David Trueba regresa con Siempre es invierno, adaptación cinematográfica de su propia novela Blitz. En ella vuelve a contar con David Verdaguer, que ofrece una de sus interpretaciones más conmovedoras en la piel de Miguel, un arquitecto paisajista que viaja a Lieja para presentar un proyecto en un congreso, en un concurso o algo así. Lo acompaña su novia, interpretada por Amaia Salamanca, quien, en un giro cruel del destino, lo abandona para retomar una vieja relación con un cantante uruguayo.
A estas alturas, quizás está de más recordar que estamos ante un director con una personalidad y un estilo que definen su cine; es decir, ir a ver algo de David Trueba es un poco saber qué vamos a comprar. Y suele acertar. Me fascinó aquella falsa biografía titulada ¿Qué fue de Jorge Sanz?, quizás porque me recordaba con matices a la insuperable Curb Your Enthusiasm (Larry David). Me emocionó su versión cinematográfica de Soldados de Salamina, con Ariadna Gil en estado de gracia. Y también está entre sus joyas Vivir es fácil con los ojos cerrados, donde Javier Cámara y Natalia de Molina nos enamoraron para siempre. Pero quizás la película que supuso un salto hacia adelante sin perder su personalidad y su estilo único llegó hace dos años con el biopic de Eugenio y Saben aquell, donde David Trueba, Carolina Yuste y David Verdaguer recrearon la historia del inolvidable humorista y sus seres queridos primorosamente.
En esta nueva propuesta de Trueba, David Verdaguer es víctima del desamor y le vemos desorientado y herido. Su personaje, Miguel, decide quedarse unos días más en la ciudad belga de Lieja y en sus bellos paseos por los parques (que en la novela son en Múnich) conoce a una mujer francesa viuda, interpretada por Isabelle Renauld, veintipico años mayor que él, amante de Mallorca y de Georges Brassens. Entre ambos nace una relación inesperada, serena y profundamente humana. Trueba filma su encuentro con ternura, sin morbo ni artificio, exponiendo a dos seres que comparten el mismo cansancio vital. La película transcurre en buena parte durante un gélido enero. Siempre es invierno combina melancolía, humor y esperanza. Enamora la historia, la elegancia clásica y esa manera de narrar sin pretender darnos clase de nada.
David Verdaguer de nuevo es un tipo con apariencia de estar confundido, algo torpe, ridículo por momentos y eso le llena de humanidad. Sus gestos inseguros transmiten el peso de la derrota y, al mismo tiempo, la posibilidad del reencuentro. Isabelle Renauld, en una interpretación magnética, aporta al filme un equilibrio de serenidad y deseo. Su presencia eleva cada escena, convirtiendo la relación entre ambos en una reflexión sobre el amor maduro, la pérdida y la necesidad de compañía. Trueba aborda sin prejuicios la diferencia de edad entre sus protagonistas, alejándose de los tópicos y ofreciendo una visión honesta de la atracción y el consuelo entre dos almas solitarias. Su mirada sobre el «edadismo» es deliciosa.
Y los tonos fríos de Lieja o la calidez de Mallorca, reflejos emocionales del protagonista, se complementan con la música de Georges Brassens y el maravilloso Franco Battiato, cuya capacidad evocadora refuerza el tono nostálgico a la vez que convierte la melancolía en alegría. No falta humor, incluso llegamos a la carcajada por la ternura pero sin sentimentalismos. La vida sigue, como nos dice esa frase que resuena en la película: «¿Y ahora qué hacemos?».
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