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En un rincón del universo, a unos 437 años luz de la Tierra, un coloso infantil llamado WISPIT 2b se está formando en silencio dentro de una cuna cósmica: un disco protoplanetario que envuelve a su joven estrella madre, WISPIT 2. 

Este planeta, todavía en plena gestación, ya ostenta una masa colosal, unas cinco veces mayor que la de Júpiter, el gigante de nuestro sistema solar. Aunque su existencia aún se considera «proto», su presencia ha marcado un antes y un después en la observación planetaria directa.

Mercurio NASA

Los discos protoplanetarios, esas majestuosas estructuras de gas y polvo que rodean a las estrellas recién nacidas, son conocidos desde hace décadas como los talleres de forja donde se construyen los planetas. 

En ellos, a menudo aparecen anillos oscuros (vacíos aparentes) que se creía eran el resultado de planetas en formación que despejan su camino al orbitar. Pero hasta ahora, jamás habíamos visto uno de estos supuestos planetas en el acto.

WISPIT 2b

Todo cambió con la aparición de WISPIT 2b, que se ha dejado capturar en una imagen directa alojado dentro de uno de esos anillos vacíos. Esto supone la primera evidencia visual de un planeta en formación habitando exactamente el tipo de espacio que, durante años, solo habíamos inferido mediante modelos teóricos y simulaciones astronómicas. Un paso histórico que demuestra que la intuición científica, muchas veces, va por delante de la tecnología… hasta que la tecnología la alcanza.

Como si esto no fuera suficiente, los astrónomos lograron discernir que WISPIT 2b no fue arrastrado hasta esa posición, sino que se formó allí, dentro del propio hueco del anillo. Esta revelación robustece una de las hipótesis más debatidas en planetología: que los protoplanetas no solo existen en los anillos, sino que son precisamente los responsables de crearlos al desplazar el material a su alrededor.

Una colaboración internacional

El hallazgo fue posible gracias a una colaboración internacional que combinó dos joyas tecnológicas del mundo astronómico: el VLT-SPHERE, del Observatorio Europeo Austral en Chile, y el sistema MagAO-X, instalado en el telescopio Magellan 2 (Clay), en Las Campanas. Este último, desarrollado por el equipo de la Universidad de Arizona, es capaz de capturar imágenes de altísimo contraste, incluso de objetos tenues que se ocultan junto a estrellas brillantes.

 

WISPIT 2 Laird Close, Universidad de Arizona

Esta imagen del sistema WISPIT 2 fue captada por el Telescopio Magallanes en Chile y el Gran Telescopio Binocular en Arizona. El protoplaneta WISPIT 2b se observa como un pequeño punto púrpura a la derecha de un brillante anillo blanco de polvo que rodea la estrella del sistema. También se aprecia un anillo blanco más tenue fuera de WISPIT 2b.

El instrumento MagAO-X, además, se especializa en la observación en luz H-alfa: una longitud de onda emitida cuando el hidrógeno cae sobre la superficie de los planetas en formación, generando un brillo sutil y revelador. Justo así fue como los investigadores identificaron el “punto” brillante en uno de los anillos oscuros alrededor de WISPIT 2: el punto era WISPIT 2b, un bebé planetario aún envuelto en plasma ardiente.

Este “punto de luz” es, en realidad, mucho más que una imagen: es una prueba directa de un fenómeno que hasta ahora solo habitaba en la imaginación de los astrofísicos. Para reforzar su análisis, el equipo utilizó también el detector LMIRcam, parte del Large Binocular Telescope Interferometer, que permitió observar al protoplaneta en diferentes longitudes de onda en el infrarrojo, completando así un retrato multiespectral de este coloso en crecimiento.

Pero WISPIT 2b no vino solo. En su observación detallada, los astrónomos detectaron un segundo punto en otro anillo más cercano a la estrella, lo que podría indicar la existencia de otro protoplaneta aún más joven o tal vez menos masivo. Aunque no ha sido confirmado, el hallazgo refuerza la posibilidad de que este sistema esté gestando una familia entera de planetas, cada uno excavando su propio camino entre el polvo ancestral.