La versión del cineasta mexicano de la historia de ciencia ficción de Mary Shelley ya está disponible en la plataforma de ‘streaming’. Oscar Isaac da vida al científico protagonista y Jacob Elordi a la Criatura
Mary Shelley creó algo gigantesco con Frankenstein. Lo hizo porque la autora, madre de la literatura de ciencia ficción, construyó un relato que encaja bien en cualquier época y cuyo tema tiene tantas ramificaciones que una no puede sentir más que admiración al leerlo. El legado de su obra ha llegado hasta nuestros días. Su relato se ha modernizado y reinterpretado y ha sido adaptado en series y películas. Ahora, en esto último, lo de las películas, ha sido el turno del director rey de los monstruos. Guillermo del Toro acaba de estrenar Frankenstein en Netflix con Oscar Isaac y Jacob Elordi y, aunque tenía muchas ganas de ver qué hacía el cineasta con la historia de Shelley, me ha decepcionado ver que ha cambiado la mejor parte.
Leer Frankenstein por primera vez es toda una experiencia, pero lo que más impactó es que Shelley, a diferencia de lo que hace Del Toro, nunca explica al detalle cómo Víctor Frankenstein consigue insuflar vida a la Criatura. Parece toda una declaración de intenciones: a la autora lo que de verdad le interesa es lo que pasa después, el relato humano, la responsabilidad de un creador sobre su creación. El experimento es solo una mera anécdota para hablar de otras cosas. Shelley, no obstante, sí prepara el terreno para que lo que hace Víctor tenga sentido y cuenta que el científico, a través de los estudios de la alquimia y lo oculto de Cornelio Agripa, se inspira para alcanzar su objetivo. También narra cómo consigue la ambiciosa tarea que se propone investigando la muerte en cementerios y panteones.
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La creación de la Criatura en la novela

Netflix
Guillermo del Toro junto a Oscar Isaac en el rodaje de ‘Frankenstein’
En el libro, esto es lo que cuenta Víctor al capitán Robert Walton, un explorador que le rescata en el Ártico cuando le encuentra enfermo persiguiendo a la Criatura, sobre su experimento: «Veo, amigo mío, por su interés y por el asombro y la expectación que reflejan sus ojos que espera que le cuente el secreto que descubrí…, pero eso no va a ocurrir. Escuche pacientemente mi historia hasta el final y entonces comprenderá fácilmente por qué me guardo esa información. No voy a conducirle a usted, ingenuo y apasionado, tal y como lo era yo, a su propia destrucción y a un dolor irreparable. Aprenda de mí, si no por mis consejos, al menos por mi ejemplo, y vea cuán peligrosa es la adquisición de conocimientos y cuánto más feliz es el hombre que acepta su lugar en el mundo en vez de aspirar a ser lo que la naturaleza le permitirá jamás».
Unas páginas más adelante, así cuenta Victor cómo fue la noche en la que creó a la Criatura: «Una lluviosa noche de noviembre conseguí por fin terminar mi hombre; con una ansiedad casi cercaba a la angustia, coloqué a mi alrededor la maquinaria para la vida con la que iba a poder insuflar una chispa de existencia en aquella cosa exánime que estaba tendida a mis pies. Era ya la una de la madrugada, la lluvia tintineaba tristemente sobre los cristales de la ventana, y la vela casi se había consumido cuando, al resplandor mortecino de la luz, pude ver cómo se abrían los ojos amarillentos y turbios de la criatura. Respiró pesadamente y sus miembros se agitaron en una convulsión«.
Víctor siente repulsión en el momento en el que ve lo que ha hecho, pero ya es demasiado tarde: «¿Cómo pudo explicar mi tristeza ante aquel desastre?… ¿O cómo describir aquel engendro al que con tantos sufrimientos y dedicación había conseguido dar forma? Sus miembros eran proporcionados, y había seleccionado unos rasgos hermosos… ¡Hermosos! ¡Dios mío! Aquella piel amarilla apenas cubría el entramado de músculos y arterias que había debajo: tenía el pelo negro, largo y grasiento; y sus dientes, de una blancura perlada; pero esos detalles hermosos solo formaban un contraste más tétrico con sus ojos acuosos, que parecían casi del mismo color que las blanquecinas órbitas en las que se hundían, con el rostro apergaminado y aquellos labios negros y agrietado».
Por último: «Ahora que había triunfado, aquellos sueños se desvanecieron y el horror y el asco me embargaron el corazón y me dejaron sin aliento. Incapaz de soportar el aspecto del ser que había creado, salí atropelladamente de la sala». Víctor se va a su dormitorio y la Criatura le despierta en mitad de la noche intentando comunicarse con él, pero los sonidos que salen de su boca no tienen sentido. El científico, con miedo, escapa y no vuelve a ver a la Criatura hasta después de un año, cuando se reencuentra con él y este le cuenta qué ha hecho en todo ese tiempo: se escondió en un granero y estudió a la familia que habitaba en la casa de al lado. Así aprendió a leer y a comunicarse.
El cambio en la película

Netflix
La creación de la Criatura en ‘Frankenstein’
Tanto en la novela como en la película, la muerte de su madre es lo que conduce a Víctor a querer encontrar la forma de crear vida. Sin embargo, en el filme, además de ser instruido por su estricto padre y avanzar, ya de adulto, en los experimentos que le conducen a conseguirlo, encuentra a un mecenas que le financia las investigaciones y que se llama Heinrich Harlander. En la novela, todo es menos expansivo y más hogareño. Es Víctor, estudiando y experimentando sin apenas salir de casa y ver a sus familiares y amigos hasta que consigue lo que se propone. Del Toro sigue otro rumbo. Víctor consigue su objetivo gracias al rayo de una tormenta y a una compleja maquinaria que le paga Heinrich. Si has visto la película sabrás que el procedimiento se explica al detalle.
En la obra original, como has leído más arriba, Víctor tiene miedo y se desentiende de su creación al momento. En la propuesta del cineasta mexicano, aunque también parece haber temor, la sensación se diluye y Víctor se vuelve loco -algo que ya se intuye de antes-, encarcela a su creación en el sótano y le maltrata física y psicológicamente. En el libro, ese maltrato es el abandono. En ambas versiones, la Criatura es marginada por su aspecto. De eso nunca se libra.
Que Shelley no explique el procedimiento científico es todo un acierto. De esa forma, centra la atención en lo que de verdad importa: la relación entre creador y creación a lo largo del tiempo. La autora lo vuelve todo mucho más terrenal, humano e íntimo eliminando las explicaciones. En el filme de Del Toro hay demasiado fuegos artificiales.
Hay que celebrar que Del Toro se decante por efectos prácticos y también que dé a cada una de las partes de la historia -creador y creación- su espacio para que cuenten su historia. Es en eso en lo que Shelley está más interesada: en las consecuencias del experimento. Frankenstein es, al fin y al cabo, una historia en la que los humanos son los verdaderos monstruos.