Ya que está tan de moda cargarse libros y cuentos infantiles clásicos por sexuales, inapropiados o lo que sea, yo creo que deberíamos borrar o bien quemar si nos parece mejor, también unos cuantos libros “de mayores” de nuestras bibliotecas. Por ejemplo podríamos empezar por El Cantar de los Cantares de Salomón, que decía: “Tus cabellos son como manadas de cabras/ que se recuestan en las laderas del Galaad”.

Después podríamos eliminar de nuestra literatura a Walt Whitman, un pansexual americano chiflado y muy difícil de entender: “Yo canto al hombre de pies a cabeza/ no a la fisonomía ni al cerebro/ yo digo que la forma completa es la digna/ y canto a la mujer igual que al macho.”

¡Uau, esto es de nota! Yo a Walt Whitman lo llevaría al paredón directamente.

A continuación podríamos borrar de los libros de texto y de los diccionarios a todos los clásicos como Ovidio y su maldito Ars Amandi: “Queremos mujeres reidoras y cantarinas”. O a Quevedo ya puestos en plan más español: “Serán ceniza, más tendrán sentido/ polvo serán, más polvo enamorado”. ¡Menudo elemento Quevedo, aquel antisemita, lo que escribía sobre el amor y la muerte! Hay que fastidiarse. Después seguiríamos con los que hay que eliminar por inapropiados, obscenos o políticamente incorrectos, y en toda la historia hubo muchísimos.

Ya que está tan de moda cargarse libros y cuentos infantiles clásicos por sexuales, inapropiados o lo que sea, yo creo que deberíamos borrar o bien quemar si nos parece mejor, también unos cuantos libros “de mayores” de nuestras bibliotecas.

En los siglos XIX y XX la cosa se convirtió en una plaga terrible, todavía pagamos las consecuencias hoy. Jean Genet, Jean Cocteau, Oscar Wilde, Lorca, Cernuda, Verlaine, Rimbaud, Mallarmé, Lezama Lima, Bukowski, Rubén Darío, Alejandra Pizarnik, Apollinaire, el Marqués de Sade, Anais Nin, D. H. Lawrence, Fernando Vallejo, Artaud, Leopoldo María Panero, Marguerite Duras, Reinaldo Arenas, Nabokob, Lovecraft, Henry Miller, Carson McCullers, Lautréamont, y hasta si me apuran Almudena Grandes que no tiene la culpa de nada y, por cierto aprovecho para decirlo aquí, siempre me encantaron especialmente sus artículos.

¡Sí señor! Borrémoslos a todos de la faz de la tierra como a Caperucita Roja y a los Siete Cabritillos. ¡Uy, creo que estoy confundiendo cuentos distintos! Perdonen ustedes, es que ya no sé lo que digo y me voy del tema. Es lo malo de ser censor, que te confundes constantemente y al final nunca sabes dónde está la mentira y dónde la verdad.

Eso no le pasaba no sé si lo recuerdan, a la gran Chus Lampreave en aquella escena fabulosa de Mujeres al borde de un ataque de nervios de Almodóvar: “Lo siento señorito, pero yo soy testiga de Jehová y mi religión me prohibe mentir. Yo solo puedo decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Ya me gustaría a mí mentir pero eso es lo malo de las testigas, que no podemos mentir. Si no… aquí iba a estar yo. ¡Bah!”. Pues sí. Ahora está de moda cargarse cuentos infantiles. Vale. Disparen sin miedo sobre el pianista. No pasa nada. No se preocupen, los niños… no van a protestar.