En el nuevo episodio del podcast Quédate a comer repasamos con el fotoperiodista Kim Manresa algunas de las vivencias de su larga carrera profesional, que empezó siendo un adolescente y vendiendo las fotos que hacía al salir del colegio de las protestas del final del franquismo. Durante muchos años Manresa ha trabajado en La Vanguardia, donde ha publicado reportajes tan reconocidos como el que denunciaba la práctica de la ablación en África, reflejada a través de  la historia de Kadi, que apareció en las páginas del Magazine y que fue considerado uno de los reportajes más importantes del siglo XX por la agencia Associated Press.

Manresa, que actualmente vive entre Barcelona y México, donde trabaja junto a la periodista Edith Camacho en el proyecto documental Sabor a tierra en el que buscan el origen ancestral de los ingredientes de la rica despensa de Centroamérica, cuenta algunas de las situaciones más peculiares que ha vivido en distintos lugares del planeta y reflexiona sobre conceptos como el miedo: “Yo temo el dolor; que un día me cojan y me torturen sí me da miedo. Pero el miedo a lo desconocido no, porque a descubrir no tienes que tener miedo, porque es es una ventana abierta a la sabiduría y eso no te ha de causar miedo”.

La cámara ha sido la herramienta que yo he usado para conocer y descubrir un montón de cosas que me fascinan” 

Fue la curiosidad, explica, lo que lo llevó a la fotografía: “La cámara ha sido la herramienta que he usado para conocer y descubrir un montón de cosas que me fascinan. La antropología, la arqueología, la botánica, la gastronomía, los pueblos originarios. Y la cámara es la herramienta para acercarme a todo eso”. Pero si hay algo que ha marcado su trayectoria como fotógrafo ha sido el empeño en buscar el lado humano de todo lo que observaba.

“Ya sea fotografiando escritores, algo relacionado con la comida o con los derechos humanos, siempre, siempre busco el rostro humano de lo que tengo delante”. Manresa explica que se crió en un barrio humilde en el que siempre lo ayudaron. “Allí había hermandad y eso me ha marcado toda la vida. Cuando yo era pequeño, había un grupo de barracas y mis amigos eran la gente que vivía en ellas. Allí encontré una solidaridad que luego he seguido viendo en otros países donde no tenían nada y me lo daban. Eso me ha marcado.y si no pudiera hacer fotografiar la cara humana de cualquier proyecto que haga, me dedicaría a otra cosa”.

Manresa habla sobre su visión de África, donde ha realizado numerosos reportajes, y lo describe como un continente que sufre y al que “lo único que no han arrebatado es la alegría de sobrevivir”. Hace referencia a la hospitalidad que siempre ha encontrado en quienes menos tienen, que “siempre son los que más dan”. “Ir a algún poblado y que enseguida te abran las puertas. La hospitalidad es algo que yo creo que en el mundo occidental tenemos que aprender. Siempre me he encontrado con que lo poco que tenían lo compartían conmigo. Y a mí siempre me daban lo mejor, porque sabían que yo era más débil y ellos eran más fuertes, y ellos comían lo peor. Tú puedes ir a cualquier sitio, a cualquier casa, y si están comiendo, llamas a la puerta y aunque no te conozcan, un plato de comida te lo van a servir”.

En poblados de México con una riqueza de fruta increíble para hacer zumos han educado a los niños enseñándoles que la Coca Cola o las patatas chips son lo mejor ”

El fotógrafo relata una situación en la que enfermó y estuvo muy grave en Mali, donde quienes lo atendieron eran veterinarios, porque no había médicos. y explica su mentalidad abierta respecto a ciertos productos que en algunos lugares del mundo se comen y en otros resultan repulsivos. “En el planeta Tierra todo lo que se mueve, se come. Lo que pasa es que según donde nazcas, unas cosas las comerás y otras no. Comer caracoles o pies de cerdo, que aquí nos parece de lo más normal, en otros lugares les escandaliza tanto como a nosotros la idea de comer perro o gato, como en otros lugares se hace”.

Él mismo cuenta algunas de las pocas cosas que ha sido incapaz de ingerir, como la miel que le ofrecieron directamente de un panal con los propias abejas o comidas con un grado de picante superior al que su organismo puede tolerar. “Me tuvieron que llevar al hospital porque me quedé paralizado al comer algo muy picante en México”.

También reflexiona sobre la riqueza de la despensa mexicana y lo triste que le resulta llegar a algunos poblados donde tienen una variedad fascinante de frutas para preparar zumos y no encontrar otra bebida que los mismos refrescos que han invadido todo el mundo. “Poblados  no valoran lo que tienen porque les han educado enseñándoles que la Coca Cola o las patatas chips son lo mejor y es lo único que encuentras”.

Afortunadamente ha podido conocer muchos lugares lugares donde hay un gran respeto a la comida, que sigue siendo sagrada. “Lo que pasa es que con la colonización y la llegada de los europeos se impusieron unos cánones a la hora de comer, de actitud y de comportamiento por encima del respeto total y absoluto que ellos tenían a la tierra, un respeto que muchos pueblos mantienen”.

Nunca hemos tenido tanta información pero somos más pobres que nunca. Vemos, vemos, vemos, pero no retenemos absolutamente nada”

La desinformación en un mundo hiperconectado es otro de los temas que aborda. “Nunca hemos tenido tanta información pero somos más pobres que nunca. Vemos, vemos, vemos, pero no retenemos absolutamente nada. Y según donde nazcas, tu realidad es totalmente diferente. Lo que vemos d euna manera  en España o en algunos países de Europa, cruzas el estrecho y en Marruecos no tiene nada que ver. La visión del mundo que nosotros tenemos y la que hay en África, Asia o América Latina es totalmente diferente”.