Llamó la atención el gesto de disgusto y frustración de Ernesto Valverde en la sala de prensa de San Mamés tras la derrota ante el … Getafe. Hacía mucho tiempo que no se le veía tan tocado al técnico rojiblanco, en cuyos cálculos no entraba para nada un fiasco como el del sábado. En realidad, imaginaba justo lo contrario: una victoria que, unida a las obtenidas ante el Mallorca y el Qarabag, más el empate en Elche, hubieran encarrilado a su equipo situándolo en una posición con buenas vistas, quizá ya en puestos europeos. Las esperanzas de Txingurri radicaban en su confianza de que el 3-1 en Champions hubiera elevado la moral de su tropa y de que, ante el Getafe, sus jugadores se rebelaran con una actuación convincente, volviendo a divertir a San Mamés.

Que sucediera justo lo contrario, que lejos de reivindicarse su equipo se hundiera con una actuación paupérrima, de las peores que se le recuerda en su campo, hace lógico el tremendo disgusto del entrenador del Athletic. Y es que no sólo se trata de que se volvieran a escapar tres puntos importantes en casa –si sumamos los tres que perdieron ante el Alavés y los dos ante el Girona ya serían ocho–, sino de que la crisis de juego se agravó de una manera alarmante. Todos los defectos y debilidades que vienen mostrando los rojiblancos en lo que va de temporada quedaron patentes de la forma más sangrante y exagerada posible. La crisis es una evidencia.
Al Athletic le está saliendo mal todo lo que le puede salir mal, y esto es algo que se viene observando toda la temporada con la excepción de las tres primeras jornadas en agosto. Esta deriva negativa ya es tan fuerte y arrastra tantos problemas diversos –falta de energía, plaga de lesiones, pertinaz sequía goleadora, baja forma desquiciante de jugadores fundamentales, pobre aportación de los suplentes…– que está afectando seriamente a la autoestima del conjunto. La impresión es que los leones están empezando a dudar de sí mismos, algo que no les había sucedido al menos en los dos últimos años.
Al revés. Si por algo se han distinguido estos jugadores es por la enorme convicción que tenían en su juego y en su capacidad competitiva. Y esto, como decimos, es lo que se está resquebrajando y, desde luego, lo más preocupante en este momento. La primera parte ante el Getafe, con esos veinte minutos iniciales en los que el Athletic sólo fue capaz de tener un 20% de posesión y no remató a la portería rival ni una sola vez, hubiera sido imposible en las dos últimas temporadas. Porque no se trató de jugar fatal sino de la actitud de los futbolistas, apática, insulsa, sin alma, como si hubieran salido rendidos; un talante inaceptable ante cualquier rival y especialmente ante la áspera tropa de Bordalás. Achacarlo al desgaste del miércoles, que si algo debió aportar al equipo por la victoria y los tres goles fue una inyección de moral, es una broma pesada.
Grietas
La situación es la más delicada que ha tenido que gestionar Valverde en esta su tercera etapa en el banquillo rojiblanco. Es cierto que en el curso 2022-23 el equipo se hundió en la recta final arruinando todas sus opciones europeas tras empalmar cinco derrotas, dos empates y una sola victoria en las ocho últimas jornadas. Aquel, sin embargo, era un equipo todavía en construcción, con andamios en la fachada. El de ahora, por el contrario, es un Athletic hecho y derecho, campeón de Copa en 2024, semifinalista de la Europa League y clasificado para la Champions. Sin duda, una de las grandes referencias de la Liga española por su fútbol valiente, su intensidad, su presión alta y su fortaleza en San Mamés.
Que a este edificio tan sólido le hayan aparecido semejantes grietas está siendo una de las sorpresas más desagradables de este curso. Hasta los comentaristas de televisión, siempre tan benévolos y elogiosos, empiezan a decir que no reconocen a este Athletic. La hinchada rojiblanca, por su parte, oscila entre la perplejidad y la decepción. No esperaba esto en absoluto, y menos después de las tres primeras victorias consecutivas en el arranque liguero. La realidad es que la gente no entiende nada, y con razón. Porque hay cosas muy difíciles de explicar, la verdad.
Es evidente que al Athletic no se le ve bien físicamente. Los jugadores no están frescos. Les falta chispa. Vincular este hecho a la marcha de Pozanco y al fichaje de Luis Prieto es una jeremiada que no se sostiene, como si el de Dima hubiera hecho de su capa un sayo porque no le valía lo que había visto y Valverde le hubiera dado permiso para cambiar un tipo de preparación que tan buenos resultados le había dado durante años. Más probable parece que esta temporada el Athletic haya querido retrasar un poco la puesta a punto y que esta apuesta le haya salido mal y al equipo le esté pesando el calendario más de la cuenta.
Si esto tiene que ver también con la plaga de lesiones o con la llamativa baja forma de futbolistas importantes no es fácil saberlo. Pero que la pobrísima actuación de los hermanos Williams y de Oihan Sancet, la escasa aportación de Berenguer –todavía no ha marcado– o la exigua influencia de Ruiz de Galarreta están teniendo una incidencia enorme es obvio. Ellos son los que marcan la diferencia en el juego ofensivo y, por tanto, los principales culpables de que éste se encuentre por los suelos, en mínimos históricos. Los nueve goles en las diez primeras jornadas de Liga son un dato estremecedor.
La pregunta es cuándo volverán por sus fueros esos futbolistas tan necesarios. Sin ellos, el Athletic no pasa de ser un equipo esforzado y duro de pelar, un bloque que se sostiene a partir de su portero y de su poderío defensivo pero que no alcanza para firmar empresas ilusionantes. La plantilla es más corta de lo que pudo parecer en los días de vino y rosas, cuando este Athletic era una máquina y los suplentes, cada vez que tenían que intervenir, lo hacían rebosantes de confianza, sabiendo que se subían a un tren en marcha. Ahora es justo lo contrario y bien que se nota. Ni siquiera Areso ha convencido. La realidad es que, dejando a un lado un par de buenas actuaciones de Robert Navarro, los nuevos y los meritorios están teniendo un papel intrascendente. Unai Gómez cada vez juega menos y Maroan, Adama Boiro y Nico Serrano apenas cuentan. El Athletic, en fin, tiene que cambiar rápido la dirección de su proa y ponerse a favor de corriente.