El diagnóstico llega desde una voz con autoridad en el fútbol español. Santi Cañizares apuntó en Tiempo de Juego (COPE) a las raíces estructurales de la crisis del Real Zaragoza: “Los males del club vienen desde la planificación deportiva y de gestión. Ya conté la semana pasada que tiene dificultad para contratar a entrenadores y futbolistas porque, de momento, no es competitivo en el mercado a la hora de ofrecer contratos. Y es un equipo donde el futbolista debe saber que juega con una gran presión porque es un club de Primera que ha ganado títulos continentales”.
Las palabras del exguardameta resumen, en pocas líneas, lo que se palpa en la calle: el Zaragoza no solo pierde partidos, también pierde atractivo en los despachos. En un mercado cada vez más tensionado —con salarios al alza, cláusulas bonificadas y primas por objetivos agresivas— el club aragonés no compite en precio ni en proyecto, y eso encarece cada fichaje en forma de riesgo deportivo.
No es solo que cueste convencer a un entrenador, es que atraer talento requiere hoy una propuesta creíble: estabilidad, una idea de juego sostenida y un calendario de inversión que no dependa de improvisaciones.
Cañizares subraya, además, un intangible que en La Romareda pesa como el hormigón: la presión histórica. El Real Zaragoza se vive como un club de Primera —por palmarés, por masa social, por memoria—, pero compite en Segunda, con presupuestos y plantillas que no guardan relación con aquellos años de títulos europeos.
Ese desajuste emocional es un arma de doble filo: la afición empuja y sostiene, pero también exige al límite cuando el equipo no responde. Para el futbolista, y para el técnico, no es un destino templado: cada error reverbera.
La reflexión del exinternacional también interpela a la gobernanza. Planificación no es solo firmar bien en agosto; es jerarquizar posiciones, acertar en el entrenador, construir un once reconocible, blindar el balón parado y dotar de peso a la parcela de rendimiento. Es, sobre todo, no rehacer el proyecto cada tres meses.
En ese terreno, el Zaragoza arrastra bandazos que terminan saliendo caros: cambios de rumbo, ventanas de fichajes reactivas y una cadena de decisiones que no consolida una identidad competitiva.
El mensaje final que se desprende de la intervención de Cañizares es tan simple como duro: sin proyecto, no hay mercado; sin mercado, no hay plantilla competitiva; y sin plantilla, no hay resultados que alivien la presión.
La salida pasa por ordenar la casa: fijar una hoja de ruta deportiva (modelo de juego, perfiles, tiempos), reforzar la capacidad de negociación —aunque sea con contratos más creativos, variables y de recorrido— y proteger el vestuario para que la ansiedad no devore a los jugadores.