El viernes, la princesa Leonor pronunció su discurso más relajado hasta la fecha. Bromas, gestos cómplices y una frase que desató sonrisas en el Teatro Jovellanos: “Las hermanas cómplices son nuestras grandes aliadas y nuestras compañeras de viaje”. La heredera miró a Sofía, que le respondió con una sonrisa limpia, de esas que no necesitan protocolo. Y mientras media España se derretía con la ternura institucional, otra hermandad (menos protocolaria, pero igual de sólida) se dejaba ver en el Bernabéu: Rosalía y su inseparable hermana, La Pili.
El domingo, las cámaras de La Liga las cazaron en el palco, entre Penélope Cruz y Diego Ibáñez, cantante de Carolina Durante y pareja de Pili. Rosalía, con la corona rubia platino para promocionar LUX, su próximo disco, y Pili, discreta pero serena, compartían planos y confidencias en mitad de un Clásico que el Real Madrid acabaría ganando. Nada de discursos ni reverencias; solo la complicidad silenciosa de dos hermanas que han hecho de su unión un imperio pop.
El otro trono
Pilar Vila, nacida en 1990, dos años antes que Rosalía, es mucho más que la “hermana de”. Bajo el alias Daikyri, es artista visual, estilista, guionista de estética y confidente vital de la Motomami. Detrás de cada foto, vídeo o portada icónica suele estar su mirada. Graduada en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra, trabajó como asistente de vestuario, diseñadora y hasta limpiadora de hotel antes de ser la brújula estética de su hermana.
Su firma, precismente, aparece en los créditos de dos canciones de Motomami (Hentai y CUUUUuuuuuute), pero su influencia se nota mucho antes de los créditos: en la actitud, en los códigos, en esa ironía catalana y feminista que ha convertido a Rosalía en todo un fenómeno global. «Nos criamos con las mismas revistas, las mismas pelis, los mismos juegos», contaba en una entrevista. “Por eso tenemos las mismas referencias: entendemos el mundo igual”.
Esa sintonía tiene tatuaje propio: un broche de liga grabado en la pierna de ambas, símbolo de su crítica a la cosificación de la mujer. También tiene banda sonora: G3 N15, la canción que Rosalía dedicó al hijo de Pili, Genís, pidiéndole perdón por no estar cerca. “¿Me perdonarás lo que me he perdío?”, canta la artista. No hay Grammy que iguale ese gesto.
Más allá del Bernabéu
Rosalía contó en el pódcast La pija y la quinqui que, de niñas, ambas se apuntaron a un equipo de fútbol sala. Pili jugaba de defensa; ella, de delantera. “Una metáfora de nuestras vidas”, confesó. Lo cierto es que Pilar sigue defendiendo, no una portería, sino una estética, una familia y una ética. La que da sentido a la Motomami más íntima, la que no se graba en TikTok ni se vende en vinilo.
Ser madre soltera a los 22 la obligó a reinventarse. “Daikyri”, su nombre artístico, nació como homenaje a la adolescente que no pudo ser. Hoy vive entre Sant Esteve Sesrovires y los viajes con su hermana, cuidando de Genís y de los looks que convierten cada aparición de Rosalía en un pequeño manifiesto. Cuando la cantante apareció con una mantilla en los Grammy Latinos o mezcló chándal y corsé en Coachella, allí estaba Pili, detrás del foco, rematando la jugada.
En el palco, entre Mbappé y Jude Bellingham, nadie habló de protocolo. Rosalía y Pili charlaban, reían, tejían otra escena doméstica entre los flashes del fútbol y la aristocracia cultural española. A un lado, Penélope Cruz; al otro, Diego Ibáñez. Pero en el centro, esa mirada entre hermanas que ni necesita traductores ni requiere discurso.
La Pili, sin quererlo, se ha convertido en una especie de antiinfanta: no da discursos, no posa para el BOE, pero encarna esa misma idea de lealtad, solo que en vaqueros, con un hijo de doce años y una colección de fotos que valen más que cualquier retrato oficial.
Porque la hermandad, cuando es de verdad, se mide en miradas, no en protocolos. Y en eso, Leonor puede decir misa: La Pili lleva años ejerciendo de cómplice, de defensa y de reina sin palacio.