Caminar sigue siendo el gesto más cotidiano del bienestar, pero ahora la ciencia insinúa que no basta con contar pasos. Algo en la manera de andar (no en la distancia ni en el ritmo) podría ser la clave que separa una caminata cualquiera de un hábito que realmente protege el corazón.

El hallazgo llega desde el Biobanco del Reino Unido, con más de 33.000 participantes analizados durante años, y apunta a un matiz que muchos relojes inteligentes aún no saben medir.

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Más vale un paseo largo que mil cortos

Los investigadores descubrieron que no todos los pasos cuentan igual. Quienes daban la mayoría de sus pasos diarios en caminatas largas y continuadas tenían un riesgo significativamente menor de morir o sufrir un infarto, incluso si el número total de pasos era menor.

Entre los más inactivos (los que apenas superaban los 5.000 pasos al día), esos paseos prolongados reducían la mortalidad hasta un 85 %. Bastaban diez o quince minutos de continuidad para que el cuerpo lo notara.

Por qué el cuerpo prefiere la constancia

Según los cardiólogos que revisaron los datos, las caminatas sin interrupciones favorecen un flujo sanguíneo más estable, mejoran la sensibilidad a la insulina y potencian los efectos cardiometabólicos del ejercicio. Lo breve, en este caso, no siempre es mejor.

Algunos estudios previos habían encontrado el patrón inverso (paseos cortos y rápidos), pero la nueva evidencia sugiere que la clave puede estar en alternar: combinar la pausa mental del paseo largo con la chispa del tramo intenso.

Una nueva forma de entender el movimiento

El mensaje es simple: no hace falta una meta diaria imposible. Basta con caminar un poco más seguido, sin mirar el reloj ni el contador. La ciencia empieza a confirmar lo que el cuerpo sabía: la regularidad vale más que la prisa.

La próxima vez que salgas a andar, no te obsesiones con el número. Concéntrate en no parar.