Tiene sentido considerar Frankenstein una obra culminante en la carrera de Guillermo Del Toro. El mexicano se ha pasado la vida obsesionado con el mito creado por Mary Shelley, que además ha permeado también todo su trabajo previo como cineasta. Es inevitable, pues, que esta suntuosa adaptación contenga casi tantos recordatorios a su universo personal como deudas a otras aproximaciones cinematográficas al relato original –sobre todo la película homónima de 1931 y su secuela de 1935, La novia de Frankenstein– aunque, como sucede con la Criatura misma, el resultado es mucho más que es un mosaico de retales.
Es una obra que desafía el arquetipo de varias maneras y que, al mismo tiempo, honra la letra de Shelley al destacar cuanto tiene de tragedia, y de reflexión filosófica sobre lo que nos hace humanos. Para ello, primero deja que Victor Frankenstein (Oscar Isaac) relate su versión de la historia, y luego cambia el punto de vista para que lo haga el mal llamado monstruo (Jacob Elordi). Una vez el hombre ha intentado ser Dios, su creación se erige en hombre a modo de respuesta.
Dado que los progenitores ausentes o fallidos son un tema predilecto para Del Toro, no sorprende que su Frankenstein sea menos un tratado sobre los peligros de pervertir la ciencia que una historia de padres egomaníacos que moldean a sus vástagos a su propia imagen y luego los rechazan, causándoles heridas incurables.
Hijo de un hombre brillante, imponente y abusivo, Victor es un genio visionario pero también un demente cruel que dedica tantas energías a crear un ser vivo que luego carece de ellas a la hora de darle el cariño que necesita; aniñada y ocasionalmente furibunda, maravillada por el mundo pero también temerosa de él, la Criatura aprende rápidamente que a su alrededor hay mucha belleza y más crueldad, y que siempre será alguien marginado, malentendido y despreciado por su creador y por los demás. Ambos son figuras trágicas, aunque –por supuesto– Del Toro no esconde cuál de las dos es el verdadero monstruo.
A Frankenstein puede achacársele con razón que, como sucede con todo el cine de su autor, privilegia los gestos externos sobre la exploración interior y se preocupa menos por lo matices que por el espectáculo. Pero, eso sí, menudo espectáculo. Es una película que abruma constantemente la vista y el oído, absurdamente operística en el tono y en el volumen.
Construye un universo en el que las torres se tambalean sobre precipicios y las mujeres lucen vestidos imposibles incluso en la nieve, y profusamente ornamentado de miembros amputados, trozos de piel descamados, artilugios extraños y recipientes llenos de sangre o de gasolina, que se presenta ante nuestros ojos entre decorados gigantes, mezclas intrépidas de colores y sombras, movimientos de cámara vistosos y una banda sonora elaborada con signos de exclamación.
Es grandilocuente y atronadora, la obra propia de un creador insensato, obsesionado y megalómano. Y ese, casi seguro, es el perfil idóneo para atreverse con Frankenstein.
Título ‘Frankenstein’
- Director
Guillermo Del Toro
- Género
Terror
- País
EEUU
- Sinopsis
El Dr. Pretorious necesita localizar al monstruo de Frankenstein (que se cree que murió en un incendio cuarenta años antes) para poder continuar los experimentos del Dr. Frankenstein.
- Guión
Guillermo Del Toro
- Duración
149 min
- Distribuidora
Netflix
- Estreno
24 de octubre
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Reparto:
Oscar Isaac, Jacob Elordi, Mia Goth
