Una madre es una casa. Una madre es un refugio. En el caso del artista portugués Carlos Bunga, literalmente. En 1975 Bunga dejó atrás la terrible guerra civil angoleña en el vientre de su madre, que llevaba de la mano a su hermana de dos años y apenas una bolsa con fotografías para no perder el pasado. Se instalaron en Oporto, y más tarde vivirían en una antigua prisión reconvertida para albergar a emigrantes y familias pobres. Las ventanas de la habitación tenían rejas, pero aún hoy él recuerda toda la felicidad y las fiestas que vivió allí corriendo por el edificio. Su madre no sabía escribir ni leer, y para sacar adelante la familia, ejerció la prostitución. Vivirían en casas e instituciones para refugiados y finalmente en la casa número 17 de una barriada provisional construida para durar unos pocos años, pero que, cierto, duró muchos más.
Con el tiempo, Bunga estudiaría arte, comenzaría a ganar premios, se convertiría en un gran artista internacional y se instalaría, por amor, en Barcelona. Sus dos hijas son catalanas, su estudio, el primero que tiene, desde hace cinco años – antes, dice, “mi estudio eran los propios museos”, que le encargaban numerosas instalaciones– está en Mataró. Y ahora el frondoso bosque de la vida de Bunga cobra forma en el prodigioso edificio del Centro de Arte Contemporáneo de la Fundación Gulbenkian de Lisboa, creada por el magnate del petróleo de origen armenio Calouste Gulbenkian, que a su muerte en 1955 era el hombre más rico del mundo, aún palpable en su legado.

Un aspecto de la muestra dedicada a Carlos Bunga en el Centro de Arte Contemporáneo de Lisboa con sus ‘Capullos’
Fundaçao Gulbenkian
Bunga abrió ayer en la gran nave del museo una muestra tan personal que es capaz de interpelar a todo el mundo: Habitar la contradicción, comisariada por Rui Mateus Amaral, director artístico del Museo de Arte Contemporáneo de Toronto, y que cuenta con el apoyo del Institut Ramon Llull. Una muestra en la que, como en otras de las grandes instalaciones de Bunga, en medio de la nave se alzan decenas de enormes columnas hechas de cartón, que en este caso evocan tanto un gran templo como los troncos de los árboles de un bosque en el que adentrarse, quizá perderse. O encontrarse.
Y a ambos lados del gran bosque de columnas, numerosas obras e instalaciones de Bunga que dialogan con otras obras del museo elegidas por él y el comisario –su huida de un concepto cerrado de pintura se ejemplifica con un vídeo en el que mazazo a mazazo Bunga hace un agujero em un muro por el que acaba pasando, y esa obra se confronta a una bellísima y casi fantasmática pieza de Helena Almeida que muestra cómo ella se enfrenta a la tela de la pintura en el caballete y la acaba atravesando con su cuerpo–, obras que se convierten en una emocionante autobiografía vital y artística del creador.

Las fotografías de Helena Almeida en la muestra de Carlos Bunga en el Gulbenkian
PPINA / Terceros
Desde la primera pieza, el dibujo Mi primera casa fue una mujer, 1975 , de 2018, con una mujer embarazada cuya cabeza ha sido sustituida por una casa de aldea, sus manos y pies tienen rasgos animales y tiene estampada en el cuerpo un sello de una revista colonial portuguesa, recordando la difícil huida de su madre de Angola con él dentro. De hecho, las esculturas en madera de seres con cabezas sustituidas por casas se multiplican en la muestra: son los Nómadas, de Bunga. Él mismo, recordaba ayer, comenzó a viajar en el vientre de su madre y no ha parado.

Uno de los ‘Nómadas’ de Carlos Bunga en el suelo
Fundaçao Gulbenkian
“El nómada es una figura que vive en el futuro, alguien que acepta las contradicciones, la polarización, se adapta, tiene capacidad de supervivencia”
“El nómada es una figura que vive en el futuro. Esa persona del futuro es multirracial, es negra, es blanca y también no es negra ni blanca, es las dos cosas. No tiene género. Es alguien que acepta las contradicciones, esta cosa polarizada, se adapta, tiene esa capacidad de supervivencia, es difícil definirlo con los conceptos clásicos tradicionales”. Por primera vez entre sus esculturas nómadas está la de un animal, un askal, un perro de la calle filipino, con la correspondiente casa por cabeza, “que sobrevive y se adapta”, apunta.

La pequeña maqueta hecha con una caja de cereales de la Casa número 17 en la que vivieron Bunga y su madre
Fundaçao Gulbenkian
Y tras los nómadas vienen desde una maqueta hecha con una caja de cereales de la casa número 17 en la que vivió, y fotos del interior de la misma antes de demolerla que son casi un retrato de su madre, con habitaciones en las que se combinan iconos religiosos, imágenes de pin-ups y muñecas. En el espacio contiguo, tres retratos de su madre a lo largo de los años cuando trabajaba la noche en el Cais do Sodré de Lisboa, una mujer hermosa, sonriente, coqueta. Enfrente, en lo alto, un vídeo de 2002 de Bunga, Bombilla, en la que el artista rompe una violentamente y la recompone como puede con sus manos desnudas y cinta adhesiva y vuelve a emitir luz.

Dos imágenes de la madre de Carlos Bunga en el Cais do Sodré de Lisboa
Fundaçao Gulbenkian/ Terceros
Bunga de repente saca el móvil para leer ante la prensa un manifiesto político que parte de esa madre que siempre les protegió. “Quiero mostrar que era poderosa, fuerte, vulnerable y naturalmente brillante. Una madonna contemporánea. Una madre emigrante, una madre soltera”. “Ella decía siempre que el sistema estaba diseñado para enflaquecer a las mujeres, tornarlas dependientes de sus maridos”, añade. Y concluye: “Al mirar a mi madre, percibo que la maternidad rompe fronteras entre lo íntimo y lo colectivo . Ella me enseñó que vulnerabilidad no es fracasa, es punto de partida para desafiar estructuras injustas. El cuerpo materno, incluso violado, se vuelve un lenguaje de resistencia, capaz de interpretar el mundo y transformar el mirar del hijo en cada gesto, cada palabra, cada afirmación”.