La fiesta de Todos los Santos es una fecha tradicionalmente señalada para recordar y conmemorar a quienes ya no están. Por ello, miles de personas se trasladaron este sábado a los distintos cementerios para dejar flores en las lápidas de sus seres queridos, contarles cómo evolucionan sus vidas desde que se marcharon y pedirles deseos. El pequeño Cementerio de La Atalaya de Guía, en la isla de Gran Canaria, es uno de los lugares que reunió a cientos de personas con ese mismo propósito, siendo testigo de sonrisas, lágrimas, emociones y recuerdos que no se marchitan a pesar del paso de los años.
José Luis viene con su hija Mercedes al menos una vez al año para dejar flores a sus padres y hermanas. Como tienen varios seres queridos en distintos cementerios, dedican el día entero del 1 de noviembre a cargar el coche con un buen par de ramos de flores y visitar todas las lápidas donde yacen sus familiares y personas allegadas. Su recorrido comienza en La Atalaya de Guía, que es el cementerio que tienen más lejos de casa, y luego continúan por Moya.
Desde nunca hasta siempre
«Desde que tengo uso de razón siempre he venido todos los años con mis padres al cementerio», relata José Luis con unas palabras que, al igual que la muerte, encierran muchos términos que reflejan la eternidad. «Yo no he fallado tampoco desde que fallecieron mis padres. No fallo nunca. Siempre estarán con nosotros, aunque haya pasado mucho tiempo. Siempre se les recuerda«, añade.
Las evocaciones que surgen cada vez que los visita se remontan a cuando tenía nueve años y, ya por aquel entonces, el día de Todos los Santos estaba reservado para ir al lugar donde estaban enterrados todos los seres queridos. Ahora, con más de 60 años a sus espaldas, asegura que se mantienen «fieles» a algo que, a su modo de ver, trasciende a las tradiciones: también supone mantener y atesorar su memoria, recordando cómo fueron en vida y el hueco vacío que dejaron.
Recordar y ser recordado
En referencia a sus padres, quienes le enseñaron esta manera de recordar y ser recordado, José Luis reflexiona: «Yo venía con ellos y ahora vengo con ella. Yo la educo a ella y ella educará a sus hijos para que algún día me pongan, aunque sea, una flor a mí. No solo es heredar los terrenos o las propiedades que ellos tenían y que ahora tenemos, sino que también debemos ser conscientes, que es lo que yo enseño a mi familia, de que también tenemos que recordarlos siempre viniendo a ponerles al menos una flor. Solamente con que vengas a poner una flor, ya estás recordando a tus abuelos y a tus padres».
Esos momentos tan emotivos les sirven para cultivar la añoranza y regar las tradiciones, manteniendo también viva la religiosidad que forma parte de su día a día. Durante las visitas, suelen rezar y hablar con ellos para contarles cómo les ha ido el año, cuáles son sus planes de futuro y pedirles algunos deseos. «Muchas cosas se cumplen», confiesa José Luis, quien se muestra contento de que sus hijas tengan trabajo y estudios.
Mientras decoran los maceteros frente a los nombres de quienes fueron sus padres o abuelos, aprovechan también para dejar un pequeño ramo en las lápidas de otras personas cuyos familiares no han acudido.
El rastro de una madre
Una persona que tampoco falla nunca, ya que viene todos los viernes de todas las semanas desde el año 2005, es Rosamari. A pesar del paso de los años, aún se le saltan las lágrimas cuando piensa en su madre, una mujer de gran carácter que le inculcó las visitas al cementerio en el día de Todos los Santos para tener siempre presentes a las personas fallecidas que fueron importantes en sus vidas.
El sentimiento que la atraviesa al pensar en su madre es tan fuerte que no le basta, ni mucho menos, con acudir una vez al año. «Llamaba mucho la atención, donde iba dejaba siempre el rastro», rememora. Y es que una mujer que enviudó muy joven, siendo madre de cuatro, tuvo que hacer de tripas corazón para salir adelante en una época difícil. Rosamari, la hija más pequeña, atesora con mucho cariño las memorias de sus gestos y su ímpetu.
Con una flor en el pecho y las emociones a flor de piel, Rosamari cuenta que los lirios eran las favoritas de su madre, y por eso las trae habitualmente para colocarlas con mimo delante de su lápida. En la composición que diseña toda la familia con mucho mimo tampoco falta una gran flor amarilla en el centro, a petición del hijo de Rosamari, porque sus colores llamativos sirven para que sepa que está siempre presente. Por eso, se ha convertido en otra tradición familiar.
La percepción de la muerte
Por el cementerio de La Atalaya de Guía también se pudieron escuchar las conversaciones de algunas mujeres como María Dolores Jiménez González, Andrea Benítez Jiménez y Felicia Quintana Carrillo. Mientras preparaban las flores para sus seres queridos, reflexionaban sobre cómo ha cambiado la relación de los grancanarios con la muerte.
Ellas tres, al igual que muchos otros vecinos y vecinas, tienen interiorizada una tradición que se remonta a sus primeros años de vida. «Me acuerdo de que venían mis abuelos y nosotras pequeñas comíamos castañas aquí en la orilla y reírnos porque era lo que tocaba en esa época», recuerda Dolores.
En su caso, asegura que para ella la muerte siempre ha sido una parte natural de la vida: «Yo siempre la he mirado como una cosa que nacemos y nos morimos. Yo a lo mejor estoy ahora aquí y dentro de un rato no voy a estar». Eso no significa quita que echen «muchísimos de menos» y recuerden a las personas, y por ello se esmeran en hacer bonitos arreglos florales sentadas en unas escaleras del cementerio.
Espacios que guardan memorias
Para ellas, los escalones donde se reúnen encierran costumbres e historias que se remontan años atrás. Son muchos los ramos que han preparado allí sentadas, charlando y recordando cuánto le gustaban las flores a la madre de una de ellas, motivo por el que les resulta un gesto doblemente bonito el acudir a conmemorarla de este modo.
El paso por el cementerio también les sirve para fijarse en las lápidas de otros de sus conocidos de toda la vida y, a veces, hasta se llevan sorpresas al encontrar nuevos nombres grabados en piedra.
«Miramos las lápidas y decimos ‘ay, mira aquella persona’, que era nuestro vecino o lo recordábamos por nuestros padres. Ahora, por ejemplo, con mi primo, vimos a Severino, el que sus hijos conocían nuestros padres. Reconocemos a la gente del pueblo por esa razón. Es triste, pero a la vez es bonito«, relatan entre las tres.
Un abuelo poeta que no fue a la escuela
También por el cementerio pasó Luis García junto a su nieta Sara. Para ella es una experiencia relativamente nueva, aunque para él es una costumbre que, a sus 93 años, se ha ido labrando a lo largo de mucho tiempo. No obstante, llevaba cinco sin venir debido a que había estado enfermo, por lo que era su esposa quien se encargaba de colocar los ramos para los fallecidos. En esta ocasión es ella la que no puede venir por su enfermedad, así que Luis y Sara tomaron un cubo repleto de flores para repartirlos entre las lápidas de padres, abuelos, hermanos y demás familiares, amigas y amigos.
Las visitas al cementerio son para Luis una manera de tener muy presente el recuerdo de sus seres queridos más allá de la muerte, los cuales son capaces de trasladarlo a su propia juventud, sobre la que ha escrito muchos poemas. «Yo no fui a la escuela. Sé leer y escribir, pero tienen que pasármelo a limpio», explica, a lo que Sara añade que entre varios miembros de la familia llegaron a hacer una selección de textos, los recopilaron por temáticas y maquetaron un librito intercalado con fotografías antiguas.
Para este 1 de noviembre, Luis y Sara acudieron expresamente al monte para hacerse con un buen puñado de helechos que acompañasen las flores con un toque verde entre el colorido. Las personas que acuden al cementerio también pueden comprarse bonitas composiciones previamente elaboradas en la entrada del mismo, donde esperan floristas como Iván Ramos y Miriam Delfino Padrón, de la Floristería Encanto.
El día de las flores
Todos los años van a esta ubicación con motivo de las fiestas por el día de Todos los Santos, dado que en una sola jornada pueden llegar a multiplicar por 10 o por 20 el volumen de ventas que tienen en un día normal. Ese aumento también se produce en otras festividades, como puede ser el día de las madres, entre otras.
En las celebraciones en honor a los fallecidos, algunos de los productos que más venden son los crisantemos, que son bastante económicos, o las rosas, que encierran multitud de sentimientos y son las preferidas de muchas personas. Asimismo, los lirios también tienen mucha demanda. De este modo, entre unas y otras, calculan que pueden llegar a atender a más de 100 personas.
En cualquier caso, se escoja una flor u otra, lo que impera en una jornada como esta es tener presentes a las personas que han fallecido y seguir pensando en ellas con este tipo de gestos. Iván explica que es habitual que acudan familias enteras juntas y que cada una compre una flor o un pequeño puñado para, después, hacer una composición entre todos. Así, se mantienen la vida y los cuidados frente a las lápidas de los seres queridos.
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