La principal plaza madrileña tiene miedo a reinventarse. El inmovilismo estético, la ideología y la falta de ideas la están condenando

La mejor foto de la Puerta del Sol la hizo el recientemente fallecido Luis Baylón. Es una sencilla secuencia de tres imágenes que revela el instante en el que un tipo le birla a otro la cartera, a pocos metros del célebre Km 0. Sin querer romantizar la delincuencia o caer en la nostalgia quinqui, ese tríptico muestra con picardía un Madrid reciente en el que los carteristas eran elegantes, el tráfico alocado atravesaba la plaza y los chaperos se congregaban alrededor de las boca del metro para camelar a algún cliente. Un Madrid que no tenía en mente a los turistas.

La Puerta del Sol que tenemos hoy en día es un lugar aséptico, muy alejado de la plaza irregular que fue durante siglos hasta que se remodeló a base de expropiaciones y derribos. Un cruce frío y desangelado que tiene muy poco que ver con la espontaneidad laberíntica y golfa de la capital. Aquella reordenación respondía a la estética decimonónica que se expandía por Europa y debió aquejar de ínfulas a los urbanistas y gobernantes de la época. Un arrebato que buscaba higienizar las urbes, en todos los sentidos, y amplió la plaza en nueve mil metros cuadrados. Algo más de un campo de fútbol.

Desde entonces, el espacio dejó de ser mentidero y lugar de encuentro para convertirse en un cruce loco de carruajes al que después se sumaron los tranvías. No fue hasta la última remodelación de 2024 en la que, por fortuna, el tráfico se suspendió completamente. Esta última intervención urbana fue vista como una excelente oportunidad de reimaginar una Puerta del Sol que tuviese en cuenta exigencias sociales y culturales contemporáneas. Muchos clamaban para que en ella brotasen zonas verdes que sirvieran de referencia emocional; que pudieran aliviar visualmente la dureza urbana que este cruce representa como pocos espacios en la capital.

Pues no. Tan solo se desarrolló un plan de cubiertas temporales para crear sombras en verano, cuyos toldos se desmontaron hace poco para acabar con la polémica sobre su funcionalidad y estética. Ese “menos es nada” que a menudo repetimos desalentados. De nuevo encontramos un cruce que muchos califican de hostil, pero ya sin lonas. Sin esa solución visualmente inerte y de eficiencia limitada que el Ayuntamiento se sacó de la manga tras años rehuyendo la exigencia popular de clemencia solar.

Esta exigencia pasaba por verla llena de árboles, una estrategia loable pero que encontraba dos muros de piedra tan duros como la propia plaza. Tras ambas se parapeta de manera insistente el consistorio para no realizar intervenciones de calado, más allá de las cosméticas que ha realizado en los últimos años. Una, que el entorno tiene una alta protección BIC –Bien de Interés Cultural–, por lo que cualquier cambio debe ser avalado por la Comisión de Patrimonio de la Comunidad de Madrid. Otra, que la plaza no tiene profundidad suficiente.

El ejemplo de París

Es cierto que debajo de los adoquines madrileños no hay una playa, como anunciaban los estudiantes parisinos del 68, sino una losa de cemento que protege las instalaciones del metro, por lo que no podrían plantarse elementos vegetales que arraigaran en profundidad en muchas zonas. Pero las soluciones de superficie a este tipo de problemas existen. París es un buen ejemplo de ello y ya ha creado jardines en lugares en los que supuestamente no podía sembrarse masa verde. El último y más representativo, frente al mismo ayuntamiento de la capital francesa.

Sobre una explanada dominada por el granito, el proyecto –concluido el pasado verano– ha incorporado más de 2.500 m² de superficie vegetal y unos 150 árboles distribuidos en cuatro bosques. El subsuelo de la plaza –ocupado por un aparcamiento, galerías técnicas y redes de servicios– imposibilita excavar de forma profunda y continua, igual que en Madrid. Por eso, los paisajistas y técnicos han optado por crear jardineras de gran volumen o “cajas de suelo estructural” elevadas sobre el nivel original, contenidas por bordes de piedra y metal. El diseño conserva la funcionalidad de la plaza, pero introduce varios parterres que transforman la escala y mitigan las islas de calor que generaba la anterior superficie granítica.

La transformación del parvis del Hôtel de Ville –con un costo de seis millones de euros– se ha convertido en el emblema de la nueva estrategia de urbanismo bioclimático de la alcaldesa, de origen gaditano, Anne Hidalgo. Según informa el propio ayuntamiento, se han plantado unos 150 ejemplares, de los cuales 49 son árboles de porte medio y alto, distribuidos en cuatro zonas. Los restantes corresponden a arbustos y sotobosque. Los árboles son de especies adaptadas al entorno urbano, como robles y arces que fueron trasplantados ya con troncos de 20-30 cm de diámetro y alturas de 6m a 10m, lo que les permite generar sombra inmediata. El resultado no sólo es refrescante, también es afectivo.

Políticas urbanas demasiado políticas

Lo cierto es que la lógica urbanística en Madrid está cada vez más anclada en el relato ideológico. Algo que parece también contaminar el debate en torno a la plaza madrileña. Si se transforma en un espacio verde, se cedería a una reivindicación ecologista, discurso que suele ser instrumentalizado por la izquierda. Si se mantiene con el diseño actual, parece que se defiende una visión estética alineada con la arquitectura neoclásica que reinaba a mediados del siglo XVIII, cuando fue construida la plaza. Es decir, un tradicionalismo poco imaginativo sin ganas de reimaginar la ciudad.

La retirada de los toldos en Madrid coincide con la instalación de una cubierta urbana temporal en Alicante dentro de un festival de arquitectura urbana llamado TAC!. Se trata de una estructura metálica que sostiene una superficie de esparto de 240m2, pero no trenzado sino en bruto. En rama, mejor dicho, y como si fuera un secadero gigante de este vegetal. Se titula Espartal y con él sus creadores pretenden revalorizar el material tradicional “fortaleciendo el vínculo entre el paisaje agrícola y la ciudad”, afirman. “Se propone un cielo suspendido de esparto que filtra la luz, creando una sombra espesa que proporciona confort térmico y modifica el microclima de la plaza”.

En total, el presupuesto de esta obra arquitectónica que tiene en cuenta el valor cultural y tradicional de los materiales usados aportando respuesta a una necesidad climática no llega a los noventa mil euros. Muy lejos de los doscientos mil que cuesta únicamente la instalación y desinstalación de los toldos madrileños, cuyo diseño y producción supera el millón de euros. La diferencia entre ambas soluciones es aún más llamativa si recordamos el nulo valor artístico de la estrategia madrileña.

Obviamente la solución de Alicante no vale para Madrid, pero es un ejemplo de cómo imaginar soluciones creativas para un lugar que, sobre todo en verano, necesita una mano de sombra con fórmulas que no solo puedan ser deseables, sino también viables.

Se supone que instalar una obra definitiva en Madrid parece complicado por el valor simbólico de la zona y porque es un cruce urbano nuclear para la ciudad. Como hemos visto, un nuevo diseño debería tener en cuenta aspectos culturales, si bien hace poco se finalizaron las obras que trastocaron varios elementos importantes mientras se dejaron otros. El Comité de Patrimonio no vio con malos ojos que el acceso a Cercanías con sus formas como de ballena acristalada, situado en el margen oeste de la plaza, tenga su sitio en este punto tan emblemático. Tampoco que, cada dos por tres, las fachadas de los edificios que cierran la plaza queden ocultos por lonas gigantes de anuncios comerciales que desfiguran su imagen.

La autoridad sobre el espacio es del Ayuntamiento, no cabe duda de que la opinión de la Comunidad, cuya sede ocupa la Real Casa de Correos, tiene mucho peso debido a su control sobre el Comité de Patrimonio. Lo que no hay es discrepancia científica sobre la necesidad de hacer las urbes más amables, ya sea creando zonas verdes o desarrollando soluciones vegetales audaces. La lección que nos ofrecen iniciativas como TAC! no es sólo la posibilidad de instalar una cubierta de esparto en medio de la ciudad. Lo realmente valioso de esta iniciativa es el concurso de ideas realizables que haga posible imaginar una ciudad diferente. La clave para el urbanismo no está solo en la modificación de los espacios, sino en la capacidad de imaginar alternativas a las actuales. Quizás, insistir en el pasado pueda ser una manera de mantener la conexión con la historia, pero cada tiempo necesita su propia identidad.