Un coliseo con sus balcones y palcos (reinvención de aquel castillo del ‘Born this way tour’ de 2012), la ópera ‘Carmen’ como música ambiental y ella, introduciéndonos en el mundo de ‘The mayhem ball’ a través de la pantalla, antes de aparecer, mayestática, elevada por una falda de ocho metros que escondía una jaula de la que salió la tropa de bailarines. Mucho delirio, fantasía y una pizca de pesadilla, un cruce que haría feliz a Lewis Carroll. Sí, Lady Gaga ha vuelto a la ciudad.
Lo hizo en su versión más hiperbólica, con drama y disparate plástico en modo turbo, dilemas existenciales y una pasarela de dance-pop con cenefas rococó, feliz ‘basureo’ electroclash y alguna que otra guitarra con memoria glam. Todo, con su punto de excentricidad, de ‘grande bouffe’ vestida con vivos tonos carmesí. El ‘show’ desliza un fondo sobre la convivencia histérica entre Stefani Joanne Angelina Germanotta, la proba ciudadana, y Lady Gaga, la diva y ‘socialité’, con la pérdida de la inocencia, etcétera, como trasfondo, pero es practicable dejar toda esa narrativa a un lado y disfrutar del puro y duro aquelarre pop.
Ella y los monstruitos
Así fue este martes en el primero de sus tres conciertos en el Sant Jordi (entradas agotadas desde hacía meses), sesiones únicas en España, siete años después de su última visita. Espectáculo con cinco actos, el primero de ellos entregado a la invocación del caos en esa eficaz novedad llamada ‘Abracadabra’, con su alfombra al “encantamiento de la noche”, y en una carta ya clásica como es ‘Poker face (que sonó tras ‘Garden of Eden’, como recreándose en el casi-autoplagio perceptible en ese tema, también de ‘Bad romance’). La diva, dispuesta a pocas palabras, dio la bienvenida a su gente, los “pequeños monstruos”.
Aunque muchos de sus éxitos ya tengan sus años, Lady Gaga todavía no necesita recurrir a la gira ‘revival’, y su concierto contuvo casi todas las canciones de su último álbum, ‘Mayhem’ (14 de 17). Material en el que acude a sus fuentes inspiradoras tras algunos años dando tumbos entre el country, el soft rock y las bandas sonoras menores. Lo de cantar a lo angustioso que es hacerte famoso, cuando sabemos que es justo eso lo que perseguías, es una broma y un abuso de confianza, pero al menos Lady Gaga le pone ingenio y humor: en ‘Perfect celebrity’, dialogó con su “clon”, la cantante famosa, representada por un esqueleto, hundida en un arenal.
La novia siniestra
En ‘Killah’, canción que suena demasiado a Prince, sacó un cráneo gigante, y en ‘Zombieboy’, que remite en exceso a Madonna (etapa Nile Rodgers), vistió una especie de bata de cola siniestra digna de Tim Burton en ‘La novia cadáver’. Los clásicos también tuvieron atrezo: ‘Paparazzi’ la cantó ella desplegando un larguísimo velo, mientras se adentraba en un segundo acto presuntamente señalizado por el contraste entre el candor y la oscuridad.
Lady Gaga dio cierta cancha a la ejecución de instrumentos musicales, propinando ella misma, en ‘The beast’, un solo de guitarra doblado con un instrumentista semioculto (como todos los músicos, colocados en las rendijas del frontal teatral). La banda se desmelenó en el interludio que condujo al tercer acto, bastante metalero, y salió de sus escondrijos en el cuarto para realzar ‘Kill for love’.
Sin maquillaje
A medida que se acercaba el desenlace, la diva se fue volviendo más cercana, como resolviendo su conflicto e imponiéndose al personaje. Primero, con ‘Swallow’ (su amoroso dueto con Bradley Cooper en ‘A star is born’), dejando que resonara el canto del público. Luego, sentándose al teclado en ‘Die with a smile’, la entente con Bruno Mars que el año pasado revolucionó su carrera, y siguiendo con la misteriosa ‘Dance in the dark’ y la inesperada ‘Come to mama’.
Y, al fin, tras un ‘Bad romance’ pirotécnico, entonando ‘How bad do U want me’ primero desde el camerino, mientras se quitaba el maquillaje, y luego a cara descubierta sobre el escenario. Lady Gaga nos dio a entender ahí que, después de todo, ha encontrado el camino para sobrevivir a ese caos del que tanto partido artístico ha sacado.
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