A mí los premios literarios me sirven como catálogo inverso, como spoiler de lo que no leeré. Me facilitan la vida, porque elegir se me hace bola y acabo comprando los libros por la portada, como compro los vinos por la etiqueta, y acaba … siendo mi visita a la librería una suerte de ruleta rusa ilustrada: no muero, pero me leo cada cosa… Esto que acabo de decir es un vayapordelantismo como una casa, de los que luego me afea mi querido Jose María Nieto, que les tiene tanta rabia como yo, pero hoy es necesario (me duele a mí más que a él) porque lo que voy a hacer a partir de esta línea es defender que Juan del Val haya sido galardonado con el premio Planeta y su millón de lereles. Y quiero dejar meridianamente claro que no se debe a una desmedida afición mía por las obras premiadas en certámenes literarios, ni mucho menos. Pero es que veo estos días, les cuento, a ciertos literatos, aspirantes a literatos y quieroynopuedos varios muy soliviantados porque han premiado a un dizque presentador y tertuliano. Que le premian por popular, consideran y les indigna, y no por la calidad de su literatura. En esa cualidad no entro yo porque no me lo he leído (ya lo he dicho en la primera línea, junto con el porqué) y no me lo voy a leer. Pero en lo referente al premio, me parece fenomenal. Primero, porque lo otorga Planeta y, como es su premio y es su dinero, pues premia a quien quiere. Y segundo porque, no nos engañemos, vende más el libro de un famoso que el de un anónimo virtuoso de las letras. Y una editorial, lo que quiere, es vender, que ahí está su negociado. Me contaba no hace tanto una editora, a la que pregunté por un libro concreto de una famosa presentadora y su cuestionable calidad (que ese sí me lo leí pero en mi descargó diré que no había sido premiado, que fue solo por curiosidad –mucha– y maldad –una poca–) que los libros de famosos, muchos de los cuales ni siquiera escriben ellos mismos (no me miren así, no les estoy descubriendo la fórmula de la Coca Cola), son los que permiten luego, con sus beneficios, apostar por otras firmas o editar otras obras que venden muchísimo menos y de otra manera no serían rentables. Es decir, que los chorrocientosmil libros que pueda vender, me lo invento, una Belén Esteban o una Ana Obregón (o sus negros) son los que permitirán editar sin temor a pérdidas esa joyita que solo hemos comprado usted y yo, que nos gusta leer, y los cuatro a los que les hemos dado el coñazo con que la lean. ¿Podemos concluir, entonces, que lo de menos es la literatura? Creo que podemos sin miedo a equivocarnos. Así, pues, me declaro muy a favor del fallo del premio Planeta: me parece muy bien que Juan del Val vaya a patrocinar con su éxito a una nueva hornada de desconocidos escritores entre los que, confío, habrá alguno bueno e, incluso, muy bueno. Ojalá más famosos escribiendo libros para que los compre mucho la gente a la que no le gusta leer y así las editoriales puedan editar libros de los que compramos poco los que sí nos gusta leer.
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