El arte es, para Maite Rojas, un gesto silencioso que se repite cada día. No la épica de un golpe de suerte, sino la determinación de seguir lo que la mantiene viva. «Llegar a vivir del arte ha sido un camino de mucho … esfuerzo y una decisión diaria, incluso cuando no era lo más fácil», desvela la artista. En esa constancia se asienta una voz plástica que se propone «hacer visible lo invisible»: la belleza interior que, defiende, prevalece por encima de todo.
Nacida en Málaga en enero de 1985, creció en una tierra de sol, agua y amor que, dice, la formó. Muy pronto sintió dentro de sí «el deseo de hablar un idioma diferente, el de las almas», y comprendió que su manera de expresarlo sería la pintura. Aun así, hizo lo que tantos hacen: «crecer y aprender». Completó un Ciclo Formativo de Grado Superior en Administración y Finanzas y trabajó durante doce años en ese ámbito antes de decidirse a dar el salto.
La pasión por el arte como herencia
Durante ese tiempo, un curso de dibujo la reconectó con su vocación. «Me animó a perseguir el arte», recuerda. Lo hizo, en parte, por su padre, «el hombre de mi vida», que se emocionaba con cada nuevo avance. Él dedicó años a la ONG Ángeles Malagueños de la Noche, donde ella le acompañaba a repartir comida. Allí aprendió, dice, a mirar las almas que sufren y a reconocer la humanidad en los ojos ajenos. Esa experiencia de compasión y mirada interior marcaría más tarde su pintura.
Rojas también se formó con el artista Pedro Dougnac, cuyas enseñanzas le ayudaron a construir una técnica sólida sobre una sensibilidad ya despierta. El detonante final llegaría más tarde, cuando la fascinación por las obras que veía en el consultorio de un médico le confirmó que su impulso de pintar no era una afición, sino un llamado.
Rojas eligió el pastel por la cercanía física que le ofrece con el soporte, una técnica que le permite sentir el cuadro con las manos. «Es un material vivo, me hace estar dentro de la obra», explica. Su proceso parte de bocetos y referencias fotográficas, y avanza en capas pacientes hasta lograr el detalle minucioso que caracteriza su estilo. No busca el virtuosismo, sino provocar en quien mira «algo más allá de la técnica», una emoción que lo conecte consigo mismo.

Obra titulada «En el horizonte» de Maite Rojas
Maite Rojas
Para entrar en su universo, la artista invita a detenerse en «En el horizonte», un lienzo reciente y cargado de simbolismo. La pieza narra una travesía interior, un viaje sostenido por la fe y la perseverancia, donde el esfuerzo se convierte en rumbo. «Yo remo en la vida sin saber si la meta está cerca; simplemente soy constante y sigo adelante», confiesa. En esa imagen de avance silencioso se condensa su biografía: la certeza de que crear es, también, una forma de resistir.
La carrera de Rojas gira en 2019, cuando su padre enferma y, poco antes de fallecer, le pide que nunca abandone el arte. Desde entonces, confiesa, comenzó «esta hermosa aventura hacia la realización de mis sueños: por mí, pero sobre todo, por él». Ese mandato afectivo cristaliza en una obra coherente y de mirada interior, que busca un orden trascendente dentro del tumulto cotidiano.
Esa coherencia ha recibido la Medalla de Platino de la Academia de las Artes, las Ciencias y las Letras de Francia, la más alta distinción de la institución con sede en Francia. El jurado, señala la propia artista, ha valorado «la calidad del trabajo, la coherencia de recorrido y la forma en que mi obra comunica». Rojas se siente doblemente honrada por un reconocimiento que suele llegar en etapas más tardías. No identifica una única pieza decisiva: prefiere pensar que «la calidad de las obras presentadas y la sensibilidad de muchas de ellas conectaron profundamente con el jurado».

Medalla y diploma de la Academia de las Artes, las Ciencias y las Letras de Francia
Maite Rojas
El premio no es meta, sino palanca. Trabaja ya con galerías internacionales y ha sido invitada a una residencia artística en México. Su calendario inmediato marca exposición en diciembre en Mérida, muestra en febrero en Provenza y otra en marzo en París. En lo técnico, mira al óleo: quiere llevarlo hacia un mayor hiperrealismo, afrontar formatos más grandes y abrirse a otros estilos. El objetivo permanece: seguir haciendo lo que ama y «poder ayudar a los demás a través de mi arte».
Rojas anima a los jóvenes artistas andaluces a mantenerse fieles a lo que aman, aunque el camino sea incierto. «Hay que escuchar al corazón y confiar, aunque nadie lo entienda al principio», dice. Sabe por experiencia que el arte exige constancia y valentía, y defiende que «cada esfuerzo encuentra su lugar, aquí o en otro país que sepa valorarlo».
En Maite Rojas, la técnica se vuelve carácter y la carrera, camino de fondo. La artista malagueña hace del pastel una escritura de proximidad y, de cada obra, una invitación a mirar hacia dentro. La orilla quizá no se divisa todavía, pero su remo no se detiene.