Me gusta imaginar las oficinas de la Fundación Guggenheim en Nueva York como una sucesión de espacios diáfanos y luminosos donde nunca se sabe muy … bien si están de mudanza o si es que tienen obra expuesta por los rincones. En esa atmósfera de creatividad rupturista deben estar alucinando los gringos con el caso vasco. No tendrán muy claro si la gente en este rincón de la vieja Europa es intrépida o pacata, audaz o mingafría. Estarán confusos, los gringos de Nueva York, con nosotros.
Es que tenemos un carácter cambiante según el momento histórico. Hace treinta años íbamos como cohetes: en 1991 un denso mejunje de instituciones de distinto pelaje político se puso a negociar con los del Guggenheim para montar un museo rarísimo en Bilbao. En 1997 se inauguró. Rapidísimo. Y con gran éxito de crítica y público. Que es un museo bien bueno se sabe también porque lo mismo exhibe arte, que convierte en arte las cosas que exhibe.
Visto que todo fue bien, y bajo la premisa lógica de que si algo funciona, replíquese, en 2008 la Diputación lanzó el proyecto de hacer una sucursal del Guggenheim, una ampliación, un Guggenheim II, en Urdaibai. Hace 17 años. Menudo ritmo que llevamos ahora con los proyectos fardones. Es que somos más minuciosos y cavilosos. De hecho, a estas alturas ya ni está muy claro que se vaya a hacer el nuevo museo, ni cómo, ni cuántos procesos de reflexión, escucha y ponderación habrá que desarrollar antes de tomar la decisión definitiva, si es que llega a haber decisión definitiva y no se va la cosa escurriendo por las rendijas de los años.
El asunto ha tenido varias fases y la última comenzó en 2021, cuando se presentó el proyecto actual: son dos sedes, una en Gernika y otra en el astillero Murueta, dentro de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, ambas unidas por una senda verde con cosas de arte y de naturaleza. Irrenunciable proyecto, decían en la Diputación. Que se va a hacer sí o sí, decían también. Hubo reuniones felices con los de Nueva York y todo. Mientras, la gente de la comarca cada vez estaba más en contra. Los ecologistas, también. Por lo de meter a tantos turistas, por el impacto ambiental… Ha habido hasta manifestaciones con muchísima gente.
Pues la cosa es que en 2024 la Diputación y el Gobierno vasco recularon un poco y se dieron dos años para decidir si seguían adelante con el plan o no. Poco después abrieron un diálogo con agentes socioeconómicos de la zona. Y a principios de este 2025 anunciaron un proceso de escucha, que es algo diferente a un diálogo porque solo hablan unos, y los otros solo escuchan. Se contrató para escuchar a los de la Fundación Agirre Lehendakaria Center y a la Universidad neoyorquina de Columbia, quién mejor para entender a los de Busturialdea.
Prueba de que escuchan fenomenal es que la semana pasada dieron un avance de sus resultados y descubrieron que no gusta el proyecto a la gente de la zona. Menuda sorpresa. Pero lo explicaron de un modo bellísimo. Dijeron que había una oposición «transversal» a convertir el astillero en museo. Y que ese astillero es un símbolo «a nivel identitario, ambiental, cultural, histórico y emocional». Propusieron, claro, «repensar la localización, dimensión y naturaleza de las posibles ubicaciones para reiniciar el debate». Reiniciar el debate. Ahí está la clave.
Yo me imagino a alguien de la Diputación sentado frente a un teléfono día y noche, esperando a que suene y que sean los del Guggenheim de Nueva York diciendo que ya vale, que aquí nos plantamos, que no nos renta andar arrastrando la marca por pagos tan embarrados. Esperando la autoridad foral que sean ellos, los gringos, quienes tomen la decisión de dar marcha atrás y pasar a otra cosa.
Aunque también me imagino a los gringos, que tienen siempre un gran sentido del espectáculo, extasiados frente al simpático proceso, percibiendo el asunto como puro arte conceptual. Pero no conceptual en el sentido de tabarra pesada y elevadísima, sino como pieza más próxima a aquello de Manquiña en ‘Airbag’, el concepto es el concepto. ¿Se acuerdan? «Aquí hay una cuestión, el concepto es el concepto, esa es la cuestión, pero ¿y el concepto, eh? A los hechos me repito».