Carlos G. Fernández

Sábado, 2 de agosto 2025, 23:07

Oriol Rosell (Barcelona, 1972) sabía que su libro causaría revuelo, pero tampoco creía que fuera a ser tanto. «Ven escrito ‘reguetón’ en la portada y ya ni se acercan. Se ponen de los nervios y es en plan: ¡pero si no sabes ni de lo que voy a hablar! El género tiene más de 20 años y sigue siendo una cosa casi tabú».

El título completo es ‘Matar al papito. Por qué no te gusta el reguetón (y a tus hijos, sí)’, y lo edita Libros Cúpula. Ese concepto freudiano de matar al padre, la fase simbólica en la juventud donde nos emancipamos o nos rebelamos contra la generación anterior, adaptado aquí a la jerga que nos ocupa, hace la metáfora perfecta para un estilo que suscita un amor-odio como ninguno. Analiza Rosell con decenas de referencias cómo la generación adulta (que es adulta a su pesar) se ve asaltada por las ‘músicas urbanas’, que conquistan a los jóvenes con códigos estéticos y morales que no puede comprender. «El problema no es matar al papito, sino que el papito se da cuenta de que es el papito [ya no es joven].Ahí está el trauma real. Estas músicas te hacen ser consciente de tu obsolescencia cultural», comenta el escritor, identificado con esa generación.

Hay una encrucijada inescapable: los productos culturales de su juventud siguen más que disponibles, se suceden las reediciones y giras de reunión («Tú tienes 50 años y no se te ocurre pensar que Oasis es un grupo para señores mayores») y la burbuja algorítmica muestra estilos como el rock más vivos que nunca. La juventud es el valor supremo, pero como concepto no es tan viejo: «Lo explica extraordinariamente bien John Savage en ‘Teenage, la invención de la juventud’. Antes o eras padre o eras hijo, o te vestías como tu padre o en pantalón corto». La explosión pop desde los cincuenta ha provocado el «agigantamiento de la juventud», valor que hay que estirar y conservar todo lo posible. «Cuando te das de bruces con la realidad de tus hijos e hijas es muy traumático. Resulta que los jóvenes son ellos y no tú».

Oriol Rosell, autor de 'Matar al papito', fotografiado en Barcelona.

Oriol Rosell, autor de ‘Matar al papito’, fotografiado en Barcelona.

Eva Parey

Entrando en harina, Rosell traza una historia del reguetón —también del trap, en el siguiente capítulo— que paradójicamente termina en ‘PapiChulo’. «Lo que hay después más o menos todo el mundo lo sabe. Me interesaba echar un poco de luz sobre cómo se llega hasta ahí». Y desde luego es fascinante: un viaje que va desde los arrabales jamaicanos, los cambios políticos en Panamá (con la interesantísima historia de los autobuses populares ‘diablos rojos’), las ofertas masivas de empleo para extranjeros en Nueva York (una gran «centrifugadora cultural») o las redadas en tiendas de discos de Puerto Rico y los primeros ‘mixtapes’ llamados ‘Playero’ (el número 37 es el que terminó de catapultar a artistas como Daddy Yankee). Aunque hoy sea un negocio millonario, resulta innegable que los orígenes son humildes, comunitarios, orgánicos y fruto de continuos choques culturales, choques también contra lo que era normativo en cada época y lugar. Esta investigación histórica «fue muy laboriosa, había pocas fuentes fiables, y además pasa como con el reggae y el hip hop: cada artista dice que se lo ha inventado él».

La exaltación pornográfica del dinero, sin medias tintas, es una de las claves del rechazo al reguetón en contraposición a una música más trascendente en apariencia. Rosell argumenta que ahora, con una gran crisis de confianza en el futuro, los artistas «son hiperrealistas capitalistas, saben cómo funciona esto», saben que una canción no va a cambiar el mundo, «que son puro entretenimiento, y además como otras músicas afrocaribeñas se centran en el baile. Las músicas blancas no, somos unos muermos». La letra, queda claro, no es lo más importante: «Igual de tonto es decir que un tema de reguetón no tiene peso el peso lírico de Bob Dylan que decir que Dylan no funciona en la pista de baile».

'El Chombo' y Lorna, autores de 'Papi Chulo', en 2003.

‘El Chombo’ y Lorna, autores de ‘Papi Chulo’, en 2003.

EFE / Paco Torrente

Precisamente al hablar de sexo y dinero estarían reflejando punto por punto la sociedad en la que vivimos, sin las capas con que otras músicas esconden ese hecho: «Me parece más cínico, qué quieres que te diga, que vengan los de Rage Against the Machine a cantarme nosequé de la revolución poniéndome camisetas a 60 pavos».

Jóvenes encandilados

«Una de las cosas que me apasionaban del asunto era: ¿cómo es posible que chicos y chicas que no han tenido problemas económicos en su vida se identifiquen con estos discursos del gueto? Es porque hay una autopercepción muy precarizada. De ‘vaya futuro de mierda nos espera’». El ‘autotune’ manifiesto, los ritmos depresivos del trap o la estética decadente al vestir pueden representar a los artistas (al menos antes de hacerse ricos), pero no a gran parte de su público. Rosell argumenta que su generación todavía vivió una época con apariencia de alternativas hasta el fin de la URSS «no por la URSS en sí, sino por la posibilidad de que pudiera haber algo distinto», pero que los jóvenes de hoy «ya han nacido con ese cambio culminado, esa ausencia de alternativas. De ahí también este cierto cinismo precoz que late en el fondo de las músicas urbanas».

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