Simon Reynolds (Londres, 1963) es una fiera en peligro de extinción: el periodista y crítico musical de referencia en un mundo antiélites que repudia la ‘auctoritas’. Por si faltara para el zumo, nuestro hombre es licenciado en Historia por Oxford. Si antes estaban los … Lester Bangs o Greil Marcus, por citar a los clásicos, hoy resisten apenas una casta ínfima de resabiados re-sabios musiqueros que okupan sus vetustos tronos sin relevo (aunque este crítico, a sus 62 años, aparente 42).

Reynolds es autor de sustanciales ensayos sobre la cultura rave o el postpunk, y su inclusión en el Festival de las Ideas en La Casa Encendida, en donde tuvo un encuentro con C. Tangana, nos permitió entrevistarle por correo electrónico para averiguar si las fieras se extinguen o se han domesticado o qué pasa.

-¿Escribir sobre música no es como bailar arquitectura?

-Tienes razón: escribir sobre música no tiene sentido, y es trágico que haya pasado cuatro décadas dedicado a esta actividad sin sentido. Hablando en serio, diría que la música elude el sentido y que la tarea del crítico es sortear ese poder irracional e intentar evocarlo. Es como crear un poema a partir de la música. A la vez, se puede escribir sobre todo lo que le rodea: las subculturas, sus rituales, etc. Así que hay muchas cosas sensatas y racionales que decir. Y las letras. Después de todo, la música pop es una forma híbrida audiotextual-visual. Hay mucho que analizar.

-¿El periodismo musical ha perdido relevancia?

-Desde luego. Cada año tengo una nueva clase de estudiantes y siempre les pregunto sobre su lectura de los medios. Y sorprende cuánto ha declinado en los cinco años que llevo. Muy pocos jóvenes leen críticas o consultan revistas. Algunos siguen a críticos de YouTube. Pero la mayoría obtiene su información y opinión de maneras más laterales: de foros, de amigos. Y algunos obtienen la mayor parte de su información de anuncios de Spotify, lo cual es aterrador. Parece haber una actitud general de desconfianza hacia el conocimiento, una resistencia a la idea de que alguien esté más informado o sea más perspicaz que uno. Esto está bien en el periodismo cultural, pero se extiende al periodismo político y de actualidad. A la gente le gusta la idea de descubrir cosas por sí misma. Por eso los conspiranoicos siempre dicen «¡Investigué!». No tengo ni idea de cómo solucionarlo. Para mi suerte, todavía hay un público veterano al que le gusta leer libros sobre música, que creció con la crítica y la encuentra útil y entretenida. Este público acabará desapareciendo, pero yo habré muerto antes. De hecho, contradiciendo mi pesimismo, parece haber un pequeño pero fuerte interés minoritario entre algunos jóvenes por la crítica, y por la crítica muy obstinada. Mi hijo Kieran Press-Reynolds está prosperando escribiendo este tipo de cosas y forma parte de un grupo de jóvenes escritores de internet que cubren los microgéneros recientes. Incluso se ha vuelto a la idea del «autor con personalidad», en contraposición al más objetivo e impersonal.

-Entonces, ¿es el crítico un oficio en peligro de extinción?

-No tiene muy buena pinta como medio de vida. Mientras que en 1990 había muchísimos lugares donde escribir y pagaban decentemente, en algunos casos bastante bien, creo que ahora mucha gente escribe pero tiene que hacer otras cosas para ganarse la vida. La crítica musical se está convirtiendo en una actividad secundaria, casi un hobby amateur. Se está desprofesionalizando.

-¿Lo lamenta? ¿Para qué sirve un buen crítico musical?

-Sí, por supuesto. ¿Su papel? Detectar patrones, géneros o escenas emergentes. Informar y entretener. Crear un retrato del artista, si se realiza una entrevista o un perfil. Y abordar grandes cuestiones relacionadas con el arte y la naturaleza de la música. También se puede abordar prácticamente cualquier tema, desde la política hasta la espiritualidad. El crítico también intenta evocar la música y reflejar en el lenguaje el tipo de embriaguez y emoción que transmite. Así, hay un elemento de poesía en prosa: evocaciones imaginativas del sonido, a menudo utilizando la sinestesia, traducciones visuales del sonido, imaginándolo como un paisaje, una máquina o un sistema meteorológico…

-¿Qué críticos leía en sus años de formación?

-La primera fue Julie Burchill de ‘NME’ y luego otros críticos de ahí, como Paul Morley y Barney Hoskyns. Escribían con una pasión que mezclaba amor y odio sobre la música; sus opiniones estaban muy polarizadas. Los artistas eran dioses o eran unos inútiles. Los escritos en ‘NME’ eran intelectualmente potentes y provocativos. Un poco más tarde, mis ídolos se convirtieron en mis amigos y camaradas de nuestro fanzine ‘Monitor’, y luego todos empezamos a escribir para ‘Melody Maker’. Eran David Stubbs y Paul Oldfield. Tuvieron una gran influencia en mí. Éramos como una pandilla, un equipo, impulsando una dirección específica en la música. De esto trata mi próximo libro, ‘My Little Underground: la visión de Melody Maker’ sobre la música a finales de los ochenta y principios de los noventa. El shoegaze y la reinvención del rock.

-¿Ha echado en falta más mujeres en la crítica?

-Siempre ha habido. En el Reino Unido, cuando empecé a leer periódicos musicales, había figuras destacadas como Caroline Coon, Vivien Goldman y Julie Burchill. Pero sí, históricamente ha sido un club de chicos y probablemente hoy se conserve esa vibra, a pesar de las mejoras de los últimos años. Tiene que ver con el enfoque ‘nerd’ de la música que suele prevalecer. Hay mujeres ‘nerd’, pero no es un síndrome tan común ¡debido a la mayor salud emocional de las mujeres! Parte del problema es que muchos más hombres se postulan a revistas para escribir. Y también son más insistentes, se desaniman menos ante el rechazo. Parecen tener esa confianza en sí mismos, ¡a menudo una confianza ilusoria! Las cosas han mejorado, pero todavía hay mucho margen de mejora.

-¿Le interesa Fantano u otro crítico musical de YouTube?

-No.

-¿Cómo valora la era del ‘poptimismo’ (valorar el pop comercial con igual seriedad que el rock u otros géneros)?

-He escrito artículos muy largos sobre el ‘poptimismo’. De hecho, escribí uno la semana pasada en mi blog. El argumento central es que la idea de que existió una época oscura del rockismo donde la música negra, el pop adolescente, la música dance, no se tomaban en serio es un mito. Los periódicos musicales con los que crecí y para los que luego escribí, incluyendo ‘Melody Maker’, cubrían todo tipo de música negra, música dance y también prestaban atención a los grandes fenómenos del pop adolescente. Y en sus inicios, revistas como ‘Melody Maker’ o ‘NME’ se basaban en la idea de «cubrimos todo». Se consideraban generalistas. Se veían como periódicos: salían semanalmente, físicamente parecían periódicos en lugar de revistas, y la actitud era «si algo se mueve, lo cubrimos». Esta concepción del trabajo era diferente a la de las revistas especializadas que se publicaban mensualmente y que cubrían reggae, folk, metal o música dance, con un enfoque limitado en ese género y nada más. Lo que me desconcierta del ‘poptimismo’ es la idea de que grandes superestrellas como Taylor Swift y Beyoncé necesitan ser defendidas; que han sido ignoradas por los críticos, que se han negado a respetarlas y tomarlas en serio. Son las fuerzas más poderosas y dominantes de la cultura pop; no necesitan el apoyo de la crítica. No son desfavorecidas. De hecho, reciben muchísima cobertura respetuosa de todo tipo de medios, como ‘The New Yorker’.

-Justo en el ‘The New Yorker’, acaba de salir un reportaje sobre la benevolencia de los críticos actuales. ¿Por qué se han ablandado?

-Parece haber un principio generalizado de «si no tienes nada bueno que decir, no lo digas». ¿Qué sentido tiene ser negativo? Y luego, con las grandes estrellas, quizás existe el temor de que el «ejército de fans» te ataque y te amargue la vida, a menudo por comentarios poco críticos o ambivalentes.

-¿Piensa que la música actual es peor que la de antes?

-No. Ahora tengo mayor serenidad y me alegra que una o dos cosas que escucho al año me dejen boquiabierto. Y luego hay otras que me gustan mucho.

-¿Spotify ha sido positivo o negativo para la música?

-Negativo para el creador y probablemente para el oyente, ya que escucha de forma más superficial. Hay demasiada música disponible. Es como un buffet libre con una política de «come todo lo que puedas»: llenas el plato con demasiada comida, de todo tipo de cocinas discordantes e incompatibles. ¡Náusea! ¡Es el equivalente sónico del reflujo ácido!

-¿Hay algún grupo que antes le gustara y ahora odie?

-No se me ocurre. Es más bien al revés: hay bandas o discos que creía odiar por alguna razón pero ahora me molan. Psychedelic Furs sería una. The Clash, sigo sin creer en ellos, pero les tengo mucho más cariño que antes.

-¿Y artistas o bandas españolas que le parezcan valiosos?

-No conozco bien la música popular española. Lo que conozco es principalmente experimental y electrónico, ya sean grupos industriales tempranos como Esplendor Geométrico o compositores de música concreta/electrónica como Andrés Lewin-Richter y Juan Hidalgo. Si ampliamos al ámbito hispanohablante, mucho del increíble trabajo pionero en música concreta se realizó en Latinoamérica. Una compositora que me gusta mucho es Beatriz Ferreyra. Su pieza ‘Echos’ fue mi favorita de 2020, aunque en realidad fue compuesta en 1978. Es un homenaje a su sobrina Mercedes Cornu, quien falleció en un accidente automovilístico, y está compuesta íntegramente por fragmentos de su sobrina cantando canciones populares latinoamericanas. Es hermosa, desgarradora, inquie- tante. Un ejemplo temprano de hauntología.

-¿Están Estados Unidos y el Reino Unido perdiendo su preeminencia pop?

-Sí, pero muy lentamente. E incluso cosas como el K-pop, por ejemplo, es en realidad una versión magnificada e hiperexagerada del pop angloamericano de grupos femeninos y masculinos. Los artistas hispanohablantes están cambiando un poco las cosas. Pero es como en el cine. Hay películas extranjeras que ganan el Oscar a la Mejor Película, pero la mayoría de las nominaciones siguen siendo películas estadounidenses o británicas. Hollywood sigue siendo inmensamente poderoso. Lo mismo aplica a la industria musical estadounidense.

-¿Teme que algún día deje de interesarle la música?

-No, pero no siento la intensa compulsión por estar al día de antes. Tratar de no perderme nada destruiría el disfrute. Tengo la suerte de tener hijos que están interesados en la música nueva y de estilos diferentes. También descubro cosas a través de mis alumnos, especialmente los internacionales de Asia o Europa del este. Además, se ha hecho tanta música en los últimos 60 años que podrías pasar el resto de tu vida descubriéndola. La mayor parte del tiempo escucho jungle, reggae de los 70 o electrónica de vanguardia post Segunda Guerra Mundial. Pero hay regiones musicales enteras que no he explorado a fondo. Me he adentrado en el océano de la música africana, pero hay mucho más. Hace poco me di cuenta, para mi vergüenza, de que la música clásica que me gusta es o bien la que me gustaba a los 14 años antes de meterme en el rock o la que conozco por el cine, como ‘Aquarium’, de Saint-Saëns. Hay mucho jazz anterior a Miles Davis de ‘In A Silent Way’ que aún no he explorado. De hecho, a veces siento que podría pasar el resto de mi vida escuchando la música de Miles Davis de finales de los 60 y los 70 sin agotarla.