Dicen que hay países en los que los premios literarios están amañados. Debe ser muy triste aceptar que eso ocurre. Por suerte, no debe ser en España. Países en los que las editoriales, esputando salivazos a la gran literatura y entregados al más bastardo negocio, eligen jurados a los que se les da instrucciones sobre el libro que deben escoger de los dos mil candidatos presentados. Tan sencillo para la empresa como indicar al jurado que este año el libro premiado ha de ser un bodrio con un determinado protagonista, con nombre mengano o zutana, sobre el amor no correspondido en tiempos de guerra, por un decir. Los miembros del solícito tribunal, a cuenta de su suculenta retribución y de una buena cena en una gala que parece un bodorrio de nuevos ricos, acatan obedientes la decisión. Por suerte, no debe ser en España. Mientras tanto, los mil novecientos noventa y nueve ilusos que se presentan y pierden esperan plácidamente a la edición del año siguiente, como marmotas en una cena literaria de los idiotas. Mirlos blancos y cisnes negros, como escribía el incomprensiblemente no-académico de la lengua Juan Manuel de Prada. Por suerte, no debe ser en España.

Dicen que hay países en los que los premios que conceden las Administraciones públicas son ejercicios de propaganda y publicidad de quien los concede. Debe ser muy triste aceptar que eso ocurre. Por suerte no debe ser en España. Países en que sus presidentes, alcaldes y demás personalidades con mando en plaza en las regiones eligen con esmero a un premiado para que este, el día de la entrega, se arrodille sumiso ante la autoridad generosa. Un cantante de moda, un presentador de televisión con millones de espectadores o un escritor azote de la oposición. En la foto, lucen sonriendo ambos con todos sus dientes y el presidente que concede el premio posa sin rubor, a sabiendas de que se está pagando con presupuesto público su campaña política. Por suerte, no debe ser en España. Los asistentes y los imbéciles gregarios de las redes sociales aplauden la instantánea, un gran logro a cuenta del dinero de todos.

Hay países en que sus presidentes, alcaldes y demás personalidades eligen con esmero a un premiado para que este se arrodille sumiso ante la autoridad generosa

Por suerte, no debe ser en España. Sería muy triste asumir todo esto. Nosotros nunca lo aceptaríamos. Porque nuestro país es un ejemplo de dignidad en el que, si eso ocurriera, nadie compraría el libro del premiado ni de los miembros conniventes del jurado. Como España también es un ejemplo de dignidad porque, de ocurrir lo que puede ocurrir en otros países, nadie acudiría a los homenajes que únicamente sirven de acto obsceno de publicidad para el que otorga el premio. Cada día estoy más satisfecho de vivir en un país en el que esto no ocurre y en una sociedad que, de ocurrir, se rebelaría sin pestañear. Porque sería muy triste despertar un día y comprobar que no es así.