«Toda la profesión está enojada y triste», se queja un joyero parisino experto en piezas históricas que prefiere mantenerse en el anonimato. Explica que … tanto él como muchos otros miembros de la Sociedad de Amigos del Louvre han puesto «mucho dinero» para que el museo comprara algunas de las joyas sustraídas el domingo, «así que nos han robado a nosotros también». Dicha sociedad fue la que adquirió en 1992 la diadema de perlas de Maria Eugenia, –de plata bañada en oro con 212 perlas orientales y 1.998 diamantes–, y en 2015 se hizo con el nudo de corpiño de la emperatriz.

Se muestra confiado en quelas piezas puedan aparecer, «porque son muy importantes, bellas y de gran valor histórico. Porque el valor económico no sabría decírtelo, es incalculable precisamente por el componte histórico. ¡Han robado historia de nuestro país!», lamenta indignado. Señala que la casa Cartier tenía un cartel a la entrada de la sala donde se ha cometido el robo, al parecer ponía dinero como promoción, «y ahora, ¿vas a querer estar encabezando una sala donde se ha cometido este robo? Pues qué poca seguridad y confianza va a transmitir esto para la marca…».

Echa mano de una comparación sangrante para dejar patente la magnitud de lo sucedido: «Los ingleses tienen guardados sus tesoros blindados en una cámara acorazada en la Torre de Londres, donde entras en grupos pequeños y permaneces unos minutos. Sin embargo, en el Louvre los guardan junto a una ventana, cubiertos con una vitrina sobre una mesa de madera».

No descarta que hubiera sido un robo por encargo: «No sería de extrañar que hubiera sido el capricho de algún coleccionista loco que las ha pedido para tenerlas en su caja fuerte y mirarlas de vez en cuando». ¿Y si no ha sido así? «Tienen muy difícil venta. Habría que desengarzar las piedras preciosas para venderlas por separado, y de ese modo vas a conseguir un valor que no es absolutamente nada en comparación con el que tendría la pieza en su conjunto. Porque habría que tallarlas de nuevo, ya que esas piezas, aunque se vendan por separado, son totalmente reconocibles y tampoco las vas a poder vender. Lo único que podrían hacer los ladrones es llevarlas al extranjero y encargar a algún experto que recorte cada una de ellas, que las talle de nuevo, con lo que van a perder aún más valor. Que de un diamente de 5 quilates te saquen otro de 2,5».

Pepitas de oro gigantes

Recuerda el profesional que lo normal es que si un joyero recibe un montón de diamantes, esmeraldas o zafiros para tallar de nuevo, «llamará a la Policía».En cuanto al oro, informa de que esas piezas «tienen muy poco, la única que lo tenía en mayor cantidad era la corona que se les cayó a los ladrones, así que tampoco hay mucho oro para fundir. Las piezas robadas eran de plata en su mayor parte».

Achaca este gran incidente a los fallos de seguridad en los museos de su país: «En la profesión estamos hartos de los robos, porque este no ha sido ni mucho menos el único», dice, y cita entre otras la sustracción de seis kilos de pepitas de oro gigantes del Museo de Historia Natural, una de ellas como un balón de fútbol:«Eran enormes, y si no las han vendido a un supercoleccionista, ya las habrán fundido. Imagínate, se han perdido las pepitas de oro más bellas de la humanidad. Y después de aquel y de otros robos, no hemos hecho nada para aumentar las medidas de seguridad».