En las paredes del hotel Ballyfin en Irlanda crecen flores y árboles frutales enmarcados por espalderas. Da la impresión de que la cama con dosel está en un precioso jardín. Esta ilusión es obra de Lucinda Oakes, una de las muralistas más singulares del panorama decorativo británico actual. Su estilo, heredero directo del fresco italiano y la pintura decorativa sueca del siglo XVIII, combina una técnica meticulosa con una mirada profundamente íntima sobre la naturaleza.

“Estaba buscando una carrera viable como artista a mis 20 años –explica a Magazine desde su estudio en Hastings, al sur de Inglaterra–. Me di cuenta de que si seguía los pasos de mi padre y me convertía en artista decorativa, podía ganarme la vida así”. Y no habla de cualquier padre, sino de George Oakes, reconocido pintor que decoró la sala de audiencias del palacio de Buckingham y que dejó una impronta decisiva en Lucinda. “Me enseñó a mezclar colores, a organizar mi espacio de trabajo, a limpiar bien mis pinceles todos los días y todas esas cosas básicas. Pero también a dibujar con precisión y con decisión. Me enseñó sobre composición, uso del tono y el contraste. También a utilizar material de referencia bueno e interesante”.

Murales de Lucinda Oakes en el hotel Ballyfin en Irlanda

Murales de Lucinda Oakes en el hotel Ballyfin en Irlanda

Alun Callender

Esa mirada entrenada es el cimiento de una carrera que ha trascendido fronteras. Desde Hastings, Oakes trabaja para clientes de todo el mundo, muchas veces de la mano de interioristas británicos como Colin Orchard. “La mayoría de mis encargos son para interiores clásicos”, explica. Y aunque afirma que no suele seguir modas, hay un sello muy definido en sus composiciones: paisajes que flotan entre lo real y lo poético, jardines ingleses que se funden con la chinoiserie, escenas italianas o referencias a la pintura decorativa sueca del siglo XVIII, “un poco más minimalista y tranquila, pero muy hermosa, con colores apagados y sutiles”, ilustra.

Su primer encargo fue un estor decorado con una canasta de cerezas y una enredadera de guisantes “inspirado en la pintura decorativa sueca”, recuerda. Desde entonces, ha desarrollado un método de trabajo preciso que comienza siempre con una acuarela a escala. “Me sirve como guía para color y tono, y me permite medir cada detalle. También trabajo con muestras de telas que estarán en la habitación, para que todo armonice”.

Mural con reminiscencias chinas de Lucinda Oakes

Mural con reminiscencias chinas de Lucinda Oakes

L.O.

A veces, la distancia es parte del reto, como cuando recibe encargos de Estados Unidos, por ejemplo. “Claro que hay riesgos cuando se trabaja de forma remota, pero los clientes han visto mi estilo y los bocetos previos. Además, tomo medidas milimétricas o me aseguro de que alguien de confianza lo haga sobre el terreno”, señala.

Su mural más personal, sin embargo, no tiene que ver con la distancia, sino con la cercanía emocional: se trata de una casa en Inglaterra que conserva la primera obra mural de su padre, realizada en los años cincuenta junto a John Fowler y donde ella misma está pintando ahora. “Siento como si la vida hubiera cerrado el círculo”, confiesa.

Aunque su producción se adapta al soporte —puede trabajar sobre papel, lienzo o directamente sobre la pared—, la esencia siempre es la misma: pintar con sensibilidad. “Me inspiro mucho en la naturaleza. Me encantan las plantas trepadoras porque pueden enroscarse en elementos arquitectónicos y crear formas agradables. Suavizan el ambiente. Es un efecto decorativo muy bello”. Su paleta de color también refleja esa conexión orgánica. “Intento que sea lo más natural posible. No suelo usar tonos brillantes; prefiero los ligeramente apagados, terrosos, un poco sucios”. El resultado son murales que envejecen con gracia, lejos de las tendencias efímeras.

Lucinda Oakes en su estudio en Hastings, al sur de Inglaterra

Lucinda Oakes en su estudio en Hastings, al sur de Inglaterra

L.O.

Su propia casa en Hastings, donde vive desde hace 25 años, es un remanso lleno de plantas, luz y vistas al mar. Aún no ha decorado sus propios muros con murales, aunque lo tiene en mente: “Tal vez pinte algo cuando me jubile”, asegura. Mientras descubre qué paisaje pintará en sus propias paredes, le encanta pasar el tiempo en su invernadero: “Es mi rincón favorito. Está lleno de plantas y da al mar. Pero lo que más atención recibe es el jardín, siempre estoy comprando nuevas especies”.

Además de la jardinería, sus otras pasiones son la costura y el baile. Y si no se dedicara a pintar, sería en uno de esos campos donde canalizaría su energía creativa, aunque sabe que “las cosas buenas no llegan rápido ni fácilmente”. Trabaja sin música y acompañada de las voces de Radio 4 de la BBC o “podcasts interminables”, y su estudio fluctúa entre el caos organizado y el orden absoluto, dependiendo del momento del proyecto. Atesora sus motivos de inspiración en un vasto archivo visual: carpetas físicas, libros, recortes, montones de revistas World of Interiors (su favorita), en muchas carpetas en Pinterest e Instagram y en un iPad que está a rebosar.

Detalle de las flores que Lucinda Oakes ha pintado en el hotel Ballyfin

Detalle de las flores que Lucinda Oakes ha pintado en el hotel Ballyfin

Alun Callender

Cuando le preguntan si cree que la sociedad ha perdido la capacidad de apreciar la belleza, lo niega con firmeza: “Cuanto más se consume lo digital, más se asombran las personas al ver artistas creando cosas hermosas con sus propias manos”.