El nuevo filme de Yorgos Lanthimos confirma que la crueldad humana no necesita monstruos para hacerse visible. En Bugonia, adaptación de la cinta surcoreana de Jang Joonhwan, el director griego traslada su característico humor negro y su misantropía al terreno de la paranoia contemporánea. Tan incómoda como recomendable, tan salvaje como entretenida. No se la pierdan.
Tras la exuberancia estética de la descomunal Pobres criaturas, Lanthimos regresa a su registro más seco y mordaz, cercano al de Kinds of Kindness. Aquí no hay redención ni ternura, solo una disección minuciosa de la desconfianza y del ego. La cámara, casi siempre fija sobre los rostros, evita los planos generales como si el contexto fuera irrelevante. Todo sucede en el gesto, en la mirada, en la mínima contracción del músculo facial. Emma Stone y Jesse Plemons sostienen esta batalla de miradas con un virtuosismo inquietante: ella, como una mártir contemporánea; él, como un inquisidor torpe pero feroz, atrapado en sus propias fantasías conspirativas.
Resultan fascinantes esos dos jóvenes más conspiranóicos que Iker Jiménez que secuestran a la poderosa presidenta de una gran compañía biotecnológica, convencidos de que es una alienígena del sistema Andrómeda decidida a destruir la Tierra. Y no es en broma. La incapacidad de la gente para distinguir lo real de de las fake news, lo que ven en las redes sociales y los manejos de los gigantes tecnológicos se unen a las desgracias personales. Moraleja: lean más medios de información de siempre y menos tuits.
Es la conclusión a la que llegamos gracias al guion de Will Tracy (El menú), que propone una ruleta rusa de palabras, donde cada réplica puede ser un disparo. Lanthimos evita la empatía: su objetivo no es que el espectador elija bando, sino que contemple, incómodo, el absurdo de la comunicación humana. ¿Quién está realmente loco? ¿El secuestrador que ve alienígenas o la víctima que manipula la narrativa para sobrevivir? La película se niega a responder, sumergiéndonos en un purgatorio verbal que oscila entre la sátira y el nihilismo. En su trasfondo late una reflexión amarga sobre el presente estadounidense: un país fracturado entre el narcisismo liberal y la miseria rural. Lanthimos retrata ese contraste con ironía cruel, mostrando una sociedad que ya no distingue entre autenticidad y performance. Bugonia convierte el diálogo en un acto violento, la palabra en un arma de destrucción mutua. Con su humor incómodo, su puesta en escena claustrofóbica y su desencanto absoluto, Bugonia ofrece finales apoteósicos que obligan a comentar.
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