«Un torero con pistola asalta el parlamento español»: a este titular de un periodista sueco, fechado el 23 de febrero de 1981 le faltó precisión describiendo el asalto al congreso por parte de Antonio Tejero. Sin embargo, supo captar el tono esperpéntico de la intentona golpista protagonizada por el entonces teniente coronel de la Guardia Civil.

Envuelto aún en conspiranoias y puntos oscuros, el golpe de estado ha pasado al cine de múltiples maneras. Desde la exploitation pura y dura (Mariano Ozores sacó tajada en 1982 con Todos al suelo) hasta trabajos para la gran pantalla (23-F: La película, 2011) y la pequeña (23-F: El día más difícil del rey, miniserie con Lluis Homar como Juan Carlos I) que pecaban de exceso de solemnidad, cuando no de intención propagandística. 

Si queremos entender la mezcla de pánico y vergüenza ajena con la que buena parte de la sociedad española recibió las noticias del golpe, debemos acudir a otro filme. Uno que solo le dedica al incidente unos minutos de su metraje, y que además es una comedia. Más ácida que la sangre de alien, pero una comedia: hablamos de Muertos de risa, la película de Álex de la Iglesia protagonizada por Santiago Segura y El Gran Wyoming.  

¿Qué tiene que ver ‘Muertos de risa’ con Tejero?

Por si no has visto Muertos de risa (cosa que te recomendamos encarecidamente), ahí va un resumen. La cinta, estrenada en 1999, muestra la trayectoria de Nino (Segura) y Bruno (Wyoming), dos humoristas que triunfan con un número increíblemente estúpido donde el primero recibe bofetadas a granel por parte de su socio. Para colmo, ambos cómicos se odian a muerte y, como son dos personas ruines y despreciables, viven sumidos en un interminable ciclo de venganza. 

Para De la Iglesia y el guionista Jorge Guerricaechevarría, el periplo de estos dos caínes es un pretexto para repasar la historia del humor español (y la historia de España, en general) desde los años 70 hasta finales del siglo XX. De ahí que, en su trayectoria, el 23-F tenga reservado un lugar muy especial. 

Y tan especial, porque la intentona golpista sorprende a Nino y Bruno grabando un especial para TVE. De hecho, ellos ni se enteran. Para empezar, porque los ocupantes de la sala de control (empezando por su manager, Álex Angulo) malinterpretan el grito de Tejero al irrumpir en el Congreso de los Diputados: en lugar de «¡Quieto todo el mundo!», ellos creen oír «Saludo a todo el mundo», porque con tanto tiro al aire es difícil enterarse de las cosas. 

Además, resulta que Nino, vestido con un disfraz de conejo, está resentidillo con su compañero por cosas de un perro asesinado y una madre fallecida (del susto, al encontrarse al animal metido en la nevera). De ahí que aproveche la situación para hacer realidad el sueño de su vida: matar a Bruno a golpes, y delante de las cámaras. 

Así, los cómicos recrean en privado su propia versión de la Pelea a garrotazos de Goya. Mientras tanto, el representante y los trabajadores de la televisión pública (por aquellos tiempos, la única que había) tienen sus propios problemas, porque un grupo de soldados ha entrado en TVE para tomarla en nombre de los golpistas. 

Pronto queda de manifiesto que, a los militares, todo eso del golpe ni les va ni les viene: el sargento, interpretado por Jesús Bonilla, despacha la cuestión ideológica con un «yo de política no entiendo», mientras que sus subordinados son unos pobres inocentes a quienes la movilización les ha llegado haciendo la mili. Un deber patriótico al cual, por entonces, los jóvenes españoles temían como a la peste, y con razón. 

No contentos con esto, De la Iglesia y Guerricaechevarría hacen que los soldados confundan la golpiza homicida de Nino con un sketch cómico. De modo que se dedican a ver el lamentable espectáculo en los monitores mientras se toman unas cervezas (pagadas por sus rehenes, claro). Cuando uno lleva desde las cuatro de la mañana con el tanque para arriba y para abajo, los respiros así se agradecen mucho. 

Puede que el director no fuese nada sutil, como de costumbre. Pero, en este caso, maldita la falta que le hacía, porque Muertos de risa presenta el golpe de estado como una charlotada patética. Dudamos mucho de que Tejero u otros implicados en el 23-F (como el general Alfonso Armada, su presunto cerebro y exsecretario de la Casa del Rey) llegasen a verla, pero eso no importa: a estas alturas, la historia les ha puesto en su sitio.