En 1997, la novela de Arundhati Roy (Shillong, India, 1961) El Dios de las pequeñas cosas resultó un terremoto literario al abordar en toda su dimensión social, moral y poética una historia familiar en el pequeño pueblo de Kerala, al sur de la India. La novela conquistó el Premio Booker y a millones de lectores en todo el mundo.

Mi refugio y mi tormenta
Arundhati Roy
Traducción de Catalina Martínez Muñoz. Alfaguara, 2025. 432 páginas. 21,75 €
Era la primera novela de una joven arquitecta y cineasta en la treintena, originaria de una familia cristiana siria, que había vivido en los márgenes de Nueva Delhi. Ahora vuelve con un soberbio libro autobiográfico, Mi refugio y mi tormenta.
Unas memorias en torno a una matriarca poderosa, divorciada de un hombre alcohólico, “un don nadie”, creadora de una escuela avanzada, inspiradora para sus alumnos pero brutal con sus hijos.
De las relaciones madre e hija, del deterioro emocional de esta y su rebeldía para escapar y levantarse, de la aceptación de la grandeza, quizá monstruosa, de una madre fuerte y arrasadora como un tsunami, surge este libro que es también un testimonio de la India contemporánea y sus pies de barro.
Tras ganar el Booker, Arundhati se dedicó al activismo político a favor de los derechos humanos y causas medioambientales y solo 20 años después publicó su segunda novela, El ministerio de la felicidad suprema (2017). Su escritura política le ha procurado el Premio Europeo de Ensayo en 2023 y el PEN Pinter 2024, y muchos problemas judiciales.
El carácter fragmentario de Mi refugio y mi tormenta atiende, por un lado, a la valerosa lucha contra una madre, cuyos desplantes a la hija ponen la carne de gallina, y, por otro, a las batallas políticas en las que la escritora participa.
Estará en contra de los avances nucleares del país o contra la industrialización del valle del Narmanda, que expulsaría a los nativos de la selva.
Perseguida siempre, recuerda la autora un párrafo que levantó gran indignación: “Si protestar en contra de que me implanten una bomba nuclear en el cerebro es antihindú y antipatriótico, entonces me escindo. Aquí me declaro una república independiente y móvil”.
Desentrañar a una matriarca terrible, como hace aquí Arundhati Roy, esconde un viaje excitante hacia la valentía futura
Las agresiones que recibió (“Vete de la India”, “¡Vete a Pakistán!”) le recordaban a los improperios que le lanzaba su madre, “fuera de mi casa”, “fuera de mi coche”.
La madre era incansable, pasó años en los tribunales para que modificaran una ley que impedía heredar a las mujeres, puesto que su hermano, el tío de Arundhati, la había expulsado de la mansión de su padre. Mary Roy consiguió su objetivo.
La deconstrucción de esa madre capaz de levantar una escuela innovadora en Pallikoodam que revolucionó la educación en el estado de Kerala con el diseño de un arquitecto moderno, por una hija escritora y ardiente, es la piedra de toque de estos recuerdos.
La madre le regaló una máquina de escribir y la hija abandonó el hogar a los 18 años. No volvieron a verse en siete años. En el conflicto materno filial se revela la admiración y la rabia, porque la escritora se reconoce de la estirpe exaltada y pertinaz de Mary Roy.
Es en las descripciones de la señora Roy, que despertaba el respeto como un gánster o seducía a sus colaboradores como si fuera la gurú de una secta, donde la lucidez y el humor de la escritura resplandecen.
El padre es una figura secundaria, un borracho simpático al que la hija conoce ya mayor y por el que siente una tierna comprensión.
A la muerte de Mary Roy, Arundhati Roy fue recolocando las piezas de esa madre dura y fabulosa. Desentrañar a una matriarca terrible esconde un viaje excitante hacia la valentía futura. La contemplación distanciada e irónica contiene un final de liberación.
El buceo en esas pantanosas aguas de hija maltratada y salvada hace de este libro una densa historia de ambivalencias y reencuentros, lleno de piedad y pasiones vitales.