Rui Costa, el último superviviente de otra forma de ganar

Se marcha Rui Alberto Faria da Costa, portugués de Póvoa de Varzim, nacido en 1986, con 38 años y casi dos décadas de oficio a sus espaldas.

Lo hace en perfil bajo, como ha vivido su carrera: a su ritmo, midiendo los esfuerzos, sabiendo cuándo gastar y cuándo guardar.

Diecinueve temporadas en la élite, más de treinta victorias, un maillot arcoíris en Florencia 2013 y la sensación —tan extrañada en este ciclismo de laboratorio— de haber sido un corredor con instinto.

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Rui Costa fue muchas cosas.

Fue aquel joven del Benfica que aterrizó en la estructura de Eusebio Unzué, suspendido en 2010 por una contaminación alimenticia que pudo haberle cortado las alas, pero volvió con más colmillo que nunca.

Fue el ciclista que no regalaba un solo relevo, el que hacía de la inteligencia su principal arma, el que convertía cada fuga en una partida de ajedrez.

“Navajero” en el sentido más noble del término: sabía leer la carrera, sabía esperar su momento y, sobre todo, sabía rematar.

Le llamaban «Ruín» Costa, completamente injusto.

Ganó tres Vueltas a Suiza consecutivas entre 2012 y 2014, un récord al alcance de muy pocos.

Y firmó tres etapas del Tour de Francia, siempre en solitario, siempre a su manera: sin estruendo, sin fuegos artificiales, pero con una eficacia quirúrgica.

Rui no ganaba mucho, pero cuando ganaba, lo hacía con precisión de relojero.

Y, claro, está Florencia.

Aquel Mundial de 2013 en el que Portugal se coló entre la España de los galácticos.

Bajo la lluvia toscana, Rui Costa leyó la carrera como un veterano.

Valverde miró a Purito, Purito se fue, y Rui salió a por él.

Lo alcanzó y lo batió en el sprint más incómodo para el aficionado español en décadas.

Las lágrimas del catalán, la frialdad del portugués y la sonrisa de quien sabía que había hecho lo justo, ni más ni menos.

El ciclismo, en su versión más cruda.

Criticado muchas veces por conservar, por no dar la cara, por correr “a la vieja usanza”, Rui Costa fue, sin embargo, un corredor imprescindible.

Porque representó ese tipo de ciclista que no necesita mover vatios para ganar, que mide, calcula y aprovecha el momento.

Porque en tiempos de jóvenes prodigios, él seguía jugando con la experiencia, con el olfato, con esa inteligencia táctica que solo los elegidos poseen.

Su paso por el UAE, el mismo equipo que hoy domina el ciclismo con Pogacar, fue el epílogo de una carrera larga y silenciosa.

Pero incluso ahí, cuando parecía que el tiempo lo había dejado atrás, Rui volvió a dar señales de vida: en 2023 ganó la Volta a la Comunitat Valenciana y una etapa de la Vuelta, con Intermarché, escapado y fiel a su estilo.

El zorro viejo que aún sabía cómo cazar.

Su último podio llegó en el Trofeo Matteotti de 2025, derrotado por un joven del UAE, Isaac del Toro.

El relevo estaba servido.

Rui sonrió, como siempre.

Y se bajó de la bicicleta con la misma elegancia con la que la había llevado durante casi veinte años.

“El ciclismo me ha hecho muy feliz! Es el momento de disfrutar la vida, de estar con los míos”, dijo en su despedida.

Lo dice un tipo que ha ganado un Mundial, ha sufrido sanciones, ha tenido enemigos y amigos, y ha dejado huella.

Rui Costa no fue el más querido ni el más espectacular, pero fue un ciclista de raza.

De los que corren con la cabeza fría y el corazón escondido.

De los que te ganan cuando pestañeas.

Un corredor que, sin levantar la voz, ha dejado su nombre grabado entre los imprescindibles de los últimos quince años.

Imagen: ASO/B.Bade