En el condado de Santa Clara, California, todavía ondea una bandera verde. En apariencia, es solo el emblema de una empresa tecnológica más de Silicon Valley. Sin embargo, detrás de esa insignia se esconde una corporación que hoy mueve los cimientos del poder global. Sus productos no disparan, pero permiten que otros lo hagan con una precisión imposible hace apenas una década. Sus chips procesan inteligencia, entrenan drones, simulan escenarios de combate y coordinan decisiones en los centros de mando más sofisticados del planeta. 

Durante años, su nombre ha estado asociado a los gamers y los videojuegos. Actualmente su presencia alcanza desde los laboratorios del Pentágono hasta las misiones espaciales de la NASA. El Gobierno de Estados Unidos la ha incluido en la lista de proveedores esenciales del Defense Production Act, un estatus reservado a empresas cuya actividad es considerada estratégica para la seguridad nacional. Desde entonces, su tecnología ya no solo acelera gráficos, también impulsa la infraestructura digital de la defensa estadounidense. 

El camino hasta esa posición no ha sido abrupto. Todo comenzó con contratos de investigación con la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (DARPA), que buscaba procesadores más rápidos para sistemas autónomos y simuladores de vuelo. Más tarde llegaron los acuerdos con el Departamento de Energía y la NASA. En mayo, la organización MITRE Corporation, colaboradora habitual de las agencias federales, anunció la construcción de un superordenador con 256 unidades de esta compañía para entrenar modelos de inteligencia artificial (IA) en entornos de seguridad nacional. El proyecto, valorado en unos 20 millones de dólares, confirmó lo que muchos ya anticipaban, que el poder del siglo XXI se medirá en la capacidad de cómputo. 

La identidad de la empresa deja de ser un misterio cuando se observa su escala. Es Nvidia, popularmente conocida por ser la compañía más valiosa del planeta con una capitalización cercana a los 5 billones de dólares. Es la “niña bonita” de la bolsa mundial que ha convertido los chips en una herramienta de poder estratégico. Lo que un día sirvió para mejorar un videojuego hoy guía satélites, drones y simuladores de defensa. 

El nuevo campo de batalla de Nvidia 

Pero su influencia no se limita al software. Este año cerró junto a BlackRock, Microsoft y el fondo MGX de Abu Dabi la compra de Aligned Data Centers por 40.000 millones de dólares. La operación abre la puerta al control de los espacios físicos donde se procesan los algoritmos de IA más potentes del mundo. Cada uno de esos centros alberga miles de unidades Nvidia destinadas a simulaciones científicas, vigilancia estratégica y entrenamiento de modelos de defensa. Al mismo tiempo, la empresa ha iniciado la producción nacional de sus chips de nueva generación. 

Las tarjetas Blackwell se fabricarán en plantas de Arizona y Texas con una inversión superior a los 50.000 millones de dólares. La iniciativa forma parte de la estrategia de soberanía tecnológica promovida por Washington y busca reducir la dependencia de Asia en plena rivalidad con China. Para el Gobierno estadounidense, garantizar el suministro de estos procesadores es tan importante como asegurar el acceso a la energía. Su huella se extiende también a Europa, donde los superordenadores MareNostrum 5 en Barcelona y Leonardo en Bolonia utilizan su arquitectura dentro del programa EuroHPC. 

Estos sistemas, concebidos para investigación civil, están preparados para aplicaciones en defensa y seguridad. Por otro lado, India ha firmado un acuerdo con la compañía para desplegar centros de innovación en IA, mientras que Arabia Saudí y Emiratos Árabes financian, junto a ella, complejos de datos que servirán como infraestructura para el desarrollo de modelos de gran escala. El alcance de su tecnología ha reconfigurado las reglas del juego. 

Según Bloomberg Intelligence, casi un tercio del gasto mundial en defensa vinculado a IA depende directa o indirectamente de su hardware. En Estados Unidos, sus procesadores alimentan los sistemas del programa JADC2, la red que conecta todas las ramas del ejército en una estructura digital unificada. En ese entorno, cada dron o simulador militar utiliza algoritmos optimizados para sus GPU, capaces de procesar decisiones en milésimas de segundo. 

Contratos militares 

Las restricciones de exportación impuestas por Washington sobre los chips más avanzados han consolidado aún más su papel como aliado de seguridad. Los modelos H100 y H200, esenciales para entrenar redes neuronales de gran escala, solo pueden venderse fuera del país con licencia específica. El Departamento de Comercio justifica esta medida por motivos de defensa y la considera una herramienta de protección nacional. 

Un análisis de Brookings Institution revela que los contratos de IA relacionados con el ejército de Estados Unidos se incrementaron de menos de 200 millones de dólares en 2022 a más de 550 millones en 2023, lo que ayuda a entender el entorno en el que Nvidia opera. Los números completan el cuadro. En 2024 la empresa facturó 186.000 millones de dólares, un 125% más que el año anterior, y obtuvo un beneficio neto de 80.000 millones. 

La parte de ingresos procedente de contratos públicos y militares supera el 14%, según Financial Times. El resto proviene del mercado civil, donde sus chips dominan la nube de Amazon, Google y Microsoft y procesan desde algoritmos financieros hasta sistemas de conducción autónoma. El resultado es un equilibrio inédito entre capital privado y función pública. Nvidia sigue presentándose como una empresa civil, pero su tecnología se ha integrado en la infraestructura de seguridad occidental. No fabrica misiles ni tanques, pero fabrica los cerebros que los controlan, y en una economía que se libra con algoritmos, ese papel la sitúa en el centro mismo del poder militar.