí mismas. Es una relación de amor tan llena como la que pueda ser la de cualquier hijo con su madre, pero también una relación marcada por la precariedad: económica, artística, vital, psicológica, mental. La madre se da cuenta de que el hijo la lastra, y el hijo se da cuenta de que ella se da cuenta. Sin embargo, no hay reproches, subrayados ni sobreactuaciones. No existe la molesta sensación de que produce un narrador que se cree más inteligente que sus personajes o que sus eventuales lectores.
Al final de lo que cuenta, tan bien contado, Una luz sumergida, hay una pregunta: ¿qué hemos venido a hacer en este mundo? Por qué nacemos, por qué vivimos, por qué morimos. Existe la constatación de no acabar de conocer nunca a otra persona, aunque sea la propia madre, aunque sea rascando dentro de sus secretos y dentro de sus papeles íntimos. Hay crueldad, hay llanto, hay sonrisa y melancolía, una tristeza hermosa y elegante. Hay, al final, una novela que habla de algo que le importa al autor, y consigue que nos importe también a nosotros, los lectores. Al fin y al cabo, como dice la voz de Xesca Ensenyat en un momento del libro: «El lector es una figura creada por los editores, para que puedan sacar adelante su industria; en realidad, el lector no existe».