Cinco horas dan para mucho. Puedes llegar a Chipre en avión, si vuelas desde Madrid, claro. Desde Valladolid, cinco horas en coche hasta Sevilla. Cinco … horas tardarías en tren hasta Barcelona, todavía con transbordo en Chamartín. Eso en distancias, pero también puedes ver media temporada de ‘Friends’, o escuchar los seis álbumes de estudio de Guns N’ Roses y tener tiempo para dar play otro par de veces a ‘Appetite for Destruction’. Todavía es temprano en Valladolid cuando los Broadway levantan la persiana. Quizá otro día, la mayoría de personas que entran tan pronto van buscando el primer café de la mañana en la cafetería del cine. Esta semana es diferente. En pocos minutos comenzará la proyección de ‘Directors Diary’, del cineasta Aleksandr Sokúrov. Por delante, 305 minutos de metraje sobre la historia de la Rusia de la segunda mitad del siglo XX.
Mientras los trabajadores de las salas preparan todo, fuera espera Markel Arakama. Es un chaval que estudia Traducción e Interpretación en Salamanca, desde donde ha venido en autobús para vivir su primera Seminci. Su estreno en el festival fue el viernes con ‘Sentimental Value’, de Joachim Trier, y este sábado sube la categoría con el nuevo trabajo del cineasta ruso. «La anunciaron en Venecia y me llamó la atención la posibilidad que tiene para abarcar una época tan importante de un país. La idea de Rusia y cómo también lo relaciona con el mundo o con la música. La duración no echa para atrás, da vértigo, pero ya he visto otras películas largas», explica. Junto a él, otras cuarenta personas se sentaron ayer a las 9:30 horas en la sala 3 de los Broadway. Salieron, quienes se quedaron hasta el final, a la hora de comer, después de un breve descanso de quince minutos a mitad de metraje.

Fotograma de ‘Director’s Diary’, documental de Aleksandr Sokúrov.
Seminci

Antes de sentarse en su butaca, Ramón Riera hace tiempo con un café. Ya conoce la obra de Sokúrov, vio en su día ‘El Arca Rusa’, película que califica como la «más accesible» del director. Viene desde Ibiza y define la proyección como toda una «oportunidad». ¿Por qué? «Son películas que si no ves aquí no las ves en ninguna otra parte. La distribución que tienen es tan pequeña que es difícil que lleguen más tarde a las salas», responde. La duración solo marca un problema, hay que seleccionar entre todo lo que ofrece la programación. «Cada vez es más difícil elegir qué ver y al final esta semana vivo a un ritmo de cuatro o cinco películas por día», explica este semincero, que repite por segundo año en Valladolid.
«Está claro que quienes estamos aquí sabemos a lo que venimos. No puedes venir a ciegas a ver una película como esta»
La sala está abierta desde hace un rato y los espectadores ya pueden entrar. En realidad, todo el cine está abierto para ellos, pues es la primera proyección de la jornada. Ojeando los programas del festival está Blas Agüera, quien da tres motivos para ver el trabajo del Sokúrov. «Es ruso, la influencia de Andréi Tarkovski –se considera a Sokúrov como su heredero– y la dificultad de ver esta película si no es aquí. Conocemos Rusia desde fuera, pero también necesitamos el punto de vista de los disidentes que están allí», argumenta.
Y da un matiz. «Está claro que quienes estamos aquí sabemos a lo que venimos. No puedes venir a ciegas a ver una película como esta», reconoce. El asiduo semincero aprovecha también para comentar que conseguir entradas no ha sido tarea fácil esta edición. «Hubo problemas para acceder a la venta por internet mientras que en taquilla sí se podían comprar. Cuando pude entrar ya estaba todo vendido en el Calderón. Esperemos que el año que viene funcione mejor, aunque agradecemos que el director se disculpara con el público por lo que pasó», comenta.
Inmediatez
Mientras el resto de asistentes comienza a llenar la sala, que no ha dejado muchos asientos vacíos, Ramón Lluis Bande, escritor y cineasta asturiano, apura su café en una de las mesas de la entrada de los Broadway. «Va a ser difícil verla si no es aquí, había que aprovechar. Cada historia requiere un tiempo para explicarla, que una película dure noventa minutos no la hace ni peor ni mejor, aunque es verdad que el estándar de la industria es de más duración que hace unos años», comenta. Una realidad que, de alguna forma, contrasta con la época de la inmediatez, donde predominan los estímulos rápidos e instantáneos. «Por eso también es importante sentarse a ver una película y reflexionar, aunque en un festival es complicado, porque sales de una y entras en otra. Parece que les estás faltando al respeto de alguna forma», añade.
La larga duración de algunas películas no es excepcional y ya ha sucedido otros años en Seminci. Sin ir más lejos, hace cuatro años, también en los Broadway, varias personas se enfrentaron a ‘La flor’, del argentino Mariano Llinás. Más de trece horas de metraje. Sobre la duración de los trabajos habló hace unos días el director del festival, José Luis Cienfuegos, quien reconoció el reto que supone a las salas de exhibición programar este tipo de películas y aludió a la discusión entre el público que es capaz de ver un maratón de una serie durante horas pero que cinco horas de «un maestro» les parece demasiado.
«Le pedí permiso –a Sokúrov– para programarla en dos sesiones. Y dijo que no, son cinco horas con quince minutos de descanso», añadió. En cualquier caso, la cinta, de 305 minutos de duración, cuenta con dos sesiones en el festival. La primera fue este sábado y la próxima será este domingo, a las 16:30 horas, también en los Broadway. A simple vista, la acogida ha sido buena y el renombre del director es notable. Nadie madruga un sábado para ir al cine porque sí.