Si en julio el superperro Krypto se convirtió en el rostro más querido del cine de aventuras, el otoño llega con otro protagonista canino dispuesto a robarse las pantallas. Se trata de Indy, un perro cobrador de Nueva Escocia que acaba de demostrar que ni los efectos digitales ni los dobles de acción son imprescindibles para conquistar a un público entero. Su papel principal en la película Good Boy, del director Ben Leonberg, ha despertado una mezcla de sorpresa y ternura entre espectadores y crítica. Y no es para menos, ya que Indy no es un perro actor profesional, sino el compañero de vida del propio director.
Ben Leonberg, cineasta y guionista, decidió que la mejor forma de narrar la historia de Good Boy, una película que juega con el suspense, el miedo y la inocencia, era hacerlo desde los ojos de su propio perro. No había mejor intérprete posible. Pero, claro, eso implicaba rodar durante más de 400 días a lo largo de tres años, adaptar cada escena al ritmo y las emociones del animal y aceptar que las decisiones creativas más importantes dependerían de si Indy quería o no cooperar ese día. Y aun así, el resultado es asombroso.
Un carisma natural
Lejos de los rodajes al estilo Hollywood, con adiestradores especializados y secuencias repetidas hasta el milímetro, Leonberg optó por construir la película alrededor de la conducta espontánea del perro. El guion se modificaba a medida que Indy exploraba, se detenía, o se distraía. No había ‘acción’ en el sentido tradicional, sino que había observación, paciencia y una cámara que debía aprender a moverse como si respirara junto a Indy. En una entrevista con GQ, el director reconocía que el mayor reto no fue la historia, sino la mirada: “Indy no sabe que está en una película. Solo sabe que estamos juntos y haciendo algo. Eso lo cambia todo”.
La clave del éxito está en esa naturalidad. El equipo técnico tuvo que ingeniárselas para que Indy no tocara la cámara con la nariz, algo que hacía constantemente, y para que los movimientos del objetivo no rompieran su concentración. No había trucos, ni CGI, ni órdenes complejas. Solo un perro actuando como un perro, y un humano aprendiendo a filmar sin intervenir.
Mientras tanto, fuera del set, Indy lleva una vida de lo más común. Se trata de un perro familiar, no criado para el cine ni adquirido con fines de exhibición, y hasta el estreno de Good Boy, según declaraciones de sus titulares, su mayor logro había sido dormir sobre cualquier superficie disponible. En una entrevista con People Magazine, Ben Leonberg contaba que lo adquirieron como compañero familiar, y que las primeras pruebas de cámara fueron casi un juego doméstico al filmarlo mientras dormía, comía o jugaba. “Nunca planeamos hacer una película con él”, explicaba. “Pero tenía algo en los ojos que no podíamos dejar pasar”.
A diferencia de otros perros célebres en la gran pantalla, desde Lassie a Rex, el perro policía, Indy no ha pasado por un adiestramiento intensivo ni pertenece al circuito de cine animal profesional. Es, simplemente, un perro inteligente, sensible y curioso, características muy propias, por otro lado, de los tollers, como se les llama coloquialmente, la raza más pequeña entre los retrievers y una de las más enérgicas. Indy, según sus cuidadores, responde cuando quiere, pero nunca se aleja demasiado.
Indy sigue viviendo con Ben Leonberg y su pareja, la productora Sarah Fischer, entre paseos, siestas y entrevistas improvisadas. En las presentaciones oficiales de la película, suele acompañar a su guía humano, aunque a menudo se distrae, se tumba o desaparece del encuadre. Es su manera de recordarnos que sigue siendo, ante todo, un perro.
Un Hollywood con cola y patas
Lo que hace a Indy aún más especial no es solo su talento natural, sino cómo su presencia en el rodaje ha marcado un precedente en el trato a animales en el cine. Good Boy ha recibido un reconocimiento de la organización animalista PETA por mostrar que es posible hacer películas con perros sin recurrir a prácticas abusivas ni a proveedores dudosos. El film ha recibido el premio Good boy, Great Filmmaking Award, un guiño al hecho de que el protagonista canino es el propio perro del director y no un animal obtenido en condiciones cuestionables.
En el set, la comodidad de Indy era la prioridad número uno. Tanto Ben Leonberg como su pareja, ambos titules legales de Indy, fueron los únicos humanos durante el rodaje, moviéndose siempre al ritmo del perro. Escenas que aparentaban miedo o angustia eran en realidad juegos con premios y pelotas, y todos los sonidos venían de Indy jugando alegremente. Cada recurso técnico, cámara lenta, edición y movimientos de cámara, se ajustó a su bienestar.
Este enfoque contrasta radicalmente con lo que PETA, y otros organismos, ha denunciado en otros rodajes y proveedores de animales, con perros en condiciones precarias, aislados, con falta de alimento y sometidos a métodos de adiestramiento arcaicos.