Una película que llega fatalmente señalada a su estreno: durante su rodaje, en 2021, a su protagonista, Alec Baldwin, se le disparó el arma (que debería tener balas de fogueo) y alcanzó a la directora de fotografía, Halyna Hutchins, que falleció. El rodaje se paralizó ( … también resultó herido el director, Joel Souza), Baldwin fue juzgado y absuelto, pero la encargada de la armería en el rodaje, Hannah Gutiérrez-Reed, fue condenada por homicidio involuntario y negligencia… En fin, un wéstern con un sangriento y trágico flashback que le pone un acento de fatalidad y una carraspera de conmoción mientras lo ves.
Esta ‘compañía’ emocional a ‘Dos forajidos’ apoya, sin duda, la impresión de que lo mejor del filme es su visualidad, un wéstern de pradera que, en cierto modo, le ofrece un homenaje a su primera víctima, la directora de fotografía, y que permite comprender los rastros crepusculares en el personaje que interpreta Alec Baldwin, un hombre proscrito, endurecido y enfurecido porque a su nieto de trece años lo van a ahorcar por un disparo accidental que mata a uno de sus vecinos. La película es ‘el viaje’ y la relación entre el abuelo y el nieto, llena de asperezas y de oscuros reproches.
Como wéstern, la pertenencia al género de ‘Dos forajidos’ es absoluta en esencia y detalles, con un especial subrayado a la persecución y a la naturaleza agria de los ‘caza recompensas’ y la propia ley, fría, sucia, inclemente. Muy bien contrastada en sus claroscuros, tanto de espacios (abundantes ‘planos John Ford’ desde el interior de las cabañas, la puerta y la pradera al fondo) como de personajes, entre los cuales solo apunta claridad y moral el del chiquillo, bien interpretado por Patrick Scott McDermott. Baldwin compone el suyo de modo hosco y severo, el de un superviviente sin ganas y con la conciencia acribillada; por lo que sea, Baldwin, que nunca fue un gran actor, acierta en lo sombrío y escabroso del personaje.
Y por lo que sea, la película encuentra en su propia historia elementos de catarsis, de recomposición, de recompensa a la justicia (no tanto a la ley) y de reconocimiento algo utópico a la inocencia, esa cosa de la que ya no tenemos idea ni de cómo se escribe.
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